martes, 22 de marzo de 2011

# 25. Desnuda.

La octava real es una estrofa formada por endecasílabos (ABABABCC) usada fundamentalmente en poemas narrativos, que a principios del siglo XVI se usó en Castilla con tema amoroso por influjo italiano de los llamados capitoli de amor.

Me desnudo para ti con mis letras,
te entrego mis anhelos más íntimos
con las declaraciones más discretas,
y desde el primer día hasta el séptimo,
no hay jornada que se diga completa
si no eres tú mi pensamiento último.
A veces maldigo esta ensoñación
que oprime insistente mi corazón.

Te desnudo mi alma y mis intenciones
sin esperar nada a cambio, lo juro;
y aún me sorprendo con tus atenciones
que avivan en mí un sentir claroscuro.
Recorro tu camino con canciones,
siento deseo pero no me aventuro
a abrirte mi pecho y dar otro paso,
por el miedo al éxito y al fracaso.

Desnuda mi vida entera te muestro,
no pretendo otra cosa que entregarte
por la dicha de hacer lo mío nuestro,
compartir así para mí es bastante
pero puedo ver que eres un gran diestro
en la esgrima y en algún que otro arte,
lamento no entenderte, lo que hace
que más que querer, tema un desenlace.

Estoy desnuda ante a mi incertidumbre,
no acostumbro a lamerme las heridas,
no sé cómo caí en la servidumbre
de añorar una voz desconocida,
de buscarte, entre una muchedumbre,
de seguirte de lejos y escondida;
porque no me reconozco insegura
y no sé si este pesar tiene cura.

jueves, 17 de marzo de 2011

# 24. Dormir contigo.

Laying with you

Te veo sentado frente al ordenador, concentrado en la lectura, escribiendo. Me aproximo a ti con el sigilo de un felino, con la misma suavidad e impertinencia dejo caer mi cabello sobre tu brazo, arrodillada junto a tu sillón. Me acaricias sin mirarme. Mi boca trepa por ese brazo, se desliza húmeda retirando la manga que la cubre, alcanza tu hombro, tu cuello, te muerdo, manteniendo la presión, quieta como una gata. Ya no escucho el teclado, tus manos reposan sobre este en alerta, observo en ellas una pequeña convulsión cuando, al oido, te susurro "Hola".

Sigo usando mi boca como fuente para mis sentidos, y de ella bebo. Pasea por tus sienes, por las cuencas de tus ojos, baja por tu nariz hasta tu boca, que quiere besarme y no le dejo. Te miro de muy cerca, respiro el aire que exhalas; te repito, suave: "Hola" y tú respiras mi aliento. Giro el sillón, que no ofrece resistencia. Alcanzo con mis manos las tuyas, las enlazamos mientras me incorporo y tú me sigues. No hay más que hablar.

*****

Me gusta el calor. Me gusta la ducha al acabar el día. Ducha muy caliente. Cuando me quito de encima todas las mujeres que soy durante el día, desnuda, queda una mujer. Salgo del baño y te encuentro con un libro, algo de física. La pequeña lámpara sobre la mesilla en el rincón de lectura es lo único encendido; y el fuego. Llego descalza, perezosa, nueva. Sentada en el sofá frente a ti, con las piernas subidas y cruzadas, mi albornoz se entreabre.
- Acércate un poco, o enciendo la otra lámpara si quieres. ¿Tienes luz suficiente?
- No, no, está bien así, gracias -te respondo-.

Tardas unos minutos en darte cuenta que no hay movimiento. Sólo suena el crepitar de un tronco enorme en la chimenea. Bajas el libro, levantas la mirada. Frunces los ojos, adaptas la visión a la oscuridad que me rodea.
- ¿Estás bien? ¿Qué haces?
- Estoy muy bien. Te miro.
- Vamos...
- Te miro... no me apetece otra cosa.
- ¿Seguro?
- Segura.

Sigues con tu lectura. Bajas el libro de nuevo y me diriges la mirada. Ahora me puedes ver mejor, y compruebas que, efectivamente, te estoy mirando. Te sonrío, haces un gesto con la cabeza y se te escapa una carcajada. No dejo de sonreirte y, cerrando los ojos, te hago saber que deseo que continues con tu lectura. Así lo haces. Saltan chispas, y me levanto para comprobar cómo va el fuego.

Sentada en el puf frente a la chimenea, prefiero quitarme la prenda que me cubre, y sentir el calor sobre la piel, sin el tamiz del tejido. Embelesada, murmuro un son de fado, apenas para mis oídos. Ahora eres tú quien me mira.
- ¿Estás bien? ¿Qué haces? - te pregunto-
- Estoy muy bien, te miro -me contestas-

Reímos los dos a la vez. Dejas el libro sobre la mesilla y extiendes el brazo hacia mí
- Ven... pero mira esto... ¡Dios mío!
- Viniendo de tí, no sé cómo tomar esa invocación.
- Déjala estar, yo sé cómo tomarte a ti... en brazos.

Frente a frente, tus manos en mi cintura, en mis caderas, tras ellas... siento tu fuerza y levanto mis piernas, esta vez para rodearte.
Apago la luz, y me llevas hasta el sofá, donde me dejas como quien deja unas flores. Tú sobre mí.

*****

Existe un espacio de tiempo en que no somos más que el paso entre todo y uno mismo, sólo uno. El día termina y volvemos a ser nosotros.
Te preparas un té -¿es un té?-, frente a la bancada de la cocina, remueves con una cucharilla. Llego de mi estudio, después de apagarlo todo, con mi vaso medio lleno, en el que aún sobreviven casi intactos algunos hielos. Lo dejo junto a tu té. Con los dedos saco uno de los hielos y lo dejo caer en tu vaso.
No queda espacio entre tu espalda y mi pecho.
- Sigue removiendo... bebe.
- ¿Y eso? -me preguntas.
- Y eso que te invito a que lo bebas... sin quemarte.

