viernes, 25 de junio de 2010

# 11. Ahora, de verdad.


"Der kuss" Gustav Klimt.



La primera vez detuvieron el ascensor de servicio de un edificio de oficinas, un lunes a primera hora. Fueron necesarias varias pulsaciones para no interrumpir el pulso de sus venas, el compás de sus fluidos en vaivén acompasado. Una cosa llevó a la otra. Invadieron un gabinete dental de un centro de salud en una hora sin servicio, con sonrisas que nunca el alginato pudo reproducir, ni las fresas interferir entre los dientes que mordían los labios que se les ofrecían, sin ceder una gota de saliva a otro succionador que no fuera la boca amante, ávida.

Habían sucumbido entre dos coches estacionados en un parking de seis plantas. Poco importaba que fuera el momento de cierre de comercios, que los conductores caminantes transitaran de un lado a otro en retirada apresurada. Su deseo rebotaba en paredes tiznadas, sus suspiros sorteaban columnas marcadas para escapar por respiraderos que les ahogaban. Sólo sus movimientos eran cautelosos, reducidos a la menor expresión, llevados a la mayor proximidad y miramiento. En sus más nocturnas locuras vibraron, tras un altavoz, en una oscura discoteca de polígono. Como equilibristas con los vasos sin apurar, apuraron la noche confundiendo las palpitaciones propias con las de los ritmos más penetrantes, canciones que vestirían para siempre su recuerdo, fondo de armario de sus usos musicales.

También miraron de frente al sol, sobre dunas de una cálida cala de Cádiz. Entre médanos que albergaban ramajes dispersos concentraron su temperatura y dibujaron, tras los matorrales, siluetas difusas de un encuentro desesperado, atenazado por la premura cada vez mayor. A veces la espera dolía. Les dolía a ambos y, sin embargo, no lo decían. No era miedo a confesar amor, era auténtico terror a no llegar, a perderse como arena entre los dedos, el uno al otro. Y esperaban.

Se enredaron anudados sobre tapices de miles de nudos, envueltos en aromas de cominos y menta, abrazados por los cantos que se precipitaban desde minaretes que miraban al cielo, derramados por el suelo. Surtían cada encuentro con provisiones para todos los sentidos, hasta tanto pudieran vivir de ello, hasta que la necesidad última lo hiciera todo inútil y fuera preciso el paso definitivo, final.

Enloquecieron en el barco que les llevaba de regreso a Cancún, desde Isla Mujeres, entre cazuelas y sartenes. El jolgorio que los caldos mayas provocaban en los turistas, la banda que hacía que aquellos malditos bailaran y bebieran, la atmósfera húmeda y vespertina, hacían de la cocina un lugar poco interesante para visitar. Y en la bodega del bote deshojaron un par de margaritas, desfloraron un par de brotes y dijeron “te quiero”. Bebieron la mieles de la deseada declaración en un bateau mouche bajo luces y sombras y los puentes del Sena, acariciando su pasión por separado a vista del rosetón de “Notre Damme”, y nuestra dama pidió más.

Él aún propuso una excursión menor, una salida a pescar al río. Entre cañas y barro se amaron, con un hilo invisible sosteniendo lo que ya era difícil de mantener así. Como los cantos rodados de las riberas antaño cubiertas por el cauce, ese amor quedaba expuesto, desprotegido. En un último viaje clausuraron un vagón de tren para servirse del mismo a lo largo y a lo ancho, en marcha, un buen trecho… Cuando todo concluyó, ella buscó el aire de las ventanillas que no podía abrir. Él descubrió que era mucha la distancia, y que no estaba dispuesto a perder ni un día, ni un solo minuto más en acercarse a ella definitivamente.

Marcó tranquilo el número de teléfono.
- Hola de nuevo. Soy yo. Quería decirte que… es preciso que nos veamos.

Hubo unos instantes de silencio.
- ¿Cariño?
- Sí, sí… estoy aquí; sólo que…¿Así, de repente?
- Necesito verte, no deseo otra cosa más, no puedo esperar, necesito verte.
- Me pillas un poco de sorpresa, pero me parece bien. Oh, lo cierto es que, ¡Dios mío, yo también lo necesito más que nada!
- Te espero en la salida del metro de la plaza Castilla. En una hora ¿va bien?
- ¿Una hora?
- Por favor…
- Está bien, y ¿cómo...?

Él la interrumpió:
- Tengo unas flores para ti.
Escuchó la sonrisa, la exhalación de alivio de la mujer.
- En una hora, pues.
- Hasta dentro de una hora.

Las líneas 9 y 10 se cruzaban allí. Podrían ir caminando a cualquier lugar, dando un paseo.

La mujer subía las escaleras meditativa, aturdida, cabizbaja. Levantó la mirada con dificultad, hacia lo alto de la escalinata. Él esperaba, efectivamente, con un ramo de margaritas, apoyado al final de la barandilla. Encontraron la mirada al instante. Sonrieron. Ella se detuvo frente a su amor.

- Eres tal y como te imaginaba.
- Tú eres mucho más bonita de lo que pensé. ¡Ven!

Le cogió de la mano y se apartaron de la boca del metro. Caminaron unos pasos y detuvieron la marcha. Se abrazaron, fácilmente, como si fuera un reencuentro. Intercambiaron regalos: él, las flores; ella, un beso. El primero.

jueves, 17 de junio de 2010

# 10. Traducción.

"Le baiser de l'Hotel de Ville" Robert Doisneau.
(1950... après la Libération)

Llevaban meses trabajando en proyectos que otros habían exportado. Él realizaba los informes que ella traducía. El contacto, siempre correcto y en los últimos tiempos más cordial y personal, no había sido más que por teléfono o por correos.

