lunes, 17 de octubre de 2011

# 31. Torero.

Foto: G. Brandy y E. Navarro, de la serie "Figues turques"

Ensimismada, perdida, observó que pasaba al lado del escaparate de una agencia de viajes. Se detuvo y miró los atractivos destinos que anunciaban. Entró. Había dos mujeres tras sendas mesas de despacho, una que rondaría la treintena y otra que no llegaba a los cincuenta. Se sentó frente a la más veterana.
- Estoy atravesando una crisis matrimonial y creo que necesito tomar cierta distancia, de tiempo y espacio, para encontrar una solución cuanto antes.
La empleada miraba atónita, sin idea del derrotero que tomaría la cliente, y sin atreverse a intervenir.
- Entonces... bueno: contamos con dos opciones. En la primera, tengo un ex-novio que dirige el casino de Budapest. Me llama constantemente para invitarme a pasar unos días allí, a todo lujo y gastos pagados. En la segunda, tengo un hermano que vive en Venezuela y hace mucho que anima a la familia a que vayamos a visitarle. Necesito un pasaje de avión, eso es todo. Lo que no sé es dónde ir.
- En mi modesta opinión - balbuceó la agente- creo que si lo que quiere es aclararse las ideas respecto a su matrimonio, quizá visitar a un antiguo novio no ayude mucho, y puede que incluso se líe usted más...
Miraba directamente a los ojos, acostumbrada como estaba en los últimos años a no encontrar respuestas a la falta de interés que manifestaba su esposo, buscaba el más mínimo gesto que expresara algo.
- Tiene toda la razón -dijo de inmediato-. Quiero un pasaje para Caracas.
- ¿Para cuándo sería?
- ¿Cuál es el próximo vuelo?
- En dos días, el sábado.
- Vale, para el sábado entonces.

******

A las 6h15, dejó una nota manuscrita para su marido sobre la mesa del comedor, y salió del apartamento para reunirse con el taxista que le esperaba, puntual. En la terminal del aeropuerto de Barajas, los paneles de información anunciaban retraso del vuelo a Caracas. Cercana la hora en que debía salir, no había novedades. En el despacho de la compañía, un grupo desordenado de gente hablaba con los dos empleados, parapetados tras la ventanilla. El retraso era indefinido, lo único que sabían era que no sabían nada, y la inquietud de los pasajeros aumentaba a la par que el tono de voz y las protestas.
- No he venido aquí para discutir con desconocidos, eso faltaba -dijo para sí- Lo que es, es, y lo que sea será. Yo me quedo aquí quietecita, que ya me enteraré sin mover un dedo.
Observaba la gente con desgana, sin reflexiones, sin interés. Paseaba la mirada entre carritos de maletas y piernas apresuradas. La vida existía fuera de aquel nido de desamor y desencuentros en el que se alojaba. El mundo seguía girando a la vez que su existencia se consumía en la indiferencia y en la búsqueda de una razón que explicara por qué, teniéndolo todo, no tenía nada. Sólo vacío, excepto en su cabeza. Sus pensamientos le atormentaban hasta el punto de haber perdido el sueño. Se sentía como un ratón de laboratorio, abandonado a su suerte en un laberinto estúpido, diseñado para agotarla y hacerle enloquecer.

Transcurridas dos horas de la prevista para el despegue, el pasaje se repartía entre los mostradores de la compañía y el del bar-cafetería. La compañía venezolana les hospedó en un hotel junto al aeropuerto, hasta nueva orden. Le asignaron una habitación que compartía con dos vascas sexagenarias, alegres como castañuelas y con un pedo simpatiquísimo a base de cubatas. Después de la cena, se quedó sola mientras que sus compañeras bajaron al bar. Asomada a la terraza, la tarde era tórrida y anaranjada. En el balcón de la habitación de al lado, un joven con cabello largo recogido en coleta estaba apoyado en la barandilla, mirando la tarde pasar, como ella.
- Buenas tardes, señorita. -dijo con acento venezolano.
- Buenas tardes.
- Me parece que somos pasajeros del mismo vuelo. ¿Seguimos sin tener noticias de cuándo salimos?
- Mmm, eso me temo. Mis compañeras me tendrán al corriente si hay algo nuevo.
- ¿Sola?
- ¿Solo?
- Sí... y es sorprendente que una mujer como usted lo esté.
- Temporalmente.
- ¿Puedo hacer algo para que deje de estarlo? Nada me gustaría más que acompañarle.
"Rápido, piensa, actúa" -se dijo- "¿Qué puede pasar? Nada. Nada malo ¿Hago daño a alguien? No. Listo."
- Invitarme a un agua con gas de tu mueble-bar.
- ¿Cómo no? ¡Eso está hecho! -respondió sin pensar el venezolano.

La puerta estaba abierta, el muchacho la sostenía con gesto cortés y sonrisa de bienvenida. Ella pasó sin más hasta el fondo, los saludos ya estaban hechos. Se detuvo en el quicio de la puerta del balcón, que permanecía abierta. La puesta de sol avanzaba, y el cielo se cubría de tonos más rojizos. Recordó que no estaba sola y, por no parecer descortés, hizo un esfuerzo y dijo lo primero que le vino a la cabeza. Quizá lo único que tenía en la cabeza en ese momento.
- Me gusta el rojo.
- A mí también; para mí es el color de la vida y de la muerte. Soy matador. Recién termino una gira de corridas en España y regreso a mi país por un mes. Luego torearé en México, hasta fin de la temporada americana.
- Qué interesante, tendrás muchas cosas curiosas que contar. Adelante, soy toda oídos -dijo en el tono de las conversaciones de ascensor.
- No me amerite* sin más. Puedo contarle de toros, entrenamientos, ganaderías, cuadrillas, apoderados... un día llegará en el que pararé pero, por ahora, aprovecho la ola, que la vida te trae cosas que debes saber aprovechar. Pero usted, catira* desconocida, usted sí que es un enigma.
La mujer-enigma sonrió de medio lado, más una mueca que una sonrisa.
- Soy un gran enigma, en efecto -dijo con sorna-. Ahora mismo, al pasar frente al espejo de la mesilla, me he visto y me he dicho: "¡Qué aspecto de enigma que tengo hoy, caramba!"
- Ja, ja, ja. Un peculiar sentido del humor sí que tiene. Pero no lo niegue: usted no es común. No parece que viaje ni por trabajo ni por placer -poco equipaje, no lleva maletín-. Tan linda, sola. No quisiera parecer metiche* ¿De dónde viene, qué busca? Elegante, no lleva prisa, porque la esperan. No escapa, pero persigue. Usted me gusta, me gusta burda*, ssseñora -añadió cuando observó la marca del sol del anillo de casada, que se había quitado antes de salir de casa.
- Vaya, todo eso lo deduces de un vistazo rápido desde que he entrado por la puerta de tu habitación.
- Todo eso desde que la ví a usted esta mañana, delante del despacho de la compañía.
- Éramos muchos, no me fijé en nadie.
- Yo no podía mirar otra cosa que no fuera usted. Usted... usted despide luz, es una estrella; está rica.
- Vamos a ver si nos entendemos, antes que nada. Eres muy joven para que te hable de usted. Yo no tengo edad para que lo hagas sin sentirme sospechosamente aludida.
- Es costumbre, es mi manera. No se moleste, le ruego. No sólo es joven, también es muy hermosa, es hermosa como una flor hermosa.
- Ya, claro... - dijo mirando de nuevo al día que se extinguía.
- Ja, ja, ja... Un poco descreída la veo, mamacita linda. Sepa que entró en el cuarto y lo llenó de un aroma deliciosa. Pareciera que me hubiera mandado el cielo un regalo de despedida.

Ella pensaba en su marido. Si una vez, de cuando en cuando, se le hubiera caído de la boca un "qué guapa estás" o un "qué bien te sienta ese vestido", un "qué suave es tu pelo", un "qué bien hueles". Si al menos alguna vez hubiera notado sobre sí una mirada de admiración por su feminidad. Si en alguna ocasión hubiera observado en él un gesto embelesado, quizá una mínima parte de los que descubría a diario en otros hombres a quienes ni siquiera conocía...

El torero empezó a desabrocharse la camisa. Ella seguía sus movimientos sin apartar la vista, sin sorpresa, sin frío ni calor, sin prejuicios, como espectadora de la imagen en la que ella misma era protagonista. Sin planes.
- Mis excusas... ¿Cuanto es que nos llevó el aeropuerto? Yo viajé dos horas de carretera hasta llegar, y dormí muy poco. Estuvimos festejando desde antier con los muchachos la despedida, y entre la espera y toda la vaina del bululú* que se armó y de andar de acá para allá, me hace falta una ducha para despejarme. Pensé echarme un camarón*, pero eso fue antes de verla en el balcón. Le invito a que se sirva usted misma, la nevera está muy completica. Salgo enseguida.
- Por mí está bien... adelante, no hay prisa -se limitó a contestar.

Así lo hizo. La mujer decidió sustituir el agua con gas por un benjamín, que repartió en dos copas. Acercó una al matador, que se deshizo en agradecimientos por la atención.
- ¡Qué chévere*! No acostumbro tomar*, pero hoy es otra cosa, su compañía convierte el día en feriado*.

Ella pensaba en su marido. Se lamentaba de que, cuando le daba las gracias por algo, lo hiciera con el tono de rutina y el formalismo típico de esas firmas descuidadas que se estampan en un "Visto bueno". Se sentía como aquellos zapatos desparejados, rotos, torcidos, que se encuentran en sitios inverosímiles, en una cuneta, en un solar abandonado, en un descampado de las afueras. Tuvo una historia, fue elegida, tuvo un compañero, tuvo un estreno gozoso, una historia recorrida, muchos pasos caminados. Sin propósito ni destino, sin sentido, se sentía repudiada, descastada.

La luna hizo su aparición en escena, retomando el tono rojizo del sol desaparecido que iluminaba a otros, en otro lado.
- Me gusta el rojo -dijo de nuevo, esta vez con una sonrisa mejor dibujada, mirando el cielo.
- A mí también, más si es el de su boca. También ese rojo significa vida y muerte.

El diestro se acercó sin reserva, apartó un mechón de cabello del hombro de la mujer, y miró en la misma dirección que ella, a la luna. A la vez que el satélite perdía el rubor, el estado de ánimo de la viajera se iba aclarando, se desteñía de la pasión con la que vivía el fraude de un matrimonio que, cada minuto que pasaba, tomaba matices de irreal e ilusorio.
- Pero el blanco, ese blanco que ciega, el blanco de su piel... ese blanco parece de ensueño -añadió el hombre moreno.

Sus miradas se encontraron, frente a frente. Se cruzaron y clavaron entre sí las pupilas como alfileres, penetrando hasta alzanzar sus pensamientos con la tenue luz que les rodeaba. Una sensación punzante de alivio y sosiego se apoderó de la fugitiva. Los labios del muchacho descansaron sobre el hombro recién despejado, los ojos de la mujer habían dado su aprobación.
- ¿Qué buscas tú, matador? ¿Qué me propones?
- Quiero que el deseo que me ha despertado le llegue hasta lo más hondo. Quiero que el día no se marche sin que yo quede en su memoria, mis caricias en su piel, que el tiempo pasa cargado con lo que cada uno le entrega. Quiero que después me dé usted su bendición... para amarla.