Con una mano alcanzo mi vaso y lo apuro, con la otra desabrocho tu pantalón. Beso tu nuca mientras bebes. Del té no queda más que un poso.
Media vuelta, tu mano sobre mi hombro, me diriges y me llevas hacia fuera.
Nuestros vasos vacíos, nosotros llenos.

*****

Si supieras cuánto lo deseo... ¡Si tuvieras una pequeña idea de cuántas veces he soñado dormir contigo!

sábado, 5 de marzo de 2011

# 23. Tu olvido y mis recuerdos.

Photo: Pascal AVRIL

En un lugar perdido del mundo, tú perdido, y yo contigo. Perdida sin tí, me encuentro a tu lado, esperando.

¿Recuerdas, cariño, nuestro primer hogar? La luz retumbaba dentro, tanta era y por todos lados entraba. Aquella luz tenía el precio de subir cinco pisos de peldaños, que entonces no eran nada. A mí se me pasaban en un suspiro cuando los subíamos juntos. Tantas veces como subiéramos, interrumpías la conversación:
- Esas piernas que te sujetan, querida mía, serían la envidia del partenón. No hay tela en París que exhiba tanta maravilla.

Me has descubierto placeres eternos.

Me hablabas del calor.
- ¿Quién te acariciará como yo, si no es el sol? -me preguntabas.
En las tardes ociosas de nuestras primaveras, cepillabas mi pelo en la terraza mientras me contabas tus cosas, y me acaraciabas con tu cálido aliento bajo mi trenza. ¡Cuántas veces nos merendamos con delirio!.

Me hablabas del aire.
- Siente su olor, siente cómo avanza por tu piel, cómo la tensa el frío y la calma el tibio.
Las noches calurosas de nuestros veranos, tendida la colada en las cuerdas frente al ventanal, recogía la brisa más suave, y llenaba la casa de un aroma fresco a jabón, confundida con los aceites. Tendías el colchón sobre el suelo, en el paso de la corriente, para ofrecerme todas esas caricias.

Me hablabas de la luz.
- El horizonte es algo que podemos dibujar con nuestros anhelos. La oscuridad no existe, sólo es la ausencia de luz. Las sombras son la constancia de nuestra presencia, cambiante y pasajera.
Jugábamos a inventar historias con las sombras que la ropa hacía sobre paredes y techo. Tus cuentos fantásticos me llevaban de la mano por paisajes de una infancia en el país de las maravillas. Me hacías reir, y besabas mi risa.

Me hablabas del silencio.
- Nada debe ser absoluto. Sólo podemos apreciar el silencio cuando un pequeño ruido lo interrumpe. Las voces de esa gente que viene de festejar y camina en la calle, desde que empezamos a escucharlas hasta que se alejan y se pierden de nuevo, nos dan la medida de la profundidad de este silencio, y de su valor. El resto de ese silencio, tú lo adornas con tu respiración, ya quisiera el silencio tejer como lo hacen tus suspiros.
Y callabas.

Me hablabas del color.
Las tardes doradas de nuestros otoños, preñadas de ocres, sienas, terracotas y mostazas, eran el marco de nuestros paseos y el centro de tu paleta.
- Necesito el helecho de tus ojos y el coral de tus labios para que el resto brille.
Y en tus lienzos yo yacía durmiendo, cosía bajo la pérgola, me lavaba sentada...

Me hablabas de la esperanza.
En las mañanas nuevas de nuestros inviernos, abrazando la manta en la que me envolvías, me pedías en el patio que recibiera el nuevo día contigo.
- Este día es nuevo para nosotros, y nosotros somos nuevos para él. No sabe si nos equivocamos ayer, si hicimos mal o lo sufrimos. Hagamos que el recuerdo que este día guarde de nosotros sea el mejor.

Hoy, tú perdido y yo contigo, sin esperanza ni desesperación. Llegaste a mí como un arcón lleno de sorpresas que esparciste a mi alrededor, un cofre de tesoros interminables. Y en estos días de una estación desconocida y sin sentido, amor mío, mi existencia se viste con los tesoros que me has dado todos estos años.

Sólo puedo hacer una cosa: tomarlos en mis manos y mostrártelos, contártelos yo a ti, antes de guardarlos en el cofre de donde salieron. No son cosa para que otros compartan, sólo a nosotros nos pertenecen. El calor, el aire, la luz, el silencio, el color, la esperanza... cada cual tiene lo suyo.

Te debo una historia fantástica de héroes y hadas. Soy quien tú has alentado, soy tu mayor obra. Tú decías que eras por mí. Ahora te creo. Ahora te entiendo. No quisiera otra vida, si mil oportunidades tuviera. Cuando no estés, pasaré mis días abrazada a nuestros tesoros, tranquila. Esperaré como cuando esperaba en aquella estación de tren, con mi hatillo sobre mis piernas, con la alegría de saber que en poco tiempo estaré en tu compañía.

Te cuido con el celo con que se cuida a una criatura recién nacida. Poca diferencia hay... ¡tan frágil eres!
Pongo tu rostro entre mis manos y yo frente a ti. Te acaricio, te sonrío, y tu mirada se ilumina. ¿Es así como sonríes ahora, amor? ¿Quizá sí sabes quien soy? Como nuestros hijos sabían quienes éramos cuando no sabían quiénes eran, así tú -estoy segura- sabes quien soy yo. Te amo, te amo con mis entrañas, vida mía, y poco importa si ahora sólo eres olvido; yo, mi vida, soy tus recuerdos.


Merci, Jérôme, pour cette belle chanson.