martes, 9 de noviembre de 2010

# 18. "Alquilo".


Frente a la puerta de entrada, una foto poco conocida de Marilyn, en gran formato, daba la bienvenida. A la izquierda, sobre una pared de madera, un velador suspendido y un perchero de pie permitían deshacerse de llaves y abrigo. A la derecha, una pared de cristal de dos dedos de grosor y algo más de un metro de longitud daba paso a la estancia principal, y dejaba pasar la luz que hubiera en ella.

La orientación de la vivienda, al sur, fue determinante al decidir la compra. Durante el día, el sol penetraba insolente de un lado a otro del ventanal que ocupaba toda la fachada. Las copas de los eucaliptos, que se encontraban delante del edificio, hacían de tapiz verde al azul del mar que se extendía de lado a lado. Por la noche, la vista de la fortaleza sobre el monte y la bahía, iluminadas, ofrecían una imagen espectacular.

En el centro se encontraba un comedor de expresión mínima, con mesa rectangular de acero galvanizado y ocho sillas a juego, con tapizado en terciopelo de un color mostaza desleído en el asiento y respaldo. Dos lámparas, con tres colgantes cónicos cada una de ellas, daban luz sobre la mesa.

Un par de metros hacia la derecha, un salón con tres tresillos de formas angulares y cuero blanco dispuestos en “U” entre los cuales una acogedora alfombra de fibra vegetal calzaba una mesa baja cuadrada de cristal, sobre la que descansaban un par de cestillos: uno con mandos a distancia y otro con posavasos y manteles individuales. Frente a los asientos, una gigantesca pantalla encastrada en un muro de pizarra estaba encendida en modo “acuario”. A su izquierda, una chimenea también adentrada en el muro. Fuera de la temporada fría, ocultaban la chimenea tres guitarras que descansaban en un soporte. En el techo, un plafón bajo de escayola albergaba iluminación indirecta en sus cuatro lados.

En la pared opuesta al ventanal, en el centro de una biblioteca que ocupaba todo el paño, un paso sin puerta daba acceso a un pequeño distribuidor donde se encontraba el dormitorio de huéspedes, que contaba con su propio cuarto de baño, y un aseo de cortesía.

En el lado izquierdo del comedor se disponía una especie de office, con un aspecto de esmerada improvisación de café-bar casero. Dos mecedoras de rejilla custodiaban una mesilla de mármol blanco circular y tres patas de hierro. Un sofá de dos plazas vestido en pana fresca color rojo grana, se auxiliaba con un puf y una mesita bajera oval de cristal. Por último, dos sillas verdes y una amarilla, de anea –se hubiera dicho que estaban destinadas a un trío de cante, palme y toque flamenco- flanqueaban la tercera mesilla, de madera cuadrada, con cajones y puertecillas por sus cuatro lados, donde se guardaban naipes, dados, dominó y otros clásicos. En el centro del triángulo, colgaba del techo una especie de ramaje con iluminación led que dirigía los extremos de varios tallos hacia cada una de las mesillas.

Una barra alta del mismo acero que el comedor, en el lado opuesto al ventanal, separaba el office de la cocina americana, con tres banquetas de asientos forrados con piel color negro imitando escamas reptiles. El mobiliario de la cocina, revestido en acero mate, ocultaba electrodomésticos y utillaje. En la pared donde se disponía el frente de la misma, a la izquierda de esta, y a la espalda del retrato de Marilyn, de nuevo un paso sin puerta daba acceso al dormitorio principal, con baño y vestidor, y a un pequeño despacho donde también reinaba el orden.

Sonó el telefonillo de la portería.

“Soy yo… “ contestó una voz de hombre cuando sintió que descolgaban desde arriba.

Al abrirse el ascensor, la puerta del apartamento estaba entreabierta al final del corredor. Sonaba Debussy. Sonrió, embriagado por un sentimiento de gratitud. No fue preciso pulsar ningún interruptor, la luz que salía de aquella morada acogedora era suficiente. Caminó hacia ella.
- ¿Cómo estás, mi princesa?

Su alteza, serena, aguardaba envuelta en una bata de raso negro, con los brazos extendidos en señal de bienvenida. Sus blancas manos se posaron sobre las mejillas del recién llegado, sobre su frente, atrayéndole hacia sí. Él se dejaba hacer,

- Lamento no haber podido llegar antes, tenía la intención de cenar contigo en ese lugar que descubrimos el mes pasado, pero la cosa se ha complicado a última hora. No debería haber atendido esa llamada, me han entretenido…
- Shhhhhhhh… -susurró la mujer acercando sus labios a los de él, silenciando las excusas le ayudó a quitarse la chaqueta, que colgó cuidadosamente-. Está bien, ya estás aquí. He merendado con mi amiga Martina y no tenía apetito para cenar, de todos modos. Acabo de preparar un té. ¿Quieres que te sirva uno?