Ella pensaba en su marido. Tantos días -¡madre mía!- de esperarle. Tantas noches desesperantes, deseando que sintiera deseo. "Se dice hacer el amor, y tal. Ya sé. Vale. Pero hay cuerpo que aguante estos años de rutina severa, constante, abundante, se diría incluso que provocada. El amor se diluye entonces de manera que no se puede detectar, como partículas gaseosas que se expanden en el aire y se pierden, de forma inevitable. El amor, hacer el amor, adquiere la misma naturaleza que los sueños que olvidamos apenas nos despertamos. Sabemos que existieron, pero no conseguimos hilarlos, desaparecen inconexos para siempre. Queda el sexo doméstico: un contacto tranquilo y confiado, sin chispa, sin llama, aséptico; a ratos -cuando se piensa- triste. Y después viene la nada. Nada por aquí, nada por allá. O lo que es peor: un de tarde en tarde, simplemente por el pudor de la responsabilidad de esa nada aplastante. Eso es peor. Desde ese lugar no hay regreso posible. En efecto, estaba en un punto sin regreso, cualquier otra consideración le llevaría al mismo punto". Curioso: no había subido al avión y ya conocía su decisión. Un día de esos regresaría a la agencia de viajes y se lo contaría a la diligente agente.

El hombre recorrió con sus labios el hombro, el cuello, el rostro de la catira. Llegó a su boca, que lamió con apetito, degustando suavemente, como se come una breva madura y dulce.
- Esta corrida va por mí, señores -se dijo decidida.

La melena del muchacho dibujaba lances como el capote, cubriendo a la mujer conforme la recorría con sus labios carnosos y su lengua incandescente. Acostumbrado a llevar la iniciativa en la arena, se hizo un hueco, y rodeando con un brazo cada pierna, tiró de ella para encontrarse frente a un monte de Venus que bien podía ser un volcán un momento antes de una gran erupción. En el primer tercio el diestro encontró al toro noble y acudiendo*. Ante el jinete, con una de las más bellas cualidades de su bravura; ella se arrancó de largo* -de tan lejos como su sed de amor le trajo hasta el coso- en la suerte de varas. El remate fue certero.
- Dígame si quiere que venga con usted, estoy listo desde que entró por la puerta del cuarto. Pídamelo y vengo, mi amor.

Ella se sintió morir, más viva que nunca.
Horas después, en el avión, la viajera reposaba su cabeza, bella y durmiente, libre de cargas, sobre el hombro del hombre que había despertado a la mujer que siempre fue.

******
Acudir: Acción del toro de dirigirse al engaño con el que se le cita, sin el ímpetu y la violencia de la acometida.
Ameritar: Merecer, dar méritos.
Arrancar o arrancarse de largo: Expresión que se emplea, haciendo referencia al toro, cuando éste acude desde larga distancia al caballo en el tercio de varas.
Bululú: Alboroto, tumulto, escándalo.
Burda: Sinónimo de muy o mucho.
Camarón: Sueño breve.
Catire o catira: Persona rubia o rubio(guerita).
Chévere: Estupendo, buenísimo, excelente.
Día feriado: Día festivo .
Metiche: Dicho de una persona, que tiene costumbre de meterse donde no le llaman.
Tomar: Ingerir bebidas alcohólicas

jueves, 15 de septiembre de 2011

# 30. Tiempo amante y verdugo.

"Time goes by" Foto: G. Brandy /E. Navarro

La lira es una estrofa de cinco versos de siete y once sílabas rimados en consonante distribuidos así: a7,B11, a7, b7, B11. La introdujo a principios del siglo XVI Garcilaso de la Vega con una estrofa que le dio nombre: "Si de mi baja lira...".


Te busco y me abandonas,
y buscándote me pasan los años,
te olvido y me aleccionas,
¡Cuán cobarde sosaño
que un día me quieras y otro me hagas daño!

Me alivias y acompañas,
pace ensoñadora tu cercanía;
te rechazo y me engañas,
y así pasan los días,
siendo inevitable tu compañía.

Me inquietas y te espero,
¡es esa espera tan desoladora!
me exiges, me libero
revolviéndome en la hora
en que despierta exhausta la escritora.

Te cuido y te bendigo
si de tu contento me ofreces fruto,
me alientas, te persigo,
para en todo minuto
conseguir de ti un provecho absoluto.

Mira que eres maldito,
tiempo entretenido, tiempo rotundo,
porque te necesito
y te quiero fecundo,
siento que te pierdo cada segundo.

A los escritores pacientes y a las musas perezosas.

sábado, 3 de septiembre de 2011

# 29. Dos sin tres.

Foto: G. Brandy/E. Navarro

"Sólo las vides aguantan verdes mientras el resto se muere" La dificultad de ser japonés. Francisco Navarro.

Amir podría haberse llamado Francisco, o Miguel. Claro que también pudo haber sido Joystick o Kelvinator, sabido el gusto de algunas familias centroamericanas por condenar a sus vástagos a deletrear de por vida su nombre de pila. Por ser el primogénito varón, su madre pensó que llamarle "príncipe" (en árabe) era sofisticado y exclusivo. Finalmente, Amir Canales, llegada su familia de Venezuela e instalada en Argentina desde su pronta infancia, con los rasgos mestizos y su color cetrino, pasó a ser el turco, el negro o el indio Canales entre sus amigos y compañeros.

José Ramiro y Amir se conocieron en la facultad de derecho. El diminutivo de Rami era inversamente proporcional a su altura. Ambos muchachos tenían en común el gusto por los coches y las mujeres, y en más de una ocasión compartieron los unos y las otras, por separado o a la vez. Pura vida, puro placer. Divino tesoro, aquel tiempo de juventud del que, cercanos los cuarenta, seguían haciendo uso de tanto en tanto, durante periodos en los que sus caminos se cruzaban por los motivos más inesperados.

Blanca y José Ramiro se conocieron en la delegación madrileña de la multinacional en la que ella trabajaba y él se formaba. Una conexión inmediata les unió en cuerpo y espíritu, ese espíritu combativo e impulsivo que convierte a algunos niños de familias humildes en jóvenes ejecutivos sin rey ni patria.

La mujer había sido destinada para una misión comercial de seis meses en la sede de Buenos Aires. Rami saltó de la alegría cuando supo la noticia, y no tardó en mandar un sms a Amir: "Llega la gallega, un día de estos le hacemos una fiesta dedicada. Estoy seguro de que le gustará. Qué tal un finde en Mar del Plata?". El negro Canales ya tenía los antecedentes de Blanca: mujer hermosa, clara, directa, apasionada y apasionante. Blanca sabía de Amir: atractivo y bien dotado, soltero vocacional, generoso y vehemente.

De regreso del aeropuerto, el coche alcanzó un camino rural, un pedregal que, terminada la jornada de labor, ni siquiera los perros de la finca cruzaban. Allí se detuvo. Detrás, la vía del tren escoltada por el camino comarcal, al frente la autovía, a ambos lados las viñas. Blanca miró a través del techo solar, abierto, y exclamó:
- ¡Qué hermosura de cielo...!
Con su usual naturalidad se quitó la falda. Sin dejar de mirar las nubes rosas y anaranjadas de la puesta de sol, plegó la prenda y la colocó en el asiento trasero. Rami la miraba atento, una mano sobre el volante, la otra apoyada en la ventana abierta.
Hizo lo propio con la camiseta ceñida, que dejaba ver que no llevaba sujetador. Mismo ritual.
- Ahhh... ¿no es hermosa, la vida? Ja, ja... -su risa era fresca, como el canto del agua de una fuente.
Salió del coche, vestida con bragas y sus tacones de vértigo.
Abrió los brazos en cruz, abarcando cuanto podía la brisa templada. Rodeó el vehículo despacio, sorteando sin pestañear el suelo pedregoso bajo sus pies. Una vez frente al coche y con las luces de posición señalándola, se quitó las bragas. Y ahí, delante, apoyó sus manos sobre el capó y, con un gesto de su dedo índice, invitó al chófer a que saliera. Sin razones para hacer algo que no fuera obedecer a sus deseos, el hombre se reunió con la silvana de las parras.
Ella tomó asiento; entre sus piernas abiertas, la marca del coche destellaba con las últimas luces del día. Con una mano en el cuello del hombre tiró de él hacia sí para posar sobre sus labios un beso húmedo; con la otra mano en la bragueta, comprobaba que su amante atendería presto su apetito.
La bella se deshizo de cinturón y pantalón, como quien deshace una cordonera, y comenzó a inclinarse ante el hombre erecto.
- No... ¿qué haces? No, no... -balbuceó intentando cubrirse de nuevo- No me he duchado desde la mañana.
- Dime algo que no sepa, no me niegues lo que conozco y deseo.
- Pero es que...
- El olor a jabón es impersonal, no me dice nada. Me atrae el olor del hombre conocido y al que quiero.
- ¿Me querés? -preguntó él, un tanto confuso, cediendo en su propósito de volver a vestirse.
- ¡Claro que te quiero! Vaya pregunta... no estoy enamorada, no te hagas ilusiones, pero te quiero, muchísimo.

Antes de poder reaccionar, ella estaba agachada, su rostro apoyado sobre el sexo de su amigo, su boca acariciándolo, su nariz también. La delicadeza de sus gestos, tornándose progresivamente en pasión, agitaron la respiración del hombre.
- ¡Sos una diosa...! -exclamó tras unos instantes Rami, entrecortadamente. Ella contestaba haciendo honor a su naturaleza divina.
- ¡Vení, vení...! Y le pidió que se levantara, quería mirarla de frente, besar la boca que tanto placer ofrecía.
Algo cayó del bolsillo del pantalón. Antes de levantarse, la mujer recogió del suelo el iphone del amante aturdido.
- Tenlo a mano -dijo Blanca con media sonrisa burlona- estos cacharros son de utilidad en cualquier momento.

El hombre no prestó la menor atención al iphone, que ella dejó sobre el capó, convertido este en sede del encuentro internacional.
No era el lugar más cómodo, pero la adaptabilidad de la hembra convertía el lugar más inhóspito en una nube algodonada digna de la misma Heidi.
Él dentro de ella, con vaivenes entre el cielo y la gloria, los besos más hondos, las caricias a presión, las manos exploradoras. Con una casi estrangulación, la mujer interrumpió el movimiento y, sonriendo como una diablesa, dijo:
- Miremos en la misma dirección...
Se dio la vuelta. El hombre observó las curvas cerradas y abiertas de sus nalgas, sobre las que puso ambas manos con la firmeza que un capitán imprime al timón. Miró al cielo dando las gracias con el pensamiento, mientras penetraba la noche abierta de estrellas. Despacio, ganando ritmo. Ella dejaba salir el aire por su boca, sin estridencias ni artificios, lo retenía, lo empujaba de nuevo en dirección a las viñas.
- Vamos... quiero más, dame, dame...
Rami vio entonces el iphone al alcance de su mano. Sin preguntarse qué hacía ahí, lo cogió y lo puso junto al aliento de Blanca.
- Mandale un saludo a Amir, se lo encontrará ni bien abra el correo mañana a la mañana.
Rieron, jugar se les daba bien. Sin perder el ritmo y sin dejar de expresarlo, Rami le dio al REC. Blanca comenzó su discurso con los gemidos que llegaban a su garganta.

