jueves, 30 de septiembre de 2010

# 16. Corsario.


Boceto para "Corsario". Óleo sobre tela.

Un gracioso tiró una bombita lacrimógena. En apenas un par de segundos los clientes del bar empezaron a sentir los efectos: la nariz escocía, la boca y la garganta irritadas y ardiendo, los ojos picaban. El aire que se respiraba era punzante en su paso hacia los pulmones.

La estampida no se hizo esperar. Un mar de gente ataviada para la ocasión se coló entre las puertas del local como el agua por un sumidero, dispersándose como burbujas de champagne saliendo de la botella, cuando alcanzaban la calle.

Entre enfermeras, travestis, margaritas y Chewaka; futbolistas, cabareteras, monjes y zombis; flamencas, Elvis, taberneros y músicos de jazz, se encontraron la mujer policía y el corsario. Entre todo el jaleo del desalojo, ellos dos buscaron la fachada del edificio para protegerse de la marea de disfraces que salía desordenadamente. Se descubrieron el uno al otro en la misma actitud: observaban entretenidos la gente correr, toser, reír, hablar, perderse, buscarse, quejarse, aplaudir a los camareros -que salieron los últimos-… Ambos seguían apoyados en la misma pared, vista al frente, después de haberse mirado de arriba abajo.

- ¿Estoy detenido? La miró de reojo, y sonrió ampliamente.
- Hasta ahora te has librado porque no tenemos testigos. Estoy segura de que puedes añadir más salsa a esta situación estúpida y cómica. ¡Adelante! Si no lo consigues, entonces sí considérate detenido.

El corsario rompió a reír a carcajadas.
- ¡Voto a bríos que me ponéis en delicada situación!
- Vota a quien quieras, pero ya estás moviendo el culo -a la policía se le escapó una sonrisa-.
- Bien, Señora. Lanzo mi guante y propongo una apuesta…
- No lances nada y no te muevas. –dejó de apoyarse en la pared y se puso frente al marino- ¡A saber lo que escondes bajo esas siete capas!. Date la vuelta, las manos contra la pared, abre las piernas. - dijo con voz firme y autoritaria.

La mujer policía empezó a tantear al marino desde los puños hacia abajo, la espalda, los glúteos, las piernas por el lado exterior y por el lado interior. Le agarró del cinturón y tiró del mismo, para dar la vuelta al hombre girándole. Retrocedió un paso.

- Soy la agente Canales, es un placer conocerle – dijo ella tendiendo su mano para estrechar la de él.
- Capitán Suárez a sus pies, Señora – respondió cogiendo la mano tendida, que acercó a sus labios, sin tocarlos, haciendo el ademán de saludar.

La noche de carnaval siguió para el pintoresco dúo sin más interrupciones. Los bares estaban petados de gente, discurrían ríos de personas por las aceras, y ellos dos fluían entre todos como hojas de sauce a la suerte de la corriente. El capitán cedía el paso a la agente, arboleaba su sombrero con plumas y sonreía, siempre sonreía. La poli le correspondía con un gesto, que cada vez era menos breve, menos parco. Bebieron en una terraza en donde el frío no se sentía, tal era el ambiente. La mujer policía proseguía el interrogatorio para conocer los detalles más importantes en profundidad.
- ¿Playa o montaña? ¿Cuerda o viento? ¿Bécquer o Quevedo? ¿Tinto o blanco? ¿Animal o vegetal?
El corsario contestaba divertido con romances, refranes y dichos. Bailaron en un bar donde ella, porra en mano, fue abriendo paso a su capitán. Cada uno se descubría con su disfraz, se delataba con sus maneras, se manifestaba abiertamente. Se estaban conociendo y les encantaba, en una noche que tenía todo lo que tienen las noches encantadas.

Al alba se despidieron. El corsario tenía el avión de regreso a casa en unas horas de ese mismo día. Fijaron una fecha e hicieron una apuesta. Quien perdiera viajaría para encontrarse con el ganador.
- Es una apuesta excepcional y brillante –dijo Suárez-: pierda quien pierda, ganamos los dos.


Los días que siguieron al carnaval, o mejor dicho las noches, les acercaron por teléfono. Sólo verdad desnuda, sólo quienes realmente eran, sin las máscaras que usaban desde que se quitaron los disfraces. Esa había sido una apuesta tácita en la que no había nada que perder, y a la que jugaron sin temores ni prejuicios. El resultado fue que hubo dos ganadores. La apuesta expresa vencía en quince días.

