Sigo usando mi boca como fuente para mis sentidos, y de ella bebo. Pasea por tus sienes, por las cuencas de tus ojos, baja por tu nariz hasta tu boca, que quiere besarme y no le dejo. Te miro de muy cerca, respiro el aire que exhalas; te repito, suave: "Hola" y tú respiras mi aliento. Giro el sillón, que no ofrece resistencia. Alcanzo con mis manos las tuyas, las enlazamos mientras me incorporo y tú me sigues. No hay más que hablar.
*****
Me gusta el calor. Me gusta la ducha al acabar el día. Ducha muy caliente. Cuando me quito de encima todas las mujeres que soy durante el día, desnuda, queda una mujer. Salgo del baño y te encuentro con un libro, algo de física. La pequeña lámpara sobre la mesilla en el rincón de lectura es lo único encendido; y el fuego. Llego descalza, perezosa, nueva. Sentada en el sofá frente a ti, con las piernas subidas y cruzadas, mi albornoz se entreabre.
- Acércate un poco, o enciendo la otra lámpara si quieres. ¿Tienes luz suficiente?
- No, no, está bien así, gracias -te respondo-.
Tardas unos minutos en darte cuenta que no hay movimiento. Sólo suena el crepitar de un tronco enorme en la chimenea. Bajas el libro, levantas la mirada. Frunces los ojos, adaptas la visión a la oscuridad que me rodea.
- ¿Estás bien? ¿Qué haces?
- Estoy muy bien. Te miro.
- Vamos...
- Te miro... no me apetece otra cosa.
- ¿Seguro?
- Segura.
Sigues con tu lectura. Bajas el libro de nuevo y me diriges la mirada. Ahora me puedes ver mejor, y compruebas que, efectivamente, te estoy mirando. Te sonrío, haces un gesto con la cabeza y se te escapa una carcajada. No dejo de sonreirte y, cerrando los ojos, te hago saber que deseo que continues con tu lectura. Así lo haces. Saltan chispas, y me levanto para comprobar cómo va el fuego.
Sentada en el puf frente a la chimenea, prefiero quitarme la prenda que me cubre, y sentir el calor sobre la piel, sin el tamiz del tejido. Embelesada, murmuro un son de fado, apenas para mis oídos. Ahora eres tú quien me mira.
- ¿Estás bien? ¿Qué haces? - te pregunto-
- Estoy muy bien, te miro -me contestas-
Reímos los dos a la vez. Dejas el libro sobre la mesilla y extiendes el brazo hacia mí
- Ven... pero mira esto... ¡Dios mío!
- Viniendo de tí, no sé cómo tomar esa invocación.
- Déjala estar, yo sé cómo tomarte a ti... en brazos.
Frente a frente, tus manos en mi cintura, en mis caderas, tras ellas... siento tu fuerza y levanto mis piernas, esta vez para rodearte.
Apago la luz, y me llevas hasta el sofá, donde me dejas como quien deja unas flores. Tú sobre mí.
*****
Existe un espacio de tiempo en que no somos más que el paso entre todo y uno mismo, sólo uno. El día termina y volvemos a ser nosotros.
Te preparas un té -¿es un té?-, frente a la bancada de la cocina, remueves con una cucharilla. Llego de mi estudio, después de apagarlo todo, con mi vaso medio lleno, en el que aún sobreviven casi intactos algunos hielos. Lo dejo junto a tu té. Con los dedos saco uno de los hielos y lo dejo caer en tu vaso.
No queda espacio entre tu espalda y mi pecho.
- Sigue removiendo... bebe.
- ¿Y eso? -me preguntas.
- Y eso que te invito a que lo bebas... sin quemarte.
Con una mano alcanzo mi vaso y lo apuro, con la otra desabrocho tu pantalón. Beso tu nuca mientras bebes. Del té no queda más que un poso.
Media vuelta, tu mano sobre mi hombro, me diriges y me llevas hacia fuera.
Nuestros vasos vacíos, nosotros llenos.
*****
Si supieras cuánto lo deseo... ¡Si tuvieras una pequeña idea de cuántas veces he soñado dormir contigo!
Me cuesta mucho imaginar un hombre cuando lo leo.
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