jueves, 15 de septiembre de 2011

# 30. Tiempo amante y verdugo.

"Time goes by" Foto: G. Brandy /E. Navarro

La lira es una estrofa de cinco versos de siete y once sílabas rimados en consonante distribuidos así: a7,B11, a7, b7, B11. La introdujo a principios del siglo XVI Garcilaso de la Vega con una estrofa que le dio nombre: "Si de mi baja lira...".


Te busco y me abandonas,
y buscándote me pasan los años,
te olvido y me aleccionas,
¡Cuán cobarde sosaño
que un día me quieras y otro me hagas daño!

Me alivias y acompañas,
pace ensoñadora tu cercanía;
te rechazo y me engañas,
y así pasan los días,
siendo inevitable tu compañía.

Me inquietas y te espero,
¡es esa espera tan desoladora!
me exiges, me libero
revolviéndome en la hora
en que despierta exhausta la escritora.

Te cuido y te bendigo
si de tu contento me ofreces fruto,
me alientas, te persigo,
para en todo minuto
conseguir de ti un provecho absoluto.

Mira que eres maldito,
tiempo entretenido, tiempo rotundo,
porque te necesito
y te quiero fecundo,
siento que te pierdo cada segundo.

A los escritores pacientes y a las musas perezosas.

sábado, 3 de septiembre de 2011

# 29. Dos sin tres.

Foto: G. Brandy/E. Navarro

"Sólo las vides aguantan verdes mientras el resto se muere" La dificultad de ser japonés. Francisco Navarro.

Amir podría haberse llamado Francisco, o Miguel. Claro que también pudo haber sido Joystick o Kelvinator, sabido el gusto de algunas familias centroamericanas por condenar a sus vástagos a deletrear de por vida su nombre de pila. Por ser el primogénito varón, su madre pensó que llamarle "príncipe" (en árabe) era sofisticado y exclusivo. Finalmente, Amir Canales, llegada su familia de Venezuela e instalada en Argentina desde su pronta infancia, con los rasgos mestizos y su color cetrino, pasó a ser el turco, el negro o el indio Canales entre sus amigos y compañeros.

José Ramiro y Amir se conocieron en la facultad de derecho. El diminutivo de Rami era inversamente proporcional a su altura. Ambos muchachos tenían en común el gusto por los coches y las mujeres, y en más de una ocasión compartieron los unos y las otras, por separado o a la vez. Pura vida, puro placer. Divino tesoro, aquel tiempo de juventud del que, cercanos los cuarenta, seguían haciendo uso de tanto en tanto, durante periodos en los que sus caminos se cruzaban por los motivos más inesperados.

Blanca y José Ramiro se conocieron en la delegación madrileña de la multinacional en la que ella trabajaba y él se formaba. Una conexión inmediata les unió en cuerpo y espíritu, ese espíritu combativo e impulsivo que convierte a algunos niños de familias humildes en jóvenes ejecutivos sin rey ni patria.

La mujer había sido destinada para una misión comercial de seis meses en la sede de Buenos Aires. Rami saltó de la alegría cuando supo la noticia, y no tardó en mandar un sms a Amir: "Llega la gallega, un día de estos le hacemos una fiesta dedicada. Estoy seguro de que le gustará. Qué tal un finde en Mar del Plata?". El negro Canales ya tenía los antecedentes de Blanca: mujer hermosa, clara, directa, apasionada y apasionante. Blanca sabía de Amir: atractivo y bien dotado, soltero vocacional, generoso y vehemente.