El hombre tenía gesto desganado.
- ¿Te apetece alguna otra cosa? Aprovecha que he hecho la compra esta mañana y hay provisiones para todos los gustos.
- Tengo sed, prefiero algo fresco. Agua con gas, si hay.
- Marchando un agua, pues. Ven.

Guió los pasos del recién llegado, tomándole de la mano.
- ¿Quieres tomar asiento?
- Preferiría tomar una ducha antes. Necesito un lavado de cerebro.
- Ja, ja… - rompió ella en una carcajada- Disculpa, debí haberlo imaginado. Con cuidado, conviene que conserves algunos recuerdos cuando salgas de la ducha.

La princesa se dirigió a la cocina, mientras que el hombre desapareció con paso cansado hacia el baño principal. La mujer se sirvió un té, añadió medio terrón de azúcar moreno, sacó un botellín de agua de la nevera y una copa de la alhacena. Encendió una barrita de sándalo con aroma de jazmín, que puso sobre la barra americana, y se sentó en un taburete, tomando el té a sorbos y mirando la bahía mientras escuchaba el sonido de la ducha. Cuando el agua dejó de caer, abrió el botellín, sirvió la copa y se dirigió al baño.

Apenas había salido el hombre de la ducha cuando ella le entregó la copa de agua. Sin hablar, tomó una toalla de baño, y cubrió con ella la espalda mojada. Con otra toalla, empezó a secar su cuerpo.

- Nada me hace sentir tan bien como estar contigo –dijo él.
- Creí que tu trabajo te hacía realmente feliz.
- Mujer, ya sabes a qué me refiero.
- Ya lo sé, pero también sabes tú que me cuesta oír ese tipo de cosas.
- Pues no debería. Es lo que siento, siempre hemos hablado claramente, y no veo por qué puede molestarte. A la mayoría de las mujeres les encanta que les digan esas cosas.
- Sí, entonces recuerda que no me gusta hablar de sentimientos, y que yo no soy una mujer.
- Sí lo eres, eres una mujer muy especial, eres una mujer aparte.
- Eso es, soy aparte, me salgo de mi rango, así que conmigo no se cumple lo que se cumple para la mayoría.
- En eso estamos de acuerdo.
- ¿Lo ves? –sonrió cariñosa- No es posible que discutamos porque, finalmente, siempre estamos de acuerdo. Siéntate, por favor.

Él había terminado su copa, la dejó sobre la bancada de los lavabos. Obedeció, se sentó. Arrodillada delante le secaba los pies, con cuidado, entre los dedos. Él la miraba embelesado. Era muy cierto que con ella recibía más de lo que jamás hubiera esperado de una compañera. La admiraba por sus muchas habilidades, la respetaba por su integridad y su valía, la necesitaba por su forma de entregarse, la deseaba por todo ello. Por todo ello, la amaba.

El hombre tendió sus manos, le hizo levantarse, tomó las de ella y las besó con los ojos cerrados.
- Si tú quisieras…
- Pero hombre, claro que quiero…
- Si tú quisieras como quiero yo…
- Shhhhhhhh dejémonos de trabalenguas –su voz siempre sonaba conciliadora.

La tomó en brazos, salió hacia el dormitorio, y la depositó sobre la cama. Sinuosa, se enlazó a su alrededor, serpenteante, y se amaron en silencio, despaciosamente. Nada en ella era un exceso, si no el resultado que provocaba en el corazón de él, en sus entrañas, en su sangre, en su ser entero. Cuerpo y alma.

Sin un punto y final concreto, enredado como la yedra en el cuerpo de su reina, el sueño llegó como llega la noche: sin sentir. Durmieron abrazados, entregados tras la entrega.

El sol de levante abrió una hermosa mañana otoñal. Cuando el hombre hubo terminado su aseo, el aroma de café flotaba con calma en toda la casa. Sobre la mesilla ovalada esperaban dos licuados de fruta, tostadas calientes, confituras y la cafetera. Concierto para guitarra y orquesta de Vivaldi. El hombre servía el café y ella untaba las tostadas con mantequilla. Los desayunos de los viernes eran, para el visitante, el combustible que recargaba para vivir la semana siguiente. Hablaban con calma, con cariño, hasta que el hombre dio un giro a la conversación.

