sábado, 17 de abril de 2010
# 3. Detrás de la ventana.
Después de una invasión bárbara, la mujer yacía sola sobre su cama deshecha. "Qué bonita es la pereza que se puede consumar..." pensaba, con la perspectiva de un día tranquilo y sin más revuelos que los que los pliegues de las sábanas, al moverse, despertaban en ella. Olía el lecho a piel transpirada, transpiraba un aroma a deseo arrebatador y cumplido. El camastro tenía el tono de tez de quien ha velado desde el sol anterior, sin pausa, sin tregua: mate y delicado, vulnerable, falto de reflejos, perezoso al fin.
Quizá luego comería algo fresco. Sí, algo fresco para restituir el agua de un cuerpo vacío de tanto entregar. Mientras tanto, agradecía la tibieza del sol temprano que entraba por la ventana, la ventana por donde no podía salir de ella más que su mirada o su voz, ventana por la que no podía entrar más que el aire y la luz. Y los gatos... que entran y salen, curiosos, y alguna paloma despistada, y algún gorrión confundido.
"Ensalada" Avril-Navarro
En esa ventana había golpeado su amante antes del ocaso pasado, con la desesperación de quien quiere evitar una catástrofe. En esos momentos, ella paseaba como el gato curioso, de una habitación a otra, sin tener destino ni propósito. Casi sin respiración, a no ser que se pudiera llamar respiración a las exhalaciones accidentadas, interrumpidas por la ansiedad, entrecortadas por la rabia.
“¡Ahí está! ¡Es él!”, pensó mientras corría hacia la ventana para abrir los portones de madera y descubrir al hombre, con una respiración no muy diferente a la de ella. Venía corriendo. Abrió y sólo se miraron, apenas cruzaron una sonrisa tenue de alivio.
“¿Puedo pasar?” preguntó él con el gesto, pasando su antebrazo por la frente, agarrando la reja con sus manos firmes, con la entereza de un reo.
La mujer no contestó. Cerró los portones y fue hacia la puerta, que cerró tras de sí su amante. Él traía un papel en la mano, una misiva encontrada bajo su puerta, entretenida nerviosamente entre sus manos durante unos minutos eternos, desde que terminó su lectura hasta que se calzó y salió en busca de la escritora. Dejó la carta manoseada sobre la mesa, y dándole la mano a la mujer se dejó llevar por ella hasta el dormitorio.
En el papel decía:
"Esta sería la noche perfecta para hacerle el amor a un hombre al que no le asustara la repercusión de mis huellas sobre su piel. Me siento enormemente sensual, activa, complaciente, sensible, potente, rabiosa, y necesitada de piel, sudor, saliva, gemidos, resoplos, blasfemias, quejidos y labios ávidos de mí. Estoy llorando esa ausencia y ¿porqué no? disfrutando de la sensación de vértigo que me provoca, mientras lamo lágrimas sobre mis pezones y mis brazos en alto. ¿Tuya?",
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Enhorabuena Eva. Por dos razones: Por la lírica del texto y por la lírica de las fotos. ¡Cuánto sentimiento! ¡Cuánta pasión! Pero también, ¡Qué de contenido!
ResponderEliminarTe seguiré.