- Hola Amir... con este mensaje te mando un saludo y mis mejores deseos, como podrás observar... -suspiraba- es una lástima que no estés aquí con nosotros -mmmmmmm- quizá en otra ocasión... espero tengas un buen día, ¿Sí? ¡ohhh, sí!

El placer llegaba, sin espera, sin pudor, plenamente, para ambos... En la aparente calma que le siguió, Rami apretó el STOP.
De nuevo frente a frente, el deseo no había menguado, la mujer imantada lo impedía. Rami deslizó la mano entre las piernas de ella, introdujo un dedo, dos, comenzó a moverlos, y las caderas de Blanca marcaban el ritmo. Su gesto cambió: las cejas fruncidas, los ojos cerrados, la nariz palpitando, los dientes mordiendo su labio inferior. Apoyaba las manos sobre los hombros de su amante para mantenerse en pie. La agitación en su interior le hacía perder fuerza en las piernas, al punto de no soportar su propio peso.
Súbitamente, como un manantial a ráfagas, la mujer empezó a derramarse. El placer se escapaba a chorros por su sexo y a quejidos por su boca. Parecía que toda ella se licuaba para inundar las viñas. Rami participaba del espectáculo admirado y delirante. Tras varios minutos en un climax que parecía no tener fin, encogida sobre sí misma y sobre su amante, finalizada la tormenta, las convulsiones de su cuerpo la cerraban en un abrazo firme y contento.
- Yo también te quiero -dijo Rami.

La habitación del hotel acogió el descanso de los dos amigos. Blanca exhausta tras el viaje y el recibimiento, Rami con la mirada clavada en la bella durmiente, satisfecho, al poner el despertador recordó mandar un mail para Amir.

En la sala de juntas, desayuno de trabajo con la cúpula de dirección. Una secretaria terminaba de entrar el café y servía a quien lo solicitaba. Los asistentes tomaban asiento y abrian carpetas y portátiles. Amir abrió su correo. Mensaje audio de Rami; conectó los auriculares y escuchó.
- ¡Grandísimo cabrón! -esputó involuntariamente en voz alta Amir, con el rostro colorado y acalorado, con una tensión en su pantalon impropia de la hora y la situación- ¡Disculpen ustedes! -dijo balbuceando cuando se dio cuenta de que todos los presentes alrededor de la mesa le miraban, atónitos y espectantes- ... alguien me intentó colar un virus por el correo... afortunadamente lo he detenido a tiempo.

Unas horas más tarde, aprovechando la pausa del almuerzo, Amir hizo una llamada.
- Buen día, negro, ¿qué tal andás?
- Pero ¿Vos viste lo que me mandaste? ¡Sos un grandísimo hijo de mil put...!
- Ja, ja, ja, ja... -interrumpió Rami.
- ¿Quién te pensás que sos, Gardell?
- Ja, ja, ja... ¿qué pasó, no te gustó?
- Reí, reí... por poco me arruinás la reunión del mes, flaco, vaya momento para abrir el mensajito.
- Dale, decí la verdad: te encantó.
- Me puso enfermo toda la mañana... Decime ¿Cuando nos juntamos los tres con la gallega?
- Esta vez no, loco. Esta mina es... es diferente.
- No hablás en serio, ché. ¿Que te pasó, te volviste buen chico?
- Hablo en serio, negro. A Blanca la quiero para mí.
- ¡Uhhh! No te puedo creer...
- Me podés creer, Amir. Esta vez somos dos, sin tres.

Para Juanma, con cariño.




domingo, 1 de mayo de 2011

# 28. ¡Boba!



Hay una mujer, una tal Elena, que se cruza constantemente en mi vida por unas cosas u otras, y con su aspecto y voz de tontita me ha plantado cada sentencia que roza lo surrealista...
Después de unos años sin verla, nuestros caminos volvieron a encontrarse. Nuestros hijos iban al mismo colegio, y los mayores a la misma clase. En una ocasión, durante una cena entre madres, una amiga argentina me hizo un comentario sobre el joven extranjero con el que yo salía en ese tiempo:
- Hoy vi a tu gringuito con vos en el patio, cuando fueron a buscar a los nenes. No me acerqué para no arruinarle el festín, porque el muchacho te comía con la vista.
Las otras sonrieron y empezaron a prestarnos atención. Elena intervino:
- Lo que no sé es qué es lo que ha visto en ti.
Escuché los cubiertos de las otras mamás caer en los platos, se hizo un silencio que se podía cortar con cuchillo, y a mí me entró un ataque de risa. Entre carcajadas, le respondí:
- De verdad que no lo sé pero, seguro, que es algo que no ve en ti.
No quise recibir honores ni menciones por una victoria dialéctica que me habían servido en bandeja, así que no miré a nadie y me serví un poco de vino. Con todo, la cena resultó más simpática de lo esperado.

*****

Los viernes viene a recogerme el padre de un alumno de clases particulares. Sueco, divorciado desde hace dos años. La semana que le corresponde la guardia del niño me recoge a la salida del trabajo, y después de la clase me trae de nuevo al centro, con su hijo, y cenan fuera. El sueco está muy bueno y es muy mono, como los de Aha, pero sin tupé y con sus cuarenta años bien plantados. El hombre tenía hoy dolor de cabeza y paró para comprar un analgésico al pasar por una farmacia. Me quedé en el coche.
Por el cristal del escaparate pude ver a Pedro, mi amigo el farmaceútico. Pedro sale a atender cuando hay demasiada gente para los dos auxiliares que despachan. No sé si se puede decir que Pedro es gay. Durante la facultad salió con algunas chicas, hasta que terminó enamorándose de su compañero de piso, con quien compartía una infinidad de aficiones y con quien se divertía mucho. Algo que adoro de Pedro es su agudo sentido del humor, con toque inglés.
También ví por el escaparate a la pobre estúpida de Elena. Estaba mirando potingues para la cara. Cerré el coche y entré en la farmacia. Solté un "Buenas tardes" de chica de telediario, que hizo el efecto que esperaba. Guiñé un ojo a Pedro. Me acerqué al sueco y le dí las llaves del coche. Le expliqué al oido que había recordado que necesitaba un par de cosas, y me quedé a su lado. Ni bien terminaban de cobrarle a mi jefe, un claxon sonaba en la calle.
- El coche molesta -le dije con familiaridad- Muévelo, que yo voy en seguida.
El sueco no manejaba el castellano para darse cuenta de que le había tuteado por primera vez.
- Ok, estoy fuera - y sonrió sin saber muy bien porqué.
Justo Pedro se despedía de un cliente.
- Buenas tardes, le dije
La puerta se cerró tras el sueco
- ¡Cariño! - dije yo girando la mirada hacia la salida- oh, bueno...
- Buenas tardes ¿En qué le puedo servir? - me preguntó Pedro
En ese momento, Elena sujetaba un tarro de crema desmaquillante con una mano, mientras que su mirada y su atención estaban clavadas en mis movimientos
- Necesito preservativos
- ¿Alguno en especial? Hay envases de 3 de 6 y de 12.
- Bien... tres cajas de doce pero, dígame: ¿Tiene tallas?
Elena avanzó unos pasos, se detuvo junto a la góndola de higiene dental.
- Sí, bueno, están los normales, con diferentes texturas, colores, etc, y hay otras tallas.
- Necesito la grande, la más grande de todas.
- Este, por ejemplo, es extraflexible.
- No, verá... es que si no es la mayor, con las demás es inútil intentarlo, no es posible.
- Pues creo que estas dos cajas del fondo son las únicas que tengo, no se venden con frecuencia.
- Cierto, no es fácil encontrarlos.
Elena dejó el tarro de desmaquillante entre los dentífricos y cogió un rollo de seda dental. Avanzó hasta el expositor de artículos solares.
- Bien, quisiera un aceite de almendras dulces y canela, del que se emplea para masaje estimulante. Es de la misma casa que estos guantes del mostrador -seguí pidiendo.
- Tenemos la presentación de 750ml.
- Está bien. Por último, voy a necesitar un complejo vitamínico, algo que usen quienes hacen mucho deporte.
- Estas grageas son indicadas para periodos de aumento de la actividad física, tiene para un mes- me dijo Pedro, aguantando la risa.
- Muchas gracias, pues eso es todo. Si es tan amable de cobrarme...
Pedro embolsaba los artículos y hacía la caja, me acerqué al escaparate y saludé calurosamente con la mano a mi jefe, que no me vió porque estaba maniobrando para aparcar el coche. "Ya voy, tesoro" dije a media voz, mirando al cristal, e hice sonar la sintonía de mi móvil. Me giré de nuevo hacia el mostrador sonriendo, con el teléfono en el oido.
- ¡Claro que puedes esperar! -dije a mi teléfono sordo- ¡Claro que los he comprado! Y tú ¿Pusiste el champagne al frío? Excelente; va, tonto, que salgo en seguida. Voy a pagar.
Entregué el dinero a Pedro y se dispuso a buscar el cambio. Elena estaba a mi lado, con la seda dental en una mano y un aftersun en la otra.
- Un gringo nuevo, hola, embajadora de las Naciones Unidas...
- Hola chica! No, no es el nuevo, es el otro. Con este salgo desde hace dos años, si no me visita mi amigo de Luxemburgo o el de Barcelona. ¿Todo bien? ¿Remozando el botiquín veraniego?
- Quiero cambiar de crema facial de día -respondió Elena indiferente- ¿Cómo estás tú? Lo de verse en una farmacia...
- Muy bien, todo muy bien. La cosa es que nos vamos a meter en casa para follar todo el fin de semana, y estamos reuniendo las últimas provisiones.
- ¡Ahhh! - dijo mi interlocutora, dejando la boca abierta a la vez que miraba al exterior y veía al sueco buenorro, esperándome en el coche.
- Hala, pues eso, me alegro de saludarte, y me voy corriendo, que hace tres días que no nos vemos y este está como loco por entrar en faena. ¡Que vaya bien!
Pedro atendía a otro cliente, me guiñó el ojo cuando le dije "Muy amable, señor, muchas gracias y buenas tardes."
Crucé hasta la acera de en frente, donde esperaba mi cochero con la capota abierta -estos nórdicos nunca tienen frío-.
- Tiene usted un color muy pálido, le dije ¿Me permite que compruebe si tiene temperatura?
El hombre, extrañado y fuera de juego, me contestó afirmativamente.
Entré en mi asiento y me giré hacia él, él hacia mí. Llevé mi mano a su sien y media frente; la pava pegada al cristal de la farmacia, mirándonos.
- Pues no, parece que no hay fiebre- le sonreí. Vayámonos cuando quiera, en diez minutos Sven tiene clase de inglés. Si quiere luego puedo coger un taxi.
- Creo que sí, en cuanto llegue me tomo esto y me voy a la cama hasta que termine la clase. Luego prepararé algo de cena para Sven, no tengo mucho apetito. Yo me ocuparé del taxi, es una buena idea, muchas gracias por sugerirlo.
Me dedicó un gesto sonriente muy cortito de agradecimiento. Arrancó y nos fuimos. Yo a lo Grace Kelly, con fular en el cabello y gafas de sol.
¡Toma, Elena! Boba.

lunes, 25 de abril de 2011

# 27. Una historia entre tus brazos.


Durante el verano adoro la jornada de medio día, que me permite disfrutar de mis tardes. Escojo para empezar mi tiempo la estrecha franja de arena y rocas de la calita cercana. Por el viejo paseo marítimo sin comercios sólo hay gente corriendo, paseando, en bicicleta, de tarde en tarde. No hay bañistas a estas horas, hay que llegar caminando y no es ese pasatiempo de las grandes masas.