En la última llamada, después de despachar un par de asuntos sobre los franceses, la conversación concluyó con unas reflexiones del hombre. Se declaraba admirador del chovinismo, aplaudía la cohesión de tan diversas razas y procedencias, el amor y la defensa de aquello que les es común y que tienen a gala.



De: bmendez@manag-ing.es

Para: jpujadas@manag-ing.es

Asunto: Te quiero, traducciones y chovinismo.
Fecha: Thu, 3 Dec 2009 16:49:54


Pues llevas razón. No tanto así porque la exaltación desmesurada sea para todo recomendable, pero es cierto que mayor valor tiene la pasión que la tibieza, más si es en defensa de lo amado.
Estaba esta tarde traduciendo el expediente de los pantalanes. He consultado la conjugación del verbo vouloir, querer para nosotros. Me fijo por primera vez en el apartado de la página que define el verbo. Me encuentro lo que sigue:


1º Tener ganas de

2º Tener una intención, un deseo de que algo se realice.

3º Desear poseer, interesarse por.

4º Pretender

y me digo: “Pues sí, en la lengua de Molière, yo a este hombre le quiero, pero mucho”.

Pienso en lo conveniente que es el buen uso de la lengua, para la comunicación y para el placer. Y pienso en el chovinismo francés, en la riqueza del francés, en la capacidad expresiva de su lengua, y de la mía, española. Pienso que te quiero: Je t'en veux.

Berta.


De: jpujadas@manag-ing.es

Para: bmendez@manag-ing.es

Asunto: RE: Te quiero, traducciones y chovinismo.
Fecha: Thu, 3 Dec 2009 17:15:49

Me has sorprendido; quizá no. Por mi parte diré que:

1º Tengo ganas de ti.

2º Tengo la intención y el deseo de poseerte.

3º Me interesas mucho.

4º Pretendo que esto llegue a buen fin.

Tengo la necesidad de estar contigo, tocar con mi aliento tu oído, conocer nuestra reacción al reconocernos.

Te quiero, te espero.

Joan.


No esperó mucho.




lunes, 7 de junio de 2010

# 9. Conversación de sauna.

"Danae". Obra de Gustav Klimt.
"Danae" de Gustav Klimt.


AGUA.


Entre vapores mentolados entró una silueta de mujer con una toalla en la mano. Invadiendo en parte mi territorio, extendió el paño como la Magdalena en el lavatorio, y se sentó a mi lado. Al quitarse el gorro de baño cayó una melena que alcanzaba su cintura, y en medio de una nube de alta temperatura, tuve la ensoñación de estar junto a una sirena.


Bajo el banco, de repente, un soplo de aire caliente le hizo levantar los pies y subirlos de nivel, rozando con su pierna la mía. A pesar del vapor a granel y de una escasa luz de linterna que impedía ver a un metro al frente, la cercanía hacía evidentes las formas de aquella criatura.


Para mi sorpresa y contento, el cielo quiso que viniera a cuento ilustrar mi fantasía. De la nada sacó un guante que con suave movimiento asía, recorriendo su piel. El silencio permitía escuchar su aliento: sobre hojuelas, miel. Con una mano el cuello, el pecho, las piernas; con la alterna el vientre, el lado derecho… y yo hipnotizado, viviendo el ideal de la caverna de Platón, con la mirada de bobalicón, fiel a cada trecho.


... TOCADOS...


No miento si digo que tuve que cambiar de posición con urgencia, por no caber más elección. Al tiempo que sentía la mayor turgencia, a mí mismo me decía:”Quien evita la ocasión, evita el peligro, pero cuando la ocasión invita, tonto serás si no pasas a la acción”

- ¿Puedo ayudarte con la espalda? –me escuché susurrarle.


Se giró, me miró dulce, sonriente. Creo que a partir de ahí, a nuestro alrededor desapareció la gente.

- Claro. Hazlo despacio, pero firme.


“¡¿Qué despacio?! ¡¿Qué firme?!” –me dije- “Firmo por reservar este espacio los próximos tres años”.


No podría asegurar si era real o lo imaginaba, pero juro que escuchaba la ambientación que se me ocurre que tendrían las termas de Caracalla. Un run-run de conversaciones ajenas murmuradas, con un fondo de música de arpa lejana. En el centro de la elevación de una carpa romana, proseguía la frotación de la espalda soberana. Y quien dice espalda, dice más, que no es digno de espada el soldado que no sabe avanzar.


Algo me preguntó, algo le contesté. ¿Que qué? ¡¿Cómo lo voy a saber?! La excusa eran palabras, el fin era su piel, rozar con mis labios su hombro ¿Cómo podría hacer dos cosas a la vez? Dejemos eso para sabios. La cuestión es que, sin salir de mi asombro, por activa y por pasiva, conjugaba el verbo gozar dejando que mi mano intrusa llegara más allá.

“Detente” –pensé-, “quizá sea lo que más convenga para asegurar la continuación de la contienda deportivamente”

- ¿Está bien así?

- Sí, perfectamente.

- ¿Sigo entonces?

- Por favor…


... HUNDIDOS.


Lejos de confundirme, la humedad del ambiente me alentaba, y sin cejar en la avanzada y apartando la cabellera, puse mi boca en su nuca, atenta mi mano caballera en no dejar terreno sin explorar.

- ¿Quieres que siga?

- No lo dejes, te lo ruego, queda poco.


Poco, poco… y con un fragor atenuado envuelto en el vapor, la sirena se revolvió en convulsión contenida, a la vez que mi victoria acallada recorría mi interior, y corría al exterior. Con sonrisa agradecida nos besamos.

Un beso de despedida.