Una noche, muy tarde y debiendo madrugar al día siguiente, después de conversar una larga hora, el corsario se rindió a Canales. Sintió que la charla estaba incompleta, y le mandó un mensaje:

“En estos momentos lamento como nunca la distancia que nos separa. Desearía importunarte presencial y concupiscentemente, para convertir nuestra irresponsabilidad horaria en fuente de delirios y divertimentos”

Ella sucumbió, cediendo también por fin al galante caballero:

“¿Acaso dirías que esto no es un delirio, que no es un divertimento?. Es el tiempo quien nos separa, no el espacio, y aunque despacio, en dos semanas se repara…”

- ¿Y se reparó?
- Pues han puesto un cartelito en un buzón: “Suárez y Canales”.

El resultado, definitivamente, es que hay dos ganadores.

lunes, 20 de septiembre de 2010

# 15. Meetic y ¿Rara avis?


Foto de VISA pour l'Image, Perpignan, 2010.

- ¿Cómo eres tan atrevida? ¿No te da miedo dar con algún loco? –preguntó mi querida y asustadiza amiga Ana.
- No puede haber más locos que en la calle –le contesté- las probabilidades son las mismas. Pura estadística. Y no soy atrevida, ya lo sabes.
- ¿Entonces? ¿Cómo te metes en un sitio así, donde pueden engañarte como a una niña, poner cualquier cosa para venderse? Mira que lo que se dice de esos sitios no es buena cosa. Ahí no vas a encontrar más que los restos, lo que no quiere nadie, gente que no vale un pimiento.
- ¿Eso es lo que opinas de mí? ¿Qué no valgo un pimiento? –le miré inquisitiva.
- Mujer, tú eres punto y aparte. Tú eres una mujer como la copa de un pino. No vamos a decir que hayas acertado, la verdad. Pero exponerte en un escaparate para que te escojan como en un catálogo por correspondencia… Te puede ver alguien del trabajo, tu familia, tu hijo…
- Ana, cariño. Hace un año que me divorcié y eso es público. En mi trabajo y mi familia lo requetesaben. Para mi hijo, en plena adolescencia, soy la última de sus preocupaciones ¡Ya tiene 16 años! Y además, igual que estoy yo, puede estar también alguno que valga la pena. Estadística, Ana, estadística.

La vida transcurre deprisa y caprichosamente y, en definitiva, lo que encontraba en Meetic era lo mismo que encontraba en la calle: estadística. Aburrida de las carencias y deficiencias de la demanda, una termina por no presentar oferta.

Un día, más aburrido que los demás, en mi bandeja de correo, encuentro: “Meetic: Juanbna_900 te ha enviado un nuevo e-mail”.

- Venga, va, tú has sido elegido para no ir directamente a “Eliminar” –pienso-. Abro.


De: Juanbna_900
Para: Belbelisa

Pero ¿tú qué esperas?



De: Belbelisa
Para: Juanbna_900

Alguien como yo.



De: Juanbna_900
Para: Belbelisa

¿Te basas en una simple foto y en una descripción para encontrar lo que buscas, para hacer tu elección? Me siento como un perro en el criadero, aquí, teniendo que demostrar mi pedigrí. ¡Qué tontería! No tengo pedigrí, y me siento juzgado por ello. Pero puede ser que sea muy diferente en la vida real, con muchos más atractivos que los que muestra una foto.


De: Belbelisa
Para: Juanbna_900

Señor:

No he mirado su foto ni su descripción, solamente he respondido a su pregunta.
Se siente como un perro… le comprendo perfectamente. Yo, por mi parte, la mayoría de las veces me siento como un pedazo de carne ante una jauría.

Entré en este lugar hace años, cuando era gratuito para las mujeres, y no me he borrado, lo cual me ofrece el “privilegio” de no pagar un céntimo. Sigo aquí y, de vez en cuando, entro en la página para ver lo que ocurre. Hace ocho meses que borro los correos sin abrirlos, pero la casualidad ha querido que leyera el suyo.
Verá, lo que ocurre es lo siguiente:

En su momento empleé un buen tiempo para responder y completar todo el cuestionario de mi ficha, y todavía recibo tests -para comprobar mi afinidad-, de tíos que esperan que sea yo la que siga contestando a más preguntas, cuando ellos no han puesto más que su edad, y puede que nacionalidad y horóscopo. No han leído la parte de mi presentación en la que digo “Quiero lo que ofrezco” o, simplemente, no han leído nada.