Estaba tendida sobre una amable roca que me devolvía el calor acumulado desde la mañana, frente a un sol que abrazaba toda mi piel. Escuchaba el oleaje embelesada, disipando las prisas del día, las caras, las palabras...

Un muchacho se detuvo con su bicicleta a unos quince metros. La levantó con una mano para bajarla del paseo a la playa y dejarla apoyada en una roca. Se sentó al lado, mirando al mar mientras se descalzaba. Se quitó también unos calzones y la camiseta. Me pareció recibir una ola de su olor que, a la vez que me envolvía, me permitió admirar ese cuerpo esencial, geométrico, perfecto.

Apenas habían pasado unos minutos cuando me sentí como una marioneta a la que una cuerda invisible levantara de repente. Me dirigí a la orilla, observé movimiento a mi derecha y, frente a su bicicleta, el muchacho entraba en el mar, como yo. Me miró. Fueron dos segundos, dos segundos que me quemaron. Me zambullí completamente cuando el agua llegaba algo más alta de las rodillas. Nadábamos hacia un punto convergente, en el que nos encontramos frente a frente, apenas a un metro de distancia.

Sólo cabía mirarse. Vi un hombre guapo, con rasgos marcados y gesto amigo, sonreía con los ojos, me invitaba con su media sonrisa insegura. En una brazada nuestras piernas se cruzaron, en un arrebato recibí un beso lento en la comisura de mi boca. Correspondí al beso, y su mano en mi cintura tiró de mí hacia su cuerpo.

Le confié mi equilibrio y me abracé a él con brazos y piernas. El vaivén de las olas era muy suave, sus manos, envolventes, decididas, firmes, masculinas... Sus labios devoraban mi boca, me atraía hacia sí con pequeños bocados, quería que le besara. Sujetaba mi nuca, bajando por mi espalda, abriendo mis piernas y apretándome contra su sexo, frotando nuestras caderas con un aparente desorden que no lo era. Me retorcía de deseo buscándole con mi pubis, ansiosa por poseerle, muy adentro, quieto, cerrado, mío.

En un instante precioso así fue, y penetró en mí certeramente, suave y firme, mientras buscaba con su mirada un gesto de placer en mis ojos, en mi boca.
- Shhhhhhhhhhhhttttt -fue lo único que dijo cuando sintió mi movimiento. Me detuve y seguí el ondear de su cuerpo, como una bailarina que se deja llevar por su pareja para bailar. Con movimientos apenas sugeridos, con la presión de piel contra piel, con un ritmo apenas perceptible, me brindó un lento paseo de deseo concentrado y una fiesta final que se prolongó hasta casi desvanecerme. Fue entonces cuando su respiración se tornó rápida y descargó varias sacudidas entre mis piernas; primero despacio, luego más fuertes, más profundas. Mordía mi barbilla y, entre dientes, sus gemidos de placer se confundían con un ronquido de animal cazador que también salía por su garganta.

Antes de perder una pizca de virilidad, salió marcando cada milímetro por donde se retiraba, lo que me hizo descargar en una convulsión ese último instante de placer de sexo contra sexo. Me cerró en un abrazo mayor pero más breve, y en una brazada que dimos cada uno, la distancia se hizo de nuevo entre nosotros. Ambos nos dirigíamos a la orilla, cada cual por el lugar por donde había entrado.

Con una paz infinita, me sequé rostro, pecho y brazos y me senté en mi tapiz. Con una vitalidad recobrada, él se secó con movimientos cortos y rápidos, se sentó de modo que pude verle de frente cuando se quitó el bañador, cuando se secó algo más suavemente entre las piernas, y cuando se giró para ponerse el calzón de deporte. Su pelo despeinado y húmedo me descubría una imagen que me gustaba como todas las otras que, sin darme cuenta, había empezado a atesorar. En un aleteo de un viento a favor (a mi favor) me llegó otra ola de su olor. Era como el anterior, pero distinto. Ahora ese olor era real, yo lo había abrazado, yo lo había lamido. Ese hombre al que miraba mientras se vestía, me había atravesado de placer hacía un instante.

Después de atarse las cordoneras tardó un visto y no visto en estar montado sobre la bicicleta, en el paseo. Se despidió al pasar haciendo sonar el timbre de su velocípedo. Yo estaba tumbada, con los ojos cerrados tras mis gafas de sol; sonreí al escuchar el timbre. Sentí una súbita curiosidad por verle partir y me incorporé para mirarle. Pedaleaba sin coger el manillar, y llevaba los brazos alzados y abiertos, como los corredores del Tour, cuando llegan ganadores a un final de etapa. Iba silbando. Mi corazón también.

viernes, 8 de abril de 2011

# 26. El agua y la sal.




"El amor como la sal" cuento número 10 del volumen primero de los "Fiabe, novelle e racconti popolari siciliani" de Giuseppe Pitrè (1875), cuenta cómo son necesarias el agua y la sal...

*****

- ¡Nos vemos en el Café de París! –dijo la secretaria de dirección mientras entraba en el ascensor- ¡a las ocho! –se apresuró a precisar antes de que se cerraran las puertas.

La nueva sonrió, y giró su silla rodante para retomar el trabajo. Hechas las últimas comprobaciones, apagó el ordenador y recogió metódicamente la mesa. Una mujer encantadora, la secretaria, pero era la única del grupo con quien Emma había tenido trato. Esos encuentros entre compañeros de varios despachos del edificio no le terminaban de convencer.

Sin embargo, pasó un momento por su apartamento, y a las ocho y cinco llegaba al Café de París. El grupo se había dispuesto alrededor de dos mesitas que juntaron previamente, y en un par de sofás y varias sillas bajas, el círculo de empleados se entretenía charlando mientras la camarera traía cervezas para todos. El ambiente era divertido, propiciado por bromas seguramente mil veces repetidas, de esas que comparte la gente que comparte mucho tiempo.

Antes de unirse al grupo se acercó a la barra para pedir una copa. Allí se encontró con el consultor que acababa en esos días su estancia en la empresa. El nacionalizado norteamericano con aspecto de siciliano esperaba sentado en una banqueta a que le sirvieran. El único contacto que tuvo Emma con la empresa antes de ser contratada fue una entrevista con él. Después coincidieron en un par de reuniones, cuando ella se incorporaba y él se despedía.

- Buenas noches -dijo Emma.
- Buenas noches -respondió él.
- Me alegra tener esta oportunidad fuera del despacho para poder darle las gracias.
- ¿Las gracias? No comprendo.
- Tengo entendido que su opinión fue decisiva para que me seleccionaran.
- Empecemos por el principio. Si no hay inconveniente, prefiero que nos tuteemos. No soy tu jefe, no soy nadie, en realidad. En dos días habré desaparecido. Tengo el vuelo de regreso a Boston confirmado.
- No hay inconveniente.
- Bien. No fue exactamente mi opinión, me contrataron para diseñar acciones y ejecutarlas. Yo he diseñado el puesto y tú reúnes cuanto es preciso para cubrirlo con entera satisfacción para la empresa. Simplemente dije que tú eras la elegida, y así se hizo.
- Aquí tiene - interrumpió el camarero, mientras abría una botella y servía al consultor- Buenas noches ¿Puedo servirle algo? -preguntó a la mujer.
- Buenas noches, si es tan amable, una copa de vino tinto.
- ¿Desea usted el mismo que el señor?

En ese momento, ella observó que la botella que tenía el camarero en la mano era de un rioja.
- Si me permites que te lo recomiende... -sugirió el hombre.
- Claro. Sí, por favor, que sea el mismo - aceptó ella.
- No se lleve la botella -apuntó él.
El camarero la dejó junto a las copas, con una sonrisa muy cortés.
- Para terminar, soy yo quien está agradecido a que aparecieras, porque con ello cierro todo mi programa, y la empresa me estará agradecida porque vas a dar muy buen resultado.
- ¿Tan seguro estás?
- Vayámonos de aquí.
- ¿Cómo?
- El ruido es insoportable, la reunión... bueno, excesiva tanto para uno que se va como para una que llega, no nos echarán de menos. Charlemos en otro lugar, Emma. Please...
- You're right Adrian. Let's go.
Pidió al camarero la botella, pagó y salieron del local sin que el divertido grupo reparara en ellos; cruzaron la calle para llegar a un coche aparcado.
- What a pretty night, don't you think so?
- That's exactly what I was thinking of.
- By the way... yes, I'm completely sure- contestó a la pregunta suspendida, mientras abría la puerta del acompañante para hacerle pasar.
- So am I - respondió Emma sonriendo, mientras entraba al coche.

Emma dirigió al casi extranjero hacia el castillo, por una sinuosa carretera que trepaba por la loma. Empezaba a anochecer, y la fortificación iluminada tenía un encanto especial, un halo de magia. Pasearon por las murallas a diferentes niveles, y desde cada rincón la ciudad a sus pies ofrecía un paisaje que hipnotizaba. Las luces dibujaban los perfiles de las calles; el tráfico daba la idea de un hormiguero pateado por un niño: idas y venidas, arranques y paradas, cruces y giros... en medio de un silencio apenas interrumpido por una cálida brisa marina, que pasaba entre las copas de los pinos como los dedos de un amante por el cabello de su amada.

El guarda de seguridad se acercó cuando estaban junto a la bandera que corona la fortaleza. Se divisaba el puerto y la bahía.
- Señores, es la hora del cierre, estamos comprobando que todo el mundo sale.
- Oh, claro, muchas gracias. Ya nos vamos -dijo él.
Aprovechó el paso por una papelera para deshacerse de la botella de vino, vacía, y dejaron ambas copas en el poyo contiguo.

Junto a su coche, sólo dos vehículos de seguridad estaban aparcados. Tras de sí, por el retrovisor, observaron cómo el mismo guarda cerraba las puertas sobre el puente, otrora levadizo.

Emma propuso dejar el coche apenas terminaba la carretera del castillo.
- Si damos un corto paseo nos encontraremos en pleno casco antiguo, podemos tomar un bocado.
- ¡Perfecto!
- Escucha -dijo Emma ni bien empezaron a caminar- no sabemos nada el uno del otro más que quiénes somos. Podemos emplear lo que queda de noche en contarnos vida y milagros y ser muy interesantes... o hacer algo mejor.
- ¿Tan mejor como qué?
- Probablemente no nos volvamos a ver jamás. Despreciemos el pasado que no nos ha permitido conocernos antes de hoy y el futuro que nos separará. ¿ Porqué no, simplemente, jugamos a que somos dos enamorados en plena luna de miel o similar? ¿Porqué no vivir esta noche como si fueramos confiados amantes en una ciudad nueva y desconocida para ambos? ¿Porqué no jugar a descubrir nuestra ciudad con nuevos ojos, y vivir este encuentro como uno idílico y apasionante que lleváramos esperando mucho tiempo?
- ¿Cómo que porqué no? Porque sí. ¡Claro que sí, adelante! -respondió entusiasmado Adrián mientras tendía la mano a Emma quien, con la mayor naturalidad, le abrazó y besó en la mejilla con la complicidad y la alegría con la que todos esperamos amar.