De regreso del aeropuerto, el coche alcanzó un camino rural, un pedregal que, terminada la jornada de labor, ni siquiera los perros de la finca cruzaban. Allí se detuvo. Detrás, la vía del tren escoltada por el camino comarcal, al frente la autovía, a ambos lados las viñas. Blanca miró a través del techo solar, abierto, y exclamó:
- ¡Qué hermosura de cielo...!
Con su usual naturalidad se quitó la falda. Sin dejar de mirar las nubes rosas y anaranjadas de la puesta de sol, plegó la prenda y la colocó en el asiento trasero. Rami la miraba atento, una mano sobre el volante, la otra apoyada en la ventana abierta.
Hizo lo propio con la camiseta ceñida, que dejaba ver que no llevaba sujetador. Mismo ritual.
- Ahhh... ¿no es hermosa, la vida? Ja, ja... -su risa era fresca, como el canto del agua de una fuente.
Salió del coche, vestida con bragas y sus tacones de vértigo.
Abrió los brazos en cruz, abarcando cuanto podía la brisa templada. Rodeó el vehículo despacio, sorteando sin pestañear el suelo pedregoso bajo sus pies. Una vez frente al coche y con las luces de posición señalándola, se quitó las bragas. Y ahí, delante, apoyó sus manos sobre el capó y, con un gesto de su dedo índice, invitó al chófer a que saliera. Sin razones para hacer algo que no fuera obedecer a sus deseos, el hombre se reunió con la silvana de las parras.
Ella tomó asiento; entre sus piernas abiertas, la marca del coche destellaba con las últimas luces del día. Con una mano en el cuello del hombre tiró de él hacia sí para posar sobre sus labios un beso húmedo; con la otra mano en la bragueta, comprobaba que su amante atendería presto su apetito.
La bella se deshizo de cinturón y pantalón, como quien deshace una cordonera, y comenzó a inclinarse ante el hombre erecto.
- No... ¿qué haces? No, no... -balbuceó intentando cubrirse de nuevo- No me he duchado desde la mañana.
- Dime algo que no sepa, no me niegues lo que conozco y deseo.
- Pero es que...
- El olor a jabón es impersonal, no me dice nada. Me atrae el olor del hombre conocido y al que quiero.
- ¿Me querés? -preguntó él, un tanto confuso, cediendo en su propósito de volver a vestirse.
- ¡Claro que te quiero! Vaya pregunta... no estoy enamorada, no te hagas ilusiones, pero te quiero, muchísimo.

Antes de poder reaccionar, ella estaba agachada, su rostro apoyado sobre el sexo de su amigo, su boca acariciándolo, su nariz también. La delicadeza de sus gestos, tornándose progresivamente en pasión, agitaron la respiración del hombre.
- ¡Sos una diosa...! -exclamó tras unos instantes Rami, entrecortadamente. Ella contestaba haciendo honor a su naturaleza divina.
- ¡Vení, vení...! Y le pidió que se levantara, quería mirarla de frente, besar la boca que tanto placer ofrecía.
Algo cayó del bolsillo del pantalón. Antes de levantarse, la mujer recogió del suelo el iphone del amante aturdido.
- Tenlo a mano -dijo Blanca con media sonrisa burlona- estos cacharros son de utilidad en cualquier momento.

El hombre no prestó la menor atención al iphone, que ella dejó sobre el capó, convertido este en sede del encuentro internacional.
No era el lugar más cómodo, pero la adaptabilidad de la hembra convertía el lugar más inhóspito en una nube algodonada digna de la misma Heidi.
Él dentro de ella, con vaivenes entre el cielo y la gloria, los besos más hondos, las caricias a presión, las manos exploradoras. Con una casi estrangulación, la mujer interrumpió el movimiento y, sonriendo como una diablesa, dijo:
- Miremos en la misma dirección...
Se dio la vuelta. El hombre observó las curvas cerradas y abiertas de sus nalgas, sobre las que puso ambas manos con la firmeza que un capitán imprime al timón. Miró al cielo dando las gracias con el pensamiento, mientras penetraba la noche abierta de estrellas. Despacio, ganando ritmo. Ella dejaba salir el aire por su boca, sin estridencias ni artificios, lo retenía, lo empujaba de nuevo en dirección a las viñas.
- Vamos... quiero más, dame, dame...
Rami vio entonces el iphone al alcance de su mano. Sin preguntarse qué hacía ahí, lo cogió y lo puso junto al aliento de Blanca.
- Mandale un saludo a Amir, se lo encontrará ni bien abra el correo mañana a la mañana.
Rieron, jugar se les daba bien. Sin perder el ritmo y sin dejar de expresarlo, Rami le dio al REC. Blanca comenzó su discurso con los gemidos que llegaban a su garganta.

