Dispar dignatario. Dicta documentos, domina el ordenamiento.Despacha a diario, diligencia donaciones herencias y transmisiones. Detecta y delata dolos, erratas y deficiencias.
Devoto de damas, disoluto depredador de dormitorio, despliega diversión y devora, sobre la cama.
Discierne entre detractores y defensores, desenfadado y sin distingos discute y departe con el debido respeto. Adolece de secretos; Diestro en duelos por duplicado, defiende su decencia, y data y dota de los decretos adecuados.
“El Nota RE”.
Regresa religiosamente a restaurantes de renombre, se recrea y se relame. Rechaza imitaciones.
Reúne a su alrededor reputados representantes y sonríe al respetable que lleva a remolque. Elocuente, recita a Descartes y renglón seguido a Sartre sin resultar pedante. Ríe. Si le requieren, responde sin respirar.
En su reino recogido se refugia en el remanso de la lectura. Si en raro arrebato precisa de rescate, ranzón hay bastante para remunerar a una reina que redima al rey, rengo del afecto de un romance. (Ruego se relea sin retintín)
“El Nota MI”, me conmigo… conjuga como nadie el verbo ombligo.
“El Nota FA”.
Famoso forastero, funcionario fulgurante, fastidio del fafarachero, flecha fulminante.
Afable en familia, frescales. Fuera… flota, fluye y fabula sin fisuras, con modales.Hila fino en fondo y forma.Falso fantasma, fetiche fidedigno.Forja fortuna y figura.Fiel fermento de la fiesta, la fauna le firma.
Su fruta preferida es lo femenino.Se sirve frío.
“El Nota SOL”.
Soltero solvente, solícito y salaz. Con soltura selecciona en solfa.
Suele salir solo a pasear a solaz, sobresaliendo su silueta de solemne soldado silente frente al sol de poniente. Nada le puede soliviantar.
“El Nota LA”.
Laberinto de lengua lacónica. Monolito liberal. Lumbrera y legal de lunes a lunes, eligió la luna de levante para morar.
He conocido el deleite gastronómico, manjar con acento francés, aderezado con esencias de origen camerunés. He de confesar, sin desmerecer la sustancia de un buen cocido ni la limpia frescura del gazpacho, que rara vez he degustado con tanto placer un banquete ergonómico a su largo y a su ancho.
Puré de marron glacé forrado en lámina de paté de foie, salpicado de sal maldom. Una boca engalanada de tal bocado para abrir apetito, para despertar el paladar, garantizo que procura un resorte que poco a poquito hace sentir una emulsión salivada, tanto como pueda una salivar, que facilita la ingesta de esta fiesta hasta el final.
Aclaro para las aficionadas, que lo que tiene cada pase de especial se aprecia dándole un tratamiento individual. No es que vaya una a atragantarse por simultanear, pero no es el caso precipitar aquello que dedicándose pase a pase por separado hace de todo bocado un encuentro en la tercera fase. Cada plato, en sucesión ordinal, convierte la degustación en un viaje con paisajes de la más variada procedencia y diversa composición, por los que recomiendo un paseo sin prisa que acompañe hasta el primer jardín de la creación.
Aconsejo por ello, para gozar de este homenaje, desatar la conciencia. Así degustar, por ejemplo, un fumet de origen boreal ligado con frutas caribeñas deshidratadas, que sirva para bañar una tostada con hebras de calamar. Un millón de evas volverían a pecar si tuvieran ante sí un ejemplar semejante que pudieran saborear.
Sobre un costillar tostado, que reproduce la ondulación de la arena bajo el mar, unas virutas de algas chinas retorcidas y crujientes.
Arrollados de jamón a la canela y, entre medias, flambeado (con aguardiente de fresas ácidas) de dos brevas de las más tempranas en racimo, pendientes, firmes, ajustada a la pulpa su piel tensa y arrugada, en baño de miel y leche fermentada.
Llegados a este punto del festín, no me permite mi osadía describir más detalle. Cada uno es cada cual, y al fin imprime su gusto y su valía, por lo que doy licencia a esta mano mía para que en lugar de escribir, calle.
Para terminar –oh, là, là!- fundido de chocolate sobre lecho de leche de azahar.
“Que este libro sirva para poner aún más ternura en nuestra eterna relación.Te quiere, R.”
Platense es mediano, velludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo corazón.
Lo dejo suelto y se va lejos, cruza el océano y llega a la casa de sus viejos.Con sus viejos amigos, cuando eran nuevos, cuando eran niños.Lo llamo dulcemente: “¿Cariño?”, y vuelve a mí despaciosamente, sin alma, sin brillo.
Come cuanto le doy, pero extraña otros fuegos, aquellos que asan tira de asado, molleja y entraña. Para el matahambre sí hay pan duro; duro y seco por dentro, como una piedra. Tiene acero, acero y luna de plata, al mismo tiempo.
Nos dijimos "sí" en mi pequeña isla conocida.Festejamos todo el día, por la noche no nos amamos.Dijo un “Sí quiero”, pero era un sí con pero.En aquella isla caída del cielo andaba mi corazón, y estaba allí tan a gusto, que mi mejor deseo era no tener que abandonarla nunca.