Caminaron de la mano por callejuelas bulliciosas y alegres, cenaron en una terraza por donde veían pasar la gente pintoresca que acostumbra a verse en las ciudades portuarias, tantas veces tomadas por la fuerza antaño y visitadas pacíficamente en nuestros tiempos. Conversaban con ligereza y humor, con profundidad e interés. Se miraban a los ojos, a los labios, se tocaban, se sonreían, celebraban, se besaban. El tinto les acompañaba de nuevo y brindaban por lo único, por lo exclusivo, por lo excelente. Rieron, rieron mucho.

- Oh Jesus! That's great! - acertaba a decir Adrián entre carcajadas.
- Come on, dear, let me explain to you... - decía Emma en esas interrupciones, mientras le contaba anécdotas tan inverosímiles como hilarantes.

En el corto paseo de regreso al auto se detenían para estrechar más un abrazo, para volver a reir. En la pequeña planicie solitaria que hacía las veces de parking, Emma sacó del bolso una llave usb que puso en el coche, y subió el volumen, dejando las puertas abiertas.

Las historias bien vividas tienen su propia banda sonora también, y los temas musicales adquieren un nuevo sentido.

Mientras sonaban bajo y guitarra, ella extendía los brazos y movía cintura y caderas serpenteantes; cantaba en italiano, sonreía, dirigía una orquesta imaginaria con brazos y manos... era feliz. Había disfrutado de una animada cena y una suculenta conversación, había recibido besos y caricias de un hombre que sabía besar y acariciar, y la noche se presentaba como un lienzo con un difuso boceto, que prometía una hermosa creación. Sonaba "Acqua e sale".

"Perché di te ho bisogno, non voglio di più"
*****
"I wonder if people around you know how complete and powerful you are". A.Belmonte. Thank you.

martes, 22 de marzo de 2011

# 25. Desnuda.

La octava real es una estrofa formada por endecasílabos (ABABABCC) usada fundamentalmente en poemas narrativos, que a principios del siglo XVI se usó en Castilla con tema amoroso por influjo italiano de los llamados capitoli de amor.

Me desnudo para ti con mis letras,
te entrego mis anhelos más íntimos
con las declaraciones más discretas,
y desde el primer día hasta el séptimo,
no hay jornada que se diga completa
si no eres tú mi pensamiento último.
A veces maldigo esta ensoñación
que oprime insistente mi corazón.

Te desnudo mi alma y mis intenciones
sin esperar nada a cambio, lo juro;
y aún me sorprendo con tus atenciones
que avivan en mí un sentir claroscuro.
Recorro tu camino con canciones,
siento deseo pero no me aventuro
a abrirte mi pecho y dar otro paso,
por el miedo al éxito y al fracaso.

Desnuda mi vida entera te muestro,
no pretendo otra cosa que entregarte
por la dicha de hacer lo mío nuestro,
compartir así para mí es bastante
pero puedo ver que eres un gran diestro
en la esgrima y en algún que otro arte,
lamento no entenderte, lo que hace
que más que querer, tema un desenlace.

Estoy desnuda ante a mi incertidumbre,
no acostumbro a lamerme las heridas,
no sé cómo caí en la servidumbre
de añorar una voz desconocida,
de buscarte, entre una muchedumbre,
de seguirte de lejos y escondida;
porque no me reconozco insegura
y no sé si este pesar tiene cura.

jueves, 17 de marzo de 2011

# 24. Dormir contigo.

Laying with you

Te veo sentado frente al ordenador, concentrado en la lectura, escribiendo. Me aproximo a ti con el sigilo de un felino, con la misma suavidad e impertinencia dejo caer mi cabello sobre tu brazo, arrodillada junto a tu sillón. Me acaricias sin mirarme. Mi boca trepa por ese brazo, se desliza húmeda retirando la manga que la cubre, alcanza tu hombro, tu cuello, te muerdo, manteniendo la presión, quieta como una gata. Ya no escucho el teclado, tus manos reposan sobre este en alerta, observo en ellas una pequeña convulsión cuando, al oido, te susurro "Hola".

Sigo usando mi boca como fuente para mis sentidos, y de ella bebo. Pasea por tus sienes, por las cuencas de tus ojos, baja por tu nariz hasta tu boca, que quiere besarme y no le dejo. Te miro de muy cerca, respiro el aire que exhalas; te repito, suave: "Hola" y tú respiras mi aliento. Giro el sillón, que no ofrece resistencia. Alcanzo con mis manos las tuyas, las enlazamos mientras me incorporo y tú me sigues. No hay más que hablar.

*****

Me gusta el calor. Me gusta la ducha al acabar el día. Ducha muy caliente. Cuando me quito de encima todas las mujeres que soy durante el día, desnuda, queda una mujer. Salgo del baño y te encuentro con un libro, algo de física. La pequeña lámpara sobre la mesilla en el rincón de lectura es lo único encendido; y el fuego. Llego descalza, perezosa, nueva. Sentada en el sofá frente a ti, con las piernas subidas y cruzadas, mi albornoz se entreabre.
- Acércate un poco, o enciendo la otra lámpara si quieres. ¿Tienes luz suficiente?
- No, no, está bien así, gracias -te respondo-.

Tardas unos minutos en darte cuenta que no hay movimiento. Sólo suena el crepitar de un tronco enorme en la chimenea. Bajas el libro, levantas la mirada. Frunces los ojos, adaptas la visión a la oscuridad que me rodea.
- ¿Estás bien? ¿Qué haces?
- Estoy muy bien. Te miro.
- Vamos...
- Te miro... no me apetece otra cosa.
- ¿Seguro?
- Segura.

Sigues con tu lectura. Bajas el libro de nuevo y me diriges la mirada. Ahora me puedes ver mejor, y compruebas que, efectivamente, te estoy mirando. Te sonrío, haces un gesto con la cabeza y se te escapa una carcajada. No dejo de sonreirte y, cerrando los ojos, te hago saber que deseo que continues con tu lectura. Así lo haces. Saltan chispas, y me levanto para comprobar cómo va el fuego.

Sentada en el puf frente a la chimenea, prefiero quitarme la prenda que me cubre, y sentir el calor sobre la piel, sin el tamiz del tejido. Embelesada, murmuro un son de fado, apenas para mis oídos. Ahora eres tú quien me mira.
- ¿Estás bien? ¿Qué haces? - te pregunto-
- Estoy muy bien, te miro -me contestas-

Reímos los dos a la vez. Dejas el libro sobre la mesilla y extiendes el brazo hacia mí
- Ven... pero mira esto... ¡Dios mío!
- Viniendo de tí, no sé cómo tomar esa invocación.
- Déjala estar, yo sé cómo tomarte a ti... en brazos.

Frente a frente, tus manos en mi cintura, en mis caderas, tras ellas... siento tu fuerza y levanto mis piernas, esta vez para rodearte.
Apago la luz, y me llevas hasta el sofá, donde me dejas como quien deja unas flores. Tú sobre mí.

*****

Existe un espacio de tiempo en que no somos más que el paso entre todo y uno mismo, sólo uno. El día termina y volvemos a ser nosotros.
Te preparas un té -¿es un té?-, frente a la bancada de la cocina, remueves con una cucharilla. Llego de mi estudio, después de apagarlo todo, con mi vaso medio lleno, en el que aún sobreviven casi intactos algunos hielos. Lo dejo junto a tu té. Con los dedos saco uno de los hielos y lo dejo caer en tu vaso.
No queda espacio entre tu espalda y mi pecho.
- Sigue removiendo... bebe.
- ¿Y eso? -me preguntas.
- Y eso que te invito a que lo bebas... sin quemarte.

Con una mano alcanzo mi vaso y lo apuro, con la otra desabrocho tu pantalón. Beso tu nuca mientras bebes. Del té no queda más que un poso.
Media vuelta, tu mano sobre mi hombro, me diriges y me llevas hacia fuera.
Nuestros vasos vacíos, nosotros llenos.

*****

Si supieras cuánto lo deseo... ¡Si tuvieras una pequeña idea de cuántas veces he soñado dormir contigo!

sábado, 5 de marzo de 2011

# 23. Tu olvido y mis recuerdos.

Photo: Pascal AVRIL

En un lugar perdido del mundo, tú perdido, y yo contigo. Perdida sin tí, me encuentro a tu lado, esperando.

¿Recuerdas, cariño, nuestro primer hogar? La luz retumbaba dentro, tanta era y por todos lados entraba. Aquella luz tenía el precio de subir cinco pisos de peldaños, que entonces no eran nada. A mí se me pasaban en un suspiro cuando los subíamos juntos. Tantas veces como subiéramos, interrumpías la conversación:
- Esas piernas que te sujetan, querida mía, serían la envidia del partenón. No hay tela en París que exhiba tanta maravilla.

Me has descubierto placeres eternos.

Me hablabas del calor.
- ¿Quién te acariciará como yo, si no es el sol? -me preguntabas.
En las tardes ociosas de nuestras primaveras, cepillabas mi pelo en la terraza mientras me contabas tus cosas, y me acaraciabas con tu cálido aliento bajo mi trenza. ¡Cuántas veces nos merendamos con delirio!.

Me hablabas del aire.
- Siente su olor, siente cómo avanza por tu piel, cómo la tensa el frío y la calma el tibio.
Las noches calurosas de nuestros veranos, tendida la colada en las cuerdas frente al ventanal, recogía la brisa más suave, y llenaba la casa de un aroma fresco a jabón, confundida con los aceites. Tendías el colchón sobre el suelo, en el paso de la corriente, para ofrecerme todas esas caricias.

Me hablabas de la luz.
- El horizonte es algo que podemos dibujar con nuestros anhelos. La oscuridad no existe, sólo es la ausencia de luz. Las sombras son la constancia de nuestra presencia, cambiante y pasajera.
Jugábamos a inventar historias con las sombras que la ropa hacía sobre paredes y techo. Tus cuentos fantásticos me llevaban de la mano por paisajes de una infancia en el país de las maravillas. Me hacías reir, y besabas mi risa.

Me hablabas del silencio.
- Nada debe ser absoluto. Sólo podemos apreciar el silencio cuando un pequeño ruido lo interrumpe. Las voces de esa gente que viene de festejar y camina en la calle, desde que empezamos a escucharlas hasta que se alejan y se pierden de nuevo, nos dan la medida de la profundidad de este silencio, y de su valor. El resto de ese silencio, tú lo adornas con tu respiración, ya quisiera el silencio tejer como lo hacen tus suspiros.
Y callabas.

Me hablabas del color.
Las tardes doradas de nuestros otoños, preñadas de ocres, sienas, terracotas y mostazas, eran el marco de nuestros paseos y el centro de tu paleta.
- Necesito el helecho de tus ojos y el coral de tus labios para que el resto brille.
Y en tus lienzos yo yacía durmiendo, cosía bajo la pérgola, me lavaba sentada...

Me hablabas de la esperanza.
En las mañanas nuevas de nuestros inviernos, abrazando la manta en la que me envolvías, me pedías en el patio que recibiera el nuevo día contigo.
- Este día es nuevo para nosotros, y nosotros somos nuevos para él. No sabe si nos equivocamos ayer, si hicimos mal o lo sufrimos. Hagamos que el recuerdo que este día guarde de nosotros sea el mejor.