- Hola Amir... con este mensaje te mando un saludo y mis mejores deseos, como podrás observar... -suspiraba- es una lástima que no estés aquí con nosotros -mmmmmmm- quizá en otra ocasión... espero tengas un buen día, ¿Sí? ¡ohhh, sí!

El placer llegaba, sin espera, sin pudor, plenamente, para ambos... En la aparente calma que le siguió, Rami apretó el STOP.
De nuevo frente a frente, el deseo no había menguado, la mujer imantada lo impedía. Rami deslizó la mano entre las piernas de ella, introdujo un dedo, dos, comenzó a moverlos, y las caderas de Blanca marcaban el ritmo. Su gesto cambió: las cejas fruncidas, los ojos cerrados, la nariz palpitando, los dientes mordiendo su labio inferior. Apoyaba las manos sobre los hombros de su amante para mantenerse en pie. La agitación en su interior le hacía perder fuerza en las piernas, al punto de no soportar su propio peso.
Súbitamente, como un manantial a ráfagas, la mujer empezó a derramarse. El placer se escapaba a chorros por su sexo y a quejidos por su boca. Parecía que toda ella se licuaba para inundar las viñas. Rami participaba del espectáculo admirado y delirante. Tras varios minutos en un climax que parecía no tener fin, encogida sobre sí misma y sobre su amante, finalizada la tormenta, las convulsiones de su cuerpo la cerraban en un abrazo firme y contento.
- Yo también te quiero -dijo Rami.

La habitación del hotel acogió el descanso de los dos amigos. Blanca exhausta tras el viaje y el recibimiento, Rami con la mirada clavada en la bella durmiente, satisfecho, al poner el despertador recordó mandar un mail para Amir.

En la sala de juntas, desayuno de trabajo con la cúpula de dirección. Una secretaria terminaba de entrar el café y servía a quien lo solicitaba. Los asistentes tomaban asiento y abrian carpetas y portátiles. Amir abrió su correo. Mensaje audio de Rami; conectó los auriculares y escuchó.
- ¡Grandísimo cabrón! -esputó involuntariamente en voz alta Amir, con el rostro colorado y acalorado, con una tensión en su pantalon impropia de la hora y la situación- ¡Disculpen ustedes! -dijo balbuceando cuando se dio cuenta de que todos los presentes alrededor de la mesa le miraban, atónitos y espectantes- ... alguien me intentó colar un virus por el correo... afortunadamente lo he detenido a tiempo.

Unas horas más tarde, aprovechando la pausa del almuerzo, Amir hizo una llamada.
- Buen día, negro, ¿qué tal andás?
- Pero ¿Vos viste lo que me mandaste? ¡Sos un grandísimo hijo de mil put...!
- Ja, ja, ja, ja... -interrumpió Rami.
- ¿Quién te pensás que sos, Gardell?
- Ja, ja, ja... ¿qué pasó, no te gustó?
- Reí, reí... por poco me arruinás la reunión del mes, flaco, vaya momento para abrir el mensajito.
- Dale, decí la verdad: te encantó.
- Me puso enfermo toda la mañana... Decime ¿Cuando nos juntamos los tres con la gallega?
- Esta vez no, loco. Esta mina es... es diferente.
- No hablás en serio, ché. ¿Que te pasó, te volviste buen chico?
- Hablo en serio, negro. A Blanca la quiero para mí.
- ¡Uhhh! No te puedo creer...
- Me podés creer, Amir. Esta vez somos dos, sin tres.

Para Juanma, con cariño.