Digo que acepto un hombre con unos pocos años más o menos que yo, y recibo flechazos de hombres de 60 años que aceptarían una mujer entre 35-45 años. ¿Debería sentirme privilegiada por entrar en el lote? Dicen de sí mismos que son románticos y me reprochan que yo no lo sea (así reza en mi ficha). Sin embargo, no buscan más que carne fresca –con respecto a la propia- sin ningún interés en la templanza, la madurez y la ternura que ofrece y requiere el romanticismo…

Todos mis datos son reales, y me he encontrado con hombres que tienen diez años más de los que indica su ficha, en la cual habían puesto una foto donde tenían quince años menos –sin contar aquellos que no ponen foto “por motivos profesionales”-. Algunos con una barriga que no les permite ver su propio sexo, que buscan una mujer con silueta deportiva; peludos como osos pero que quieren una amable “manzanita” bien depilada.

Repaso mis correos para expresarme correctamente, y me encuentro con hombres que afirman tener estudios de licenciatura o superiores, y que cometen más faltas de ortografía que palabras escriben.

Recibo igualmente correos que son un burdo “copiar-pegar”, a modo de circular; creíbles quizá para una adolescente, pero nunca para una mujer. A veces no lo recuerdan y lo repiten, literalmente, al cabo de unos meses.

No hablemos del estado civil.

En fin, créame si le digo que comprendo su decepción, pero también que no es conmigo con quien debe envalentonarse. No acostumbro a prejuzgar, sin embargo, y tras la lectura de su correo, no estoy muy segura de que usted no lo haya hecho conmigo.

Soy una aventura magnífica en la cama, lo tengo claro. Aún así, en el mejor de los casos eso no me ocuparía más que una o dos horas diarias, lo cual es poca cosa comparado con lo que puedo dar el resto del tiempo.

¿A quién ofrecérselo? Insisto: a alguien como yo. Y yo lo quiero todo. De cualquier forma, ya hace un rato que no busco nada, en efecto. Solamente espero lo que deseo.

No piense que es más fácil de este lado –del lado de las mujeres- cuando lo que se pretende encontrar es franqueza, claridad y una compañía honesta.

Confío en haberme expresado bien, sinceramente,

Isabel

P.S. Y ahora, puede que lea su ficha.


No me tomé esa molestia. Me di el gusto de borrarme. Nunca me gustó la estadística, ni los numeritos.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

# 14. Vuelo de Madrid.


Illustration de Manara. 2004.


La mujer empleó más tiempo en embadurnar su cuerpo de crema del que había necesitado para ducharse.
Extendía la hidratación comprobando la suavidad de su piel en cada centímetro de recorrido. Un suave masaje y preparatorio dedicado al hombre que salía de viaje en ese mismo instante, parte del protocolo amatorio del que gustaba gozar tanto como él.

“Te imagino recibiéndome con minifalda de vuelo, camisa ajustada, sin ropa interior. Mi avión sale en treinta minutos”. Fue el mensaje que recibió para confirmar la hora de salida.

El viajero había hecho la maleta sin vacilar, tan acostumbrado estaba a ello. En el último momento recordó un antiguo juguete, un souvenir de Londres que compró contando tan sólo diecisiete. Revolvió cajones, estantes y armarios, hasta que encontró la “prenda”. La incluyó con el resto y cerró la maleta.