Hoy, tú perdido y yo contigo, sin esperanza ni desesperación. Llegaste a mí como un arcón lleno de sorpresas que esparciste a mi alrededor, un cofre de tesoros interminables. Y en estos días de una estación desconocida y sin sentido, amor mío, mi existencia se viste con los tesoros que me has dado todos estos años.

Sólo puedo hacer una cosa: tomarlos en mis manos y mostrártelos, contártelos yo a ti, antes de guardarlos en el cofre de donde salieron. No son cosa para que otros compartan, sólo a nosotros nos pertenecen. El calor, el aire, la luz, el silencio, el color, la esperanza... cada cual tiene lo suyo.

Te debo una historia fantástica de héroes y hadas. Soy quien tú has alentado, soy tu mayor obra. Tú decías que eras por mí. Ahora te creo. Ahora te entiendo. No quisiera otra vida, si mil oportunidades tuviera. Cuando no estés, pasaré mis días abrazada a nuestros tesoros, tranquila. Esperaré como cuando esperaba en aquella estación de tren, con mi hatillo sobre mis piernas, con la alegría de saber que en poco tiempo estaré en tu compañía.

Te cuido con el celo con que se cuida a una criatura recién nacida. Poca diferencia hay... ¡tan frágil eres!
Pongo tu rostro entre mis manos y yo frente a ti. Te acaricio, te sonrío, y tu mirada se ilumina. ¿Es así como sonríes ahora, amor? ¿Quizá sí sabes quien soy? Como nuestros hijos sabían quienes éramos cuando no sabían quiénes eran, así tú -estoy segura- sabes quien soy yo. Te amo, te amo con mis entrañas, vida mía, y poco importa si ahora sólo eres olvido; yo, mi vida, soy tus recuerdos.


Merci, Jérôme, pour cette belle chanson.

domingo, 27 de febrero de 2011

# 22. Plato original

Revista ELLE
Nadie sabe mucho de Eva. Es difícil pronunciarse. Cuando alguien opina sobre ella, al final, las frases quedan inacabadas.

Solemos hacer reuniones de antiguos alumnos de la facultad. Desde hace no mucho, esas reuniones tienen lugar en casa de alguno. La convocatoria es a través de un blog creado para ese fin, con un número cerrado de comensales, en función de la disponibilidad del anfitrión. A través de los comentarios nos vamos apuntando o dando nuestras excusas por no poder asistir, y así se completa la lista. Hay una lista de espera, en el caso de que alguien se retire de la lista principal. El día anterior los inscritos reciben un correo de confirmación del anfitrión y la convocatoria se cierra.

Tenemos dos reglas inamovibles: ni se admiten más participantes del número que se convoca, ni contamos con las parejas. El espíritu es intercambiar experiencias profesionales y personales que nos permitan el desarrollo en ambos campos, al abrigo de la intimidad que es respetada por los miembros del blog. Nadie puede entrar en el club-blog si no es por invitación de alguno de los miembros, y su candidatura es aprobada cuando otros cinco dan su visto bueno.

La última cena tuvo lugar en casa de Cati, de la promoción 1980-1985. Éramos trece. Como por arte de... no sé, Eva siempre es la última o penúltima en apuntarse. Cenamos marisco. Cada uno aporta un plato o una bebida -eso lo especificamos igualmente en los comentarios, a medida que nos apuntamos-. Hacemos fotos del encuentro que luego se cuelgan en el blog, generalmente de la mesa puesta y antes de que la ataquemos.

Ostras, gambas al ajillo, chirlas encebolladas, bogavante en su salsa, salpicón... Cati se hizo cargo de los postres, y cocinó una deliciosa tarta de café y chocolate. También sirvió unos licores caseros que ella misma elabora con hierbas que recoje en sus largas caminatas por el monte. Tras el postre y el café, cuatro salieron a fumar a la porchada, cosa que agradecimos los no fumadores.

Más animada la reunión después de los caldos de Cati, alguien tuvo la idea de que las sucesivas cenas fueran temáticas. Un raudal de propuestas se vertieron sobre la mesa: cenas monocromáticas, cenas con alimentos típicos de un país o región.

-¡Cena de Pedroñeras! dijo muerto de risa Pedro. Los demás le acompañaron el comentario con carcajadas.

También se habló de cenas con motivos inverosímiles -como la boda virtual entre dos asistentes-... El juego de palabras era muy divertido, y la tormenta de ideas inundaba el comedor. Parecía que estuviéramos en el Club Social de la facultad, en los tiempos muertos que convertíamos en los más vivaces.

- ¿Porqué no cenar sobre alguien? -dijo Eva.

Hubo un instante de silencio y los rostros de los presentes reflejaron sorpresa, admiración, curiosidad... aprobación. A continuación, sonrisas y replanteamiento de la tormenta de ideas.

- Eso lo hacen los chinos -dijo Maite- lo he visto en youtube.
- Japoneses, son japoneses -corrigió Andrés.
- ¿Qué más da? asiáticos al fin -añadió Fran- Pero esa gente es muy rara. Comen sobre una muchacha flacucha que parece de porcelana, por el color y porque no se le mueve ni un pelo, inmutabe, y con palillos. La miran flipando, palillos en mano, y sushi que te crió. Ese formato no tiene la menor gracia.
- Precisamente -dijo Eva- Quizá copiemos la idea principal, pero no se puede decir de nosotros que no tengamos capacidad de tomar una idea y resetearla.

Yo me encontraba a la izquierda de Eva. Mientras, el resto planteaba si pagar a un par de desconocidos para servir de plato, si acaso pudiera servir alguno de los presentes, si quiénes podrían asistir o no, si alguien pudiera molestarse, si desnudo integral o parcial, si era cosa de anunciar tal cual en el blog, si... un sin fin de consideraciones. Yo observaba cómo Eva, atenta a la conversación pero sin mirar a nadie, con la disposición y la delicadeza que todos le conocemos, había cogido la paleta de servir la tarta y cortaba en pequeños trozos el resto del pastel que había quedado.
- No puede ser tan complicado -dijo ella en voz baja que, no obstante, todos escuchamos; y siguió cortando la tarta hasta que terminó como un damero, completamente cuadriculada.

Entre tanto, llegaron las risas a propósito de si se exigiría depilación completa o no, si los hombres aceptarían comer sobre otro hombre o si sólo se debía contar con un plato femenino... las mujeres protestaban también entre risas y exigían igualdad de oportunidades.

Eva se levantó de la silla, y haciendo el gesto de levantar la falda de su vestido, preguntó:
- ¿Os parece inoportuno un ensayo? ¿Os molesta?

Entre incrédulos y sorprendidos, de nuevo, una catarata de voces, femeninas y masculinas, al unísono, replicaron:
- ¡No, no!
- ¡Qué va!
- ¡En absoluto!
- ¡Para nada!
- ¡Adelante!
- Nada de fotos ahora -dijo Matias-

Las cámaras digitales y los móviles desaparecieron a la una en bolsos y bolsillos de chaquetas, a la vez que en silencio y entre todos, apartaban vajilla y cubertería del centro de la mesa.

Viendo su cuerpo en ropa interior y con medias hasta medio muslo, pensé que nadie mejor que ella lucía el nombre que se le había dado. La tentación no vive arriba, la tentación es ella misma. Sentí que mi piel se erizaba, y un calor sofocante me agarró el cuello como una cuerda de ahorcado. Le tendí una mano para que subiera a la silla, Vicente hizo lo mismo del otro lado. De la silla a la mesa, y sobre su espalda, ella extendida entre los presentes, y ante los fumadores que habían llegado justo unos segundos antes, con la mirada atónita buscando una explicación a lo que ocurría, sin articular palabra. Todos alrededor, Eva invitó a Luis para que dispusiera los bocados de pastel sobre su cuerpo.
- ¿Quieres ocuparte tú, Luis, por favor?
- Claro... Sí, claro que sí.

Como si introdujera barquitos en botellas de vidrio, con ese cuidado, Luis distribuyó los trozos de tarta. Los demás sonreían, se miraban entre sí, miraban el trabajo de Luis. Eva cerraba los ojos cada vez que uno de ellos tomaba contacto con su piel.
- Mmmm, está frío -dijo con una voz casi imperceptible.
- Listo, hay dos bocados para cada uno. He dejado dos para ti en la fuente, para cuando terminemos -añadió Luis
- Bien, muchas gracias -sonrió Eva- Cuando gustéis.

Cati sugirió que fuéramos comiendo por el orden que quisiéramos, un bocado cada vez. Así fuimos haciendo. La mesa, cuadrada y gigante, requería que el comensal se subiera para acceder a su bocado. Hombres y mujeres nos alternábamos para llegar a ella. Los demás esperaban y observaban el original ágape, sobre la mujer original. Hubo quien, después de comer entre sus pechos, le dio un beso suave en uno de ellos. Quien volvió a morder con los labios sobre el lugar de donde previamente había tomado su bocado. Hubo quien le besó brevemente en los labios, con aliento a café y chocolate; quien le susurró algo al oído; quien le dijo "gracias, preciosa"; quien le besó en los pies; quien a penas le lamió.

Nos acercábamos a Eva como quien se acerca a una criatura peligrosa que duerme y es preciso que siga durmiendo, nos retirábamos como si se tratara de la reina de la creación y hubiéramos de postrarnos ante ella, sin darle la espalda. A gatas, sobre la mesa, fuimos pasando todos en nuestro turno. Ella apenas tenía un gesto de sonrisa contínua, que se acentuaba con los bocados; inspiraba sonoramente, expiraba de igual modo, cada vez que alguien comía o acercaba el rostro a su cuerpo. Su piel, toda su piel, estaba alerta y daba señales claras. Nadie hablaba, si no era para dedicarle una o dos palabras. La tensión de los doce comensales era palpable, y las miradas de unos y otras vagaban como embriagadas, sobre el plato original, esquivándose ente sí.

Ese ejemplar único, ese animal humano había prendido en nuestros instintos más básicos y primitivos el deseo en su estado más puro. Cosa extraña, atrapados y liberados, pureza y lascivia, sometimiento y rebelión. Yo comí en su ingle y junto a su cuello. Tuve la sensación de que el olor a mujer traspasaba el del café azucarado, y vencía en un pulso entre ambos. Después del segundo bocado le dije "te adoro", al oído. Parpadeó lentamente.

Eva llegó con Amalia, y con ella abandonó la reunión en primer lugar, después de compartir un rato con nosotros. Tomó los dos bocados que le correspondían y apuró dos caliches del licor casero.

- Amigos, ha sido un gran placer. Me ha gustado mucho cómo lo hemos hecho, estaba segura de que no debía ser difícil. Sois un grupo fuera de lo común, y os estoy muy agradecida -nos dijo al despedirse-

Sin que ninguno quisiera abordar el tema, cierto era que tampoco podíamos pensar en otra cosa. La excitación nos había dejado exhaustos.

- Ella sí que es algo fuera de lo común -dijo Juan.
- No entiendo cómo no se le conoce pareja. Es... Eva es... -Marga no supo terminar la frase.
- Sería injusto que Eva perteneciera a una sola persona, debería ser declarada patrimonio de la humanidad -dijo Carlos.

A los pocos minutos, visto que no había nada mejor que decir ni hacer, cada cual tomó el camino de regreso a su casa.