- Es extraño, todos los días duermo soñando con despertarme contigo. No me tomes por pesado, te lo seguiré diciendo sin desfallecer.
- No te tomaré por pesado, palabra.
- ¿Ves? No me escuchas, no consideras mi proposición. ¿Porqué no una vida juntos?
- Sí te escucho. No tenemos una vida, somos dos vidas. Tú tienes tu vida y tu familia, yo… yo también tengo mi vida, y es la que es.
- Podría ser otra. Sabes que haría lo necesario por que fuese otra, es lo que más deseo.
- Ni tú ni yo somos libres de cambiar nuestras vidas sin afectar las de otros. ¿Qué derecho tenemos a hacerlo? Además ¿Acaso sabes qué es lo que más deseo?
- Nada me gustaría tanto.
- De momento, nada distinto a la primera vez, tal como convinimos en un principio.
- Pero las cosas cambian, las personas cambian, todo puede cambiar.
- Así es, todo puede cambiar, pero ni las cosas han cambiado ni las personas tampoco. Somos los mismos y nuestras circunstancias también lo son.
- ¿Hasta cuándo piensas que durarán tus circunstancias? En algún momento será distinto.
- No pienso, sólo existo, y soy feliz de este modo. ¿Tú no eres feliz? ¿Te hace feliz el tiempo que nos podemos dedicar?
- Claro que me hace feliz, pero me sabe a poco. Me tortura el hecho de que…
- No hablemos de sentimientos, recuerda – interrumpió ella – lo que hay entre nosotros son sensaciones.
- Muy bien, pues tengo la sensación de que reúnes todo cuanto espero de una mujer, eres mi princesa.
- En un castillo de arena.

Se hizo el silencio.

- Lo siento, no me gusta esta conversación, y no quisiera que nos quedara un mal sabor –protestó ella sin fuerza-.
- Tengo la sensación de que alquilo…
- No es así, soy yo. Me alquilo.

Tras el desayuno, el huésped de los jueves dejó el sobre con el contenido acostumbrado en la mesita entre las mecedoras. Con un cálido abrazo, se despidieron con las palabras habituales.

- ¿Hasta cuándo? –preguntó, resignado, el hombre-.
- Hasta el jueves.

Ella sostuvo la puerta abierta hasta que las puertas del ascensor se cerraron. Regresó sobre sus pasos, tomó el sobre y lo guardó en el despacho. Se encaminó al baño y abrió la ducha.

Encima de la mesa del salón, el teléfono emitió el sonido de un mensaje recibido:

“Buenos días, preciosa. Nos vemos esta tarde sobre las siete, como la semana pasada. Ponte guapa, cenaremos fuera. Tengo cosas que contarte y muchas ganas de verte”.

jueves, 7 de octubre de 2010

# 17. Nunca más.


Ilustración de Arly Jones para "Yoni Bismuler Forever" 2004.

“El maltrato es obsceno, avergonzante” Belén Ordóñez.

Domingo, 2h09 AM.

Las puertas del pasillo de quirófanos se abrieron con el empujón de la camilla.
- ¡Vamos, vamos! ¡Despejando, vamos, hay que detener la hemorragia!

Tras la camilla, las puertas volvieron a cerrarse, y Nekane se quedó inmóvil, de pie, desorbitada, atenazada por las palpitaciones que sentía en los dedos, en las piernas, en las caderas…
Tuvo que buscar un lugar donde sentarse, donde desplomarse con la gravedad de la tensión acumulada, para liberarla, mientras esperaba que la intervención de su paciente terminara.

- Aguanta, Clara, aguanta –parecía que oraba- y será lo último que aguantes.


18 Días antes.

La Dra. Hernani trabajaba en la consulta del centro de salud como médico de familia.

- Clara Salinas –se escuchó a través del altavoz situado sobre la puerta del gabinete.
- Buenos días, Nekane –dijo Clara al cerrar la puerta y tomar asiento.
- Buenos días, cuéntame…
- Tengo problemas para respirar, noto todo el tiempo como una presión en pecho y espalda, me sube calor por el cuello, y a veces, cuando me falta el aire, siento náuseas.
- Túmbate sobre la camilla, quítate la blusa, por favor.

Mientras Clara se desvestía la Dra. Hernani alcanzaba el fonendoscopio y, cuando su mirada se posó sobre el cuerpo de su paciente…
- ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo te has hecho estos moratones?
- Estoy torpe, ya te he dicho que me cuesta respirar, me he caído, creo que un desmayo.