Como en él era habitual, llegó el último para embarcar. No había prisa: precavido siempre en llevar como todo equipaje el de mano, eran precisos escasos minutos para recorrer el espacio entre las puertas del aeropuerto y el avión. Pan comido. Si no hubiera sido por el trámite de pasar por la cinta de seguridad. El agente frente a la pantalla detuvo la banda móvil.
- Señor, no puede usted embarcar con ese objeto. Ha de dejarlo en las bandejas dispuestas aquí detrás. Normas de seguridad.
- ¿Qué? No puede ser, otras veces lo he llevado conmigo y… quiero decir que… bueno, que no es la primera vez que viajo con esto y nunca ha habido problemas.
- Puede llevarlo si se encuentra en el equipaje facturado, el que va en la bodega. En cabina no puede usted viajar con este objeto, debe dejarlo.
- Bien ¿qué pasa si lo dejo aquí? ¿Cómo lo recupero después?
- No se recupera. Todo lo que se deja en las bandejas se tira o se destruye y…
- Ah, no, no, no, no. Algún modo habrá. Lo necesito para trabajar, he de hacer unas fotos y debo llevarlo y, sobre todo, no tengo intención de perderlo.
- Pues lo lamento, pero no puedo permitirle pasarlo.
- ¿Podría llamar a alguien a bordo? Quizá si lo entrego a alguien de la tripulación, si está a recaudo del comandante… quizá podrían entregármelo al llegar a destino.
- Es que estos objetos no pueden viajar donde tengan acceso los pasajeros.
- Insisto, se lo ruego, ¿hay modo de poder consultar esa posibilidad?

Por los altavoces hacían la última llamada para el pasajero con destino…

- Se lo ruego, por favor, ese al que llaman soy yo… algo se podrá hacer…

El agente hizo una llamada. La situación se le antojaba cómica y tenía curiosidad por saber qué desenlace podría tener. Sintió simpatía por el viajero tenaz. Después de una breve explicación colgó e informó al reclamado pasajero:
- En seguida viene alguien.

Efectivamente, un auxiliar de vuelo se acercaba, con paso ligero.
- Tengo orden del comandante de hacerme cargo de un objeto que el pasajero no puede llevar consigo, ¿es así?
“¡Ah! Cielo abierto: volamos” pensó satisfecho.
- ¡Sí, así es! ¿Cómo no? Tenga, venga, que tenemos prisa ¿no?.
Sin mediar más, en un visto y no visto abrió y cerró la maleta, extrayendo su dichoso juguete y entregándolo al auxiliar. Éste miró la causa de tanta excepción con sorna, lo metió en el bolsillo del pantalón, y pidió al pasajero caprichoso que le siguiera. Ambos con ligero equipaje, recorrieron un par de pasillos levadizos que les embocaron por fin a la puerta del avión, la cual se cerró de inmediato.

En el panel de información anunciaban la llegada del vuelo procedente de Madrid. Diez minutos de retraso no eran muchos. Entre la gente que esperaba, el hombre distinguió en seguida la cabellera color violín de su amante, su silueta de guitarra. Con paso firme y saltarín, se acercó hasta ella divertido. Sólo unos instantes de un beso risueño, húmedo, gracioso, fresco, mientras giraban sobre sí como peonza y la maleta pendulaba.
- ¿Vamos? -dijo él.
- ¡Claro! -contestó ella.

El recién llegado metió la mano bajo la falda y comprobó con un apretón que la pelirroja había seguido sus instrucciones. Ella soltó una carcajada.
- ¡Pero qué magnífico culo tienes!
Aparcados en batería en la acera de la terminal de llegadas había seis autobuses destinados a cargar turistas extranjeros. Los conductores esperaban en grupo mientras charlaban aburridos. Todas sus miradas se posaron sobre las curvas de la nacional, y sonreían al eufórico acompañante, mitad cómplices, doblemente envidiosos.

- He traído un cargamento especial, especial para ti.
- Uhmmm… tú y tus especialidades… -ronroneó ella.
- Tengo dos pulseritas que te vas a poner a la vez, y que te van a tener bien quietecita…

La mujer volvió a reír, caminando con paso firme, todo garbo, todo meandro, toda rotunda, contundente.
Giraron hacia la zona de estacionamiento, bordeando la última esquina del edificio. Por una doble puerta blanca apareció, casi en forma de estampida, un grupo de hombres y mujeres uniformados que se detuvieron al instante y se dispusieron a fumar. Varios con gorras, algunas bajo el brazo. La pareja atrajo las miradas de todo el grupo, al tener que pasar por en medio disculpándose. Un uniformado dio un codazo al que tenía al lado y ambos saludaron al unísono. Todos sonrieron. Sonrisa general.
- Buenas noches, y feliz estancia.
- Buenas noches, ¡sin duda! y muchas gracias -contestó el madrileño.
- ¿Les conoces?
- Es la tripulación de mi avión.
- ¡Qué amables! ¿No?
- No lo sabes tú bien. En esos vuelos domésticos, con ciertas compañías… es como estar entre amigos.