Por mi parte, mientras conducía en silencio, pensaba en ella. Es cierto, yo tampoco comprendo porqué no tiene alguien. ¿Porqué no, incluso... yo misma?

Dedicado a los Piscis, imaginativos, sensibles, amables, intuitivos, soñadors, misteriosos...

miércoles, 9 de febrero de 2011

# 21. Dulce de yema.


Tinta china y color sobre papel.

Cena de trabajo. Ligera, regada con tinto añejo. Cerca de la media noche dejo el lugar con pereza, y al verme sola en el coche me apetece escuchar la radio.

Suena jazz. El saxo es envolvente y fluido, y el piano sugiere un sendero sinuoso y sonriente, como un tobogán de parque acuático. La música me invita a deslizarme por un tirabuzón de la imaginación, al final del cual te encuentras tú. Una invitación a piel clara de hombre claro -hombre claro y conciso-; sonrío.

Y al son, en la carretera solitaria, con luces de semáforos, farolas y ventanas lejanas como fondo visual, te descubro tendido sobre sábanas. Y yo sobre ti tendida... es decir, extendida. Es tu piel lo que estoy buscando. Como mantequilla tibia me impregno y penetro por tus poros, me fundo maliciosa y me incorporo a tu torrente sanguíneo, te recorro, te aceleras, te retengo, te desesperas. Te susurro al oido parte de lo que deseo hacerte, y dejo que tus ojos expectantes busquen una razón para descifrar los pequeños caprichos (¿He dicho castigos?) que deseo regalarte. Quiero que tu mirada me pida la ejecución de mis susurros, quiero que quieras mucho, que quieras más. ¡Qué mágico el instante en el que, juntos, nos calzamos un par de alas para volar!

Cierras los ojos con la cabeza desplomada. Tus labios transmiten tu excitación y los míos los comen. Mientras, mis caderas recluyen ávidas tu viril turgencia, y danzan acompasadas, rítmicas. Me das hambre. Empleo tu erección en un lento cortejo interior, presionando tu sexo dentro del mío como el dedo que rebaña un tarro de dulce de leche vacío: todo a lo largo y a lo ancho, todo su profundo fondo.

Ofrezco mis pezones a tu boca gozosa y perdida en un laberinto de gustos inesperados. Tu boca. Encuentras en mis pechos un recodo donde libar con la calma de quien no piensa, con la intensidad de quien no piensa en otra cosa. Estando sobre ti y tú dentro de mí, esa boca tuya es un resorte que me empuja a la urgencia, que desbarata mi paciencia y me lleva a cabalgar con prisa. Me das ganas. Siento que me precipito y no quiero que así sea. Freno la succión que me enloquece y agarro con las dos manos tu cuello. A veces, a cambio del placer que me das te mataría. Otras veces te daría mi vida. Cuando me llevas a ese punto, poco importaría lo uno o lo otro. Pregunto al cielo -para mis adentros- qué color es este.

Te esculpo con mis manos, con mis labios, con mi boca. Escupo bajo tu espalda, explora mi lengua tus quejidos, te confundo y te giro, para enfrentarme a tu sexo, y coronar de nuevo esta cima.

Soy un paréntesis abierto, que te contiene y me llena. Insisto, regreso mi rostro sobre tu pecho, me curvo, te huelo. Tu olor. Muerdo tus brazos extraviados que se escapan pero regresan, que me temen pero me buscan. Tus ojos. Confundidos por momentos me suplican no saben qué. Tu voz. Ahogada y entrecortada se queja agradecida. Tu piel. Presa e impaciente por llegar al centro de este universo.

Ruego que intervengas, apelo a tus manos... ¡Tus manos! Sé que saben el camino, y al evocarlas me llevan a buen destino.

Detenida en una parada, en una hora en la que ya no para ningún colectivo, con las luces de emergencia señalando una hora y un sitio, me encuentro con la yema de mi corazón derecho arrugada. Lentamente, la extraigo de su cobijo y la llevo a mi boca. Saboreo dulce de yema.

Dedicado a tus manos.

martes, 11 de enero de 2011

# 20. Conversación de cafetería.


Con las chicas, en Berlín...


ACTO PRIMERO
(Susi, Elisa y Rosa están en la terraza de la cafetería, sentadas alrededor de una mesilla conversando. Llegan Lara y camarero, unos pasos tras ella)


Lara: ¿Siempre hay alguna cosa
que una novia deba admitir
que es difícil consentir
siendo apenas quisquillosa?

Susi: A Lara se le ve venir.

Rosa: Lleva un tiempo quejosa

Susi: Yo creo que es otra cosa:
que no siente, y quiere sentir…

Lara: ¿Queréis dejar de hablar de mí
como si fuera una menor,
sin conocer un pormenor,
como si no estuviera aquí?

Elisa: Amiga, no te molestes
porque opinemos sobre ti.
Con cariño tienes aquí,
a tus soldados, tus huestes.

Lara: Lo siento, tienes la razón,
Lo cierto es que la tenéis,
hace tiempo que no me veis
porque llevo un caparazón

Susi: Nosotras te conocemos.
son asuntos del corazón
que, deshecho de desazón
hace que nos encerremos.

Camarero (recién llegado): ¿Qué desean las señoras?

Lara: (aparte) Mira éste, ¡qué pregunta!

Rosa: Tengo hambre de marabunta
y aunque sé que no son horas
yo quisiera un bocadillo
con jamón, tomate y queso;
una caña larga en vaso,
y después un carajillo.

Elisa: (a Rosa): Nena ¡Eso sí es apetito!
Yo quiero un café con leche

Lara: Espero que te aproveche (a Rosa)

Susi: Un solo, que sea cortito

Lara: No os vayáis a atragantar (a Rosa y Susi)

Camarero: Queda usted por decidirse (a Lara)

Lara: ¿Es su costumbre lucirse? (al camarero)
Porque lo acaba de bordar:
de cuatro mujeres que ve,
la que no tiene ni idea
baila siempre con la fea
por tardar en escoger.

Camarero: Quizá algo de beber…

Lara: Pues lleva razón el mozo:
no tendría mi alma en un pozo
siendo firme en mi proceder.
Café con leche quisiera
para mí también, por favor
¡Vayamos a entrar en calor
de una agradable manera!

El camarero se marcha, después de tomar nota.

Elisa: Te hemos visto muy precisa
en contar al camarero
que estás en un quiero y no quiero,
turbada por indecisa.

Lara: Este casi paga el pato,
que la angustia mete prisa.
Que se siente mi camisa
me interesa de este rato.

Susi: No lo jures, no es preciso.
Pero, por favor, empieza,
para ordenar la cabeza,
¡Hacerlo al primer aviso!.

Lara: Sabéis que quiero a Gonzalo…

Rosa: Sabemos que vives con él
sin manifestar el querer
de “en lo bueno y en lo malo”

Lara: Justamente: no hay un trato
pero cerca está la fecha
en que ese acuerdo acecha,
y me planteo, con recato,
que si soy, en fin, derecha
debería admitir tal vez
que más que amor es tozudez.
Que no le amo es mi sospecha.
El sentimiento es molesto:
estoy con nervios de punta,
y además de ello, se junta
que ya está todo dispuesto.

Susi: Te mareas demasiado,
quizá eres muy exigente
para ti y para la gente,
y al fin no pillas bocado.
Relájate con los tíos,
con todos en general,
que al camarero, buen chaval,
te lo ibas a comer frío.

Rosa: Si por encontrarle un “pero”
te planteas tantas dudas…
parece que a estas alturas
estás lejos de un “sí, quiero”

Lara: ¿Quien quiere querer con un sÍ?

Elisa: ¡Con un sí siempre, las dos partes!
Hasta donde llegues… ¡comparte!
Que yo no me comprometí,
y por eso a nadie falto.
Ahora esa es mi elección:
que dentro de mi corazón
no tenga horma mi zapato.
Si no sé o no he sabido
lanzarme al ruedo del querer,
no me apuro por no tener
amante, novio o marido.
Lo tuyo es bien diferente
porque hace años que estáis juntos,
y llegados a este punto
que seas clara es conveniente…

Susi: Mujer ¿pero qué te pasa?
¿Por qué ahora confundida?
¡Seguro que es la estampida
típica de quien se casa!

Lara: Que no, que no es sólo eso.
No hay futuro donde no lo hay,
Mi presente vivo en un ¡ay!
Mi corazón se ahoga preso.

Rosa: ¿Desde cuándo sientes así?
Lo descubriste hace mucho?
Por primera vez te escucho
y lo siento tanto por ti…
Con Gonzalo ¿lo has hablado?

Lara: Sigue el gato sin cascabel.
A un paso la luna de miel,
y mi novio no es mi amado.
A veces algún detalle
suyo me saca de quicio,
Para mí es un sacrificio,
y es difícil que me calle .
Ya sé que esto no se pasa.
El tiempo no ha sido en balde:
ni ese hombre es de mi molde,
ni somos la misma masa.
No soporto ni lo quiero
soportar; he de claudicar.
Si es que no se puede cambiar,
no será mi compañero.

Rosa: Dinos algo, un ejemplo
de aquello que consideras
que sea tan grave de veras
para expulsarlo del templo.

Lara: Podéis pensar que es muy tonto,
pero algo con lo que choco
es que un tío se saque los mocos
y se quede tan contento
mientras te sigue hablando,
que aunque sea en confianza,
también pesa en la balanza,
y de a poco va sumando.
Que no sé si es que me tienta
o me impone como tasa,
por compartir vida y casa,
un vicio que desalienta.

Rosa: ¡Eh! Tampoco es para tanto,
no le llamaremos vicio.
¡Decir que no es lindo oficio
es justo a todo punto!
Pero suspender al chaval
y condenarle al destierro
me parece mucho hierro
por una miseria banal,
que sé de calamidades
que aguantan otras mujeres,
por amor o por haberes,
que son los mocos bondades.

Lara: Que no son los mocos, Rosa.
Que no me gusta está claro.
Hoy veo con desagrado
una tacha en cualquier cosa.
¿Qué debo sentir por mi novio,
más si es pronto ser su esposa?
¿No es más normal ser dichosa,
que encontrar razón de oprobio
en todo cuanto sucede?
Y si es grande la molestia
de tornar en hombre al bestia,
porque la rana no cede,
me pregunto: ¿Qué merece
tanto mi empeño y constancia,
si conviene la distancia
de quien nos pausa y decrece?

Elisa: ¿Quién te pone una pistola
en la sien para forzarte?
Aprende antes de acostarte
que en esto decides tú sola.
Mira a Rosa ¿Quién diría
que su pecho late fuerte,
aunque maldiga su suerte
varias veces cada día?

Rosa: Buen ejemplo, buena amiga.
Es cierto que cambiaría
de mi hombre… ¡Madre mía!
¡Muchas cosas, mucha miga!
Pero también es muy cierto
que nadie reúne como él
lo que más admiro de un ser,
y siempre se brinda abierto
a escuchar mis argumentos.
Luego ya, si hace o no hace,
tiene siempre un desenlace,
que no es más que otro momento.
Y con esto, creo, termino.
que cada uno es cada cual,
y a mí no me parece mal
que camines tu camino. (dirigiéndose a Lara)

Lara: Me fastidia sobre todo
sentir dudas al decidir.
No quiero con esto decir
que lo evito de algún modo;
es que sólo estoy segura
cuando no queda en qué pensar.
que después de sopesar,
dar el paso no me apura.