En el diario de una oficinista recién casada aparecía un desierto en la planicie de los tilos.“Donde quiera que haya niños –dice el poeta que dice Novalis- , existe una edad de oro”. Oro parece, plata no es, sólo mala pata.Plata sin niños, sin amor verdadero; un "sí quiero" con buenas intenciones, con propósito de enmienda en el desierto de los tilos.La firmante recomienda que un sí lo sea sólo si lo es, que no sea un asidero de un náufrago huérfano de abrigo o de sostén.
Ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.
Platense quería querer y no podía.¡Tan relindo le requerían y él sólo sabía decir que sí!Así que por La Plata cuadriculada anduvo su gata en celo herida, triste, sola, abatida, escoltada por dos gatas enceladas.
Cerca ya de mi séptima vida, muy lejos del séptimo cielo, encontré la puerta de salida y donde antes dije sí, dije no: No quiero (D.m).
- ¡Rayos y centellas! ¿Quién demonios…? –se preguntó ella.
6 de febrero.
Después de cruzar unos correos y unos mensajes comprendí que no era un Romeo, pero sí un singular personaje.Fijamos el primer encuentro en un chiringuito cerca del mar. Cava y ostras.
El abogado, despiadado, fue a muerte.Pero tentó mal su suerte: no terció inspirado, y no pudo matar.
Para la segunda ocasión me propuso una excursión a la arena de otra costa.
De nuevo una cena, esta vez en un restaurante de nostalgia setentera, otrora elegante, fue lo que ya no era. La cocina, ni la última de la fila ni la primera de la lista: un bimenú para turistas, con marisco descamisado, entremeses, carne al punto y sufflé sobre helado.
La gracia del lugar consistía en estar amenizado por el manido espectáculo flamenco, revista y show de magia, humor y equilibristas -incluido el ex marido de una princesa peregrina-.
Y haciendo caso omiso del elenco de artistas -danzaban las bailarinas-, conversábamos entusiasmados.
Comentaba el abogado que había letrados, letreros y letrinas…La charla trajo risas, las risas distensión, y sonrisas de corazón.Renovábamos las copas, seguía la función.Los aplausos del público hacían las veces de entreactos.Lo más plausible del reparto éramos nosotros dos.
Entregado a mi escote, blandió el capote
- ¿Cómo es tu ropa interior?, preguntó.
- ¿Superior o inferior?
Me miró (a los ojos). Me reí, sonrió.
- Te preguntas… ¿la quieres ver?
- Ja, ja… Sí, claro; pero ¿Qué haces?
Con movimientos suaves, sin esfuerzo, abrí la hebilla de mis zapatos, deslicé los pantys hasta sacarlos, seguidos de las bragas.Mi abogado -ya era mío- estiraba el pescuezo incrédulo y admirado, aflojaba su corbata, parecía que se ahogaba.
- Pero mujer ¿qué haces?
- Me las quito.
- ¿Te las quitas?
Extendiendo mi brazo al frente como olímpico abanderado, dejé caer sobre su plato el pendón preciado.
- Pues sí.Toma: de postre, braguitas.
Mientras yo recomponía mi vestuario deshecho, el hombre rescató del sufflé mis bragas, las alojó en su puño, y éste sobre su pecho.
Aplauso final, estruendo de vítores y bravos en la sala.Me serví de ello para ponerme en pie y con la mejor maña completar mi atuendo después de la singular hazaña; cambiar de acera, y sentarme a la vera del reliquiario.
Recogían el escenario, la música era de ambiente.La gente se levantaba en retiro y yo entreabría mis piernas, para que mi acompañante, después de exhalar un suspiro, llegase su mano entre ellas y palpase, con la media de red intermedia, la humedad de mi vulva animada.Mi abogado me envolvía con mirada embelesada, mientras sus dedos se deslizaban entre los labios que le ofrecía.
- ¿Son us-te-des es-pa-ño-les? Preguntó un camarero.
- Yes, we are!, contesté.
- Pues es que estamos cerrando.Cuando terminen, salgan por aquella puerta. –concluyó el mozo, ignorante de lo que ocurría delante de sus narices.
- Es que… -miró hacia mí mi compañero murmurando por lo bajini- estamos empezando, cuando cierren, nosotros estaremos…
- …¡comiendo perdices! –añadí- ¡Vamos, vamos!
Nos reímos.La noche empezaba y nosotros huimos a un lugar ya reservado.
Después de la mañana, nunca más, nada de nada.
Hoy, dos de febrero, recibo este mensaje: "Me gustaría hacer el amor contigo de nuevo."
- ¿Y este? ¿Quién demonios…?. Respondo: “No en vano estimo que sería de utilidad conocer tu identidad; el estilo de tu mano peca de brevedad”.
- “Mi identidad es lo de menos.Lo que cuenta verdaderamente es el pecado. Por cierto, “el postre estaba muy bueno” (le dije yo al camarero, asombrado él de mi sentencia mientras retiraba el postre intacto)”.
Le reconocí en el acto.
- “El postre te ha sentenciado, pecado.Me pregunto de qué agüero es un abogado que aparece cada febrero. Me alegra saludarte”.