domingo, 21 de marzo de 2010

# 1. SEISCIENTOS BESOS

(Seiscientos besos, de Arly Jones)











"¡Mira tú por dónde! Me marcho de aquí", dijo para sí la joven nacarada.

Un par de horas antes acudía al baile que había esperado durante meses, y al que no había sido invitada. El anfitrión era un "pata negra", un muchacho con despacho y una madre deseando convertirse en suegra. Uno de esos que para entrar no necesitaba enseñar la patita por debajo de la puerta, ni ochenta días para dar una vuelta.

- Soplaré, soplaré, y tu corazón derretiré - le escuchó decir a una moza de rizos dorados mientras bailaban muy agarrados.

La joven observó durante un rato al rapaz que bailaba sin tregua. No había que ser muy lista ni tener la vista de un gato para ver, a siete leguas, que aunque más que bailar daba coces, estaba el cerdito en la pista rodeado de lobas feroces.

Se fue al aseo y se encontró en el espejo.

-Si no me veo, no me creo... ¿Mi gozo en un mozo? - pensó. ¿Dónde vas, chiquilla? Que no, que no, que aunque caiga un chaparrón, no soy una del montón, y no pierdo, sino que, gustosamente, cedo mi silla.

Pintó sus labios de rubí, ciñó de nuevo su turbante, y se imaginó frente al volante

- Que sí, que sí, que me marcho de aquí -se repitió.

Atravesó el salón decidida, la porchada y el jardín, resuelta a ser, por fin, la "prota" de su vida.

- No necesito seguir a un conejo, no necesito mil maravillas. El príncipe de este cuento, la verdad, me importa un pimiento. ¡Tanto aburguesamiento me apelmaza! No irán a parar aquí mis huesos porque juego con una baza: me voy donde me lleve mi calabaza. Hoy me esperan, al menos, seiscientos besos.