Rosa: De sobra sabemos todas
las que estamos ahora aquí,
que una sabe si es que sí,
si es que no, si no es ahora…

Elisa: Sin llegar a hablar de boda,
que en realidad importa o no,
hablamos de aceptar a uno
que no pega ni con cola
en detalles en que mola
ir los dos al unísono.
Si el hombre viene del mono
no soy yo quien se acomoda,
que por tener hombre al lado
hay quien se vuelve del revés
hay quien renuncia a ser quien es,
por la ilusión de un amado.

Susi: Equivocado es pretender
escoger a una persona
y ponerse rezongona
porque no sea posible hacer
de ella lo que queramos.
Que por desear ser patrona,
vestir de seda a la mona
nos deja peor que estamos.
¿Has pensado algún momento
que fuera al revés la historia,
y quisiera él que su novia
fuera princesa de un cuento?


Lara: Es que no resulta fácil
conseguir el apropiado.
Con el corazón ajado
queda un sentimiento grácil.
Mejor debería elegir
el destino de mi pasión,
e impedir a mi corazón
empeñarse para sentir.
Por un tiempo, por lo menos,
no quisiera encontrar varón
que venga a nublar mi razón
y a acampar ancho en mis fueros.

Susi: ¡Y dale Perico al torno!
Que no es preciso rebuscar
lo que solo debe llegar.
¡Que no sea el amor trastorno!
Por recibir un “te quiero”
no me fuerzo a corresponder,
y será el mismo proceder
si mi amor clama el primero.

Lara: La verdad es que no espero.

Rosa: Negarse la ocasión no es
más que hacerlo todo al revés.
“No amo” no es decir “no quiero”.

Susi: Por un “te quiero” verdadero
sentiría agradecimiento.
Y si ha llegado el momento
en que me digan te quiero,
es porque también mi sentir
he mostrado a ese hombre,
por lo que nadie se asombre
si accedo presta a asentir,
y que resuelva acogerle
con lo bueno y lo no tanto,
que de mí hay otro tanto
que quisiera no mostrarle.

Elisa: Querida Susi, bien dicho.
Que si no hay señor perfecto,
también una tiene defectos,
y no es causa de entredicho.
Para caballo sin mancha,
quédese una sin él,
que en las cosas del querer
tiene el alma manga ancha.

Susi: Tus palabras me hacen gran bien,
sé que hablas con cariño,
y os anuncio sin aliño
que me voy a vivir con Gabriel

Rosa: Calladito lo tenías!

Elisa: Era algo previsible.

Rosa: No era claro, sí posible.

Susi: Ni siquiera yo sabía,
pero después de pensarlo,
no deseo otra cosa
que vivir como su esposa.
Como somos, aceptarlo.
No tengo nada pensado
más que hacer el bien que pueda
a quien con bien me da prueba
de amarme y sentirse amado.

Lara: Disculpadme si protesto,
que no es que no me interese
lo que a una amiga le pase,
pero yo vengo a hablar de esto
que me recome por dentro,
y resolver aquí mismo
este grave anacronismo
antes que llegue el momento
en que me encuentre en el altar
tomando por mi marido
a quien pensé haber querido
y no es mi intención afrentar

Elisa: De ningún modo puede ser
seguir con planes de boda
cuando justo te incomoda
quien quiere que seas su mujer.

Susi: Pienso lo mismo que Elisa.
Haz algo ya y no entretengas
a quien no es justo que tengas
más tiempo de esta guisa.

Elisa: Mejor tarde que más tarde.

Lara: Eso mismo creo y, añado,
que el haberme retirado
no me convierte en cobarde.

Elisa: Hablas ya como soltera…

Susi: Lo decide en este instante,
ahora mismo, aquí delante,
en la reunión cafetera.
¡Ay, si no te conociera! (dirigiéndose a Lara)

Rosa: Pues desde el jardín de infantes.

Lara: Parece que fuera de antes.

Elisa: ¡De la ecografía primera!

Lara sonríe, las demás también. Lara se ríe, las demás también.

FIN DEL ACTO

Con mi admiración por Lope y un guiño a Umbral.
P.S. En “Conversación de patio…”, imperdonable, olvidé hacer un guiño a Goscinny. http://www.petitnicolas.com/

miércoles, 5 de enero de 2011

# 19. Conversación de patio con final feliz.



-¡Lara quiere a Sergio! ¡Lara quiere a Sergio! ¡Lara quiere a Sergio! – se ha puesto a gritar Elisa cuando ha salido al patio. Elisa es una niña muy guay porque habla mucho y lo sabe casi todo, pero a veces nos escondemos porque habla mucho.

-¡Lara quiere a Sergio! Vuelve a gritar Elisa, delante de Susi, de Rosa, de Lara y de mí, que yo también estoy con ellas. Lara siempre dice que ella hace lo que quiere.
- ¿Y qué? Yo hago lo que quiero – dice Lara.
- Pues Sergio se come los mocos, y ahora tú también te vas a comer sus mocos –dice Elisa.
Lara ha puesto cara de asco:
- ¡Puaj! ¡Qué asquerosa eres! Sólo se los ha comido dos veces, y además ¿a mí qué me importa?
- Ahora no te importan los mocos porque no os dais besos pero cuando seas mayor de once o doce o por ahí y te des besos te vas a comer los mocos –dice Elisa que casi se queda sin aire.
- ¡Puaj!, te los vas a comer… -suelta Rosa, que piensa las cosas muy despacito.
- A lo mejor es que le gustan y también es una comemocos ¿y qué? A mí me gustan las espinacas –dice Susi.

A Susi no le gustan las discusiones, y si alguna de las otras discute, se enfada, se pone a llorar y se va. Yo le digo que no se vaya, que podemos jugar a las señoritas que separan a niñas que se pelean, pero ella dice que no le gusta jugar a eso.
– ¡Puaj!, eres una comemocos –dice otra vez Rosa.
- Bueno ¿Y qué? Si se los come, que se los coma. ¿Sabes qué? Antes no me gustaba el pan integral y ahora me como una tostada todos los días ¡y tiene fibra! Y además es el más guapo de la clase.
- Pues yo no necesito fibra, y no me he comido nunca una tostada de esas y como sé que no me va a gustar nunca, por eso no voy a probar los mocos –dice Elisa casi sin respiración.
Y así por que sí, Susi nos cuenta el último día que comió espinacas.
-El último día que comí espinacas, vino mi vecino Alberto a casa porque sus padres tenían que salir por ahí. Como a Alberto no le gustan las espinacas se puso a jugar y me tiró una cuchara llena de espinacas a la cara. Mi mamá le cambió la cena y le preparó salchichas y puré. Yo comí un poco de puré también, y le puse un pegote de puré a Alberto en su silla, y nos reímos mucho pero mi madre no. Es un chaval guay, Alberto.
- Pues vaya chaval guay que te tira espinacas a la cara –dice Lara.
- Estábamos jugando, y las espinacas son comida pero los mocos no. Eso lo dices por envidia –contesta Susi, que creo que no le ha gustado que Lara hablara así de su vecino guay.

Estábamos todas comiendo nuestros bollitos y mirándolas, era chuli porque parecía una merienda delante de la tele.

- ¡Hala! ¡Envidia!... ¿De qué envidia? ¿De qué estamos hablando? –pregunta Rosa
- Susi tiene envidia de que yo tengo novio y ella no –dice Lara.
- Yo sí tengo novio –suelta Susi
Entonces Rosa abre los ojos como un pez y le pregunta:
-¿Qué? ¿Tienes novio?
- Alberto es mi novio.
- ¿No es tu vecino? –vuelve a preguntar Rosa
- Es mi vecino y es mi novio. Una persona puede ser dos personas a la vez, mira mi madre, también es amiga de un señor gordo –dice Susi, que no habla mucho pero cuando habla cuenta muchas cosas aunque no vengan a cuento.

- Pues bueno, pues entonces, si las dos tenéis novio, asunto resuelto – dice Elisa.
- ¿Qué quiere decir eso, Elisa? ¿Quién es el señor gordo? ¡Ay, no cambiéis de tema todo el rato! –dice Rosa.
- ¡Jolín, Rosa, cállate de tanta pregunta! – le digo yo – a ver ¿qué pasa ahora?
- No pasa nada. Sólo pasa que a uno no le gustan las espinacas y al otro le gustan los mocos – dice Elisa.
- Es que a cada uno le gusta lo que le gusta – digo yo – ¡Eso es tan fácil que lo sabe hasta un niño de infantil de tres años!

- ¿Te gusta que Sergio se coma los mocos? –pregunta Rosa, que parece que le interesa todo este rollo. Cuando Rosa se pone seria como si fuera mayor nos asusta un poco, porque no sabemos si está bien.

- ¡Claro que no! Pero le voy a decir que no lo haga más, y verás como ya no lo hace más.
- ¡Y yo que me lo creo!- dice Elisa.
-¿No te lo crees? ¡Vas a ver cómo se lo digo! –dice Lara
- ¿No dice ella –y me señala a mí- que a cada uno le gusta lo que le gusta? Pues a Sergio le gustan los mocos y se los va a seguir comiendo y si deja de comérselos será porque se da cuenta de que es un marrano, pero no porque se lo pidas tú –dice Elisa
- Eso lo dirás tú…
- Eso lo dice mi hermana, y dice que cuando un chico hace algo que no soportas es porque no es tu chico, y que sabes que has encontrado a tu chico de verdad porque no le cambiarías nada. Mi hermana dice que si tienes un chico que no es tu chico, estás tonta, porque el tuyo está por ahí, suelto, como un coche de choque.

-Jajaja –nos da la risa a Susi, a Rosa y a mí, y digo:
- ¿Te imaginas todos nuestros novios que son coches de choque y no nos encuentran en todo el día? ¡Pobrecitos, venga chocarse! –pero nos da risa de pensarlo.

La hermana de Elisa tiene 16 años y su papá es otro papá que no es el de Elisa. Tiene el pelo rojo y se llama Julia, y duerme en la misma habitación que Elisa, pero con cascos.

- Pues es muy lista, la hermana de Elisa, creo yo -dice Rosa y me mira a mí- y tú tienes razón porque, al final, Susi tiene novio, Elisa no tiene y Lara va a dejar al suyo – dice Rosa y se sube los calcetines – y si habéis terminado el almuerzo, como todas tenéis lo que queréis, podemos jugar a pillar.
Le da un calbotazo a Susi y dice “¡Tú la llevas!” y sale corriendo con Susi detrás y Lara también.

- ¿Vamos a jugar? –me pregunta Elisa-.
Y nos vamos corriendo.

Al ratito suena el timbre de que se acaba el recreo y vamos a la fila para entrar en clase. Lara viene contenta y Elisa le pregunta si está contenta y Lara le dice que sí.

- ¿Qué quieres hacer ahora? – le pregunta Elisa.
- Ahora quiero jugar con mis amigas. –Lara siempre dice que ella hace lo que quiere-
-¡Toma, y yo! –dice Rosa- pero tenemos que entrar en clase.

Nos reímos mucho cuando Rosa no se entera, como ahora. Elisa y yo nos damos la mano para entrar de dos en dos. Es una niña guay, mi amiga Elisa.