El silencio, de repente, tenía toneladas de peso. La doctora palpó los hematomas, la paciente reaccionaba con pequeños movimientos de rechazo, dolorida.
- ¿Todo esto te lo has hecho en una caída? ¿Cuando te has caído?
- Ayer, creo. No sé el día en que vivo, estoy muy cansada.
- Mírame, Clara. ¡Mírame te digo! Por favor… Estos moratones son de golpes en distintos momentos ¡Van del granate al amarillo, pasando por el morado y el verde! Clara, mírame… No es la primera vez que te lo veo ¿Qué te está pasando?
- Estoy muy cansada, no recuerdo bien las cosas, me cuesta ocuparme de mi casa y mi familia, estoy torpe; esta angustia que tengo me quita el apetito ¡mira como me estoy quedando! Parezco un saco de huesos, debería poner de mi parte, pero no sé… no sé hacerlo mejor, me distraigo continuamente, olvido lo que debo hacer, soy un desastre…
- ¿Quien te dice todo eso?
- No me lo tiene que decir nadie, ¿es que no lo ves?
- Yo veo lo que veo. Te repito, Clara… ¿Quién te dice todo eso? ¿Quién te hace esto?
- Es culpa mía… -rompió a llorar- soy un despojo de mujer. Pero lo voy a arreglar, y todo volverá a ser como antes. Tengo que arreglarlo ¿comprendes? Si me curo, si vuelvo a estar fuerte, todo volverá a ser como antes.
- ¿Qué quieres arreglar? ¿Qué quieres que vuelva a ser como antes?
- Mira, Nekane, yo te agradezco que te preocupes, pero tú no estás para eso, y yo he venido a consultarte como médico –se secó las lágrimas de la cara y los ojos con dos pasadas de manga- si no me puedes dar algo para la angustia, pues me lo dices y ya está. Me voy por donde he venido. –contestó resuelta mientras se volvía a vestir-
- No, perdona, no te marches, siéntate. Discúlpame. Mira, te voy a dar una receta de algo muy flojito ¿vale? No es más que un relajante muscular muy suave. No te atontará ni te dará sueño, simplemente te ayudará a que no te sientas aturdida, y quizá de ese modo puedas hacer las cosas más tranquilamente. Lo tomas durante un mes, y luego hablamos, a ver cómo te ha ido ¿Te parece bien?
- Bien –la paciente bajó la guardia-
- No dejes de venir, por favor, estas cosas hay que controlarlas. Si vemos que no te va bien o no te es suficiente, cambiamos de comprimidos o de dosis.
- Bien…
- ¿Sigues viviendo en esa casita con el patio lleno de flores? Donde fui a verte una vez para una atención domiciliaria ¿recuerdas?
- Sí, ahí vivo. ¿Por qué?
- No, por nada. Me gustó tu patio. Confírmame tu teléfono, por favor, este tipo de medicamento requiere tener completa la ficha del paciente –mintió la doctora- ¿es este?
- A ver… -Clara ya parecía más conforme- Sí, ese es. Vale. Pues gracias, hasta dentro de un mes.
- Escucha Clara, no te lo tomes a mal, sólo me he inquietado por ti. Te pido que, por favor, te anotes mi teléfono. Mira, te hago una llamada perdida y así te queda grabado. Guárdalo en tu agenda –la doctora hablaba mientras marcaba el número de Clara en su teléfono personal- Dime que lo harás, que me llamarás si en algún momento no estás bien.
Las dos mujeres se miraron, comprendiendo lo que no decían las palabras. Se regalaron una sonrisa de cortesía, triste, y la una se marchó mientras que la otra se sentaba en su despacho. Ambas con la vista clavada en el suelo.


18 Días más tarde, domingo 12h39 AM.

Nekane terminaba de cenar en compañía de unos colegas de Bilbao que estaban concluyendo una semana de conferencias y seminarios en la costa levantina. Sintió la vibración del teléfono en el bolsillo y, mientras escuchaba entre risas a sus compañeros, miró la pantalla:

Nuevo mensaje: 00:39 Clara Salinas: ven corre ven

La doctora se levantó de su asiento con la fuerza de una catapulta. Pulsó:

Opciones, OK, Devolver la llamada, OK, Llamando

Cogió la botella de vino vacía que reposaba boca abajo en la cubitera junto a la mesa, abandonó a sus colegas con un simple “una urgencia” y salió corriendo del restaurante. Una señal de llamada, dos señales de llamada ¡atienden la llamada…! Pero nadie contestaba al otro lado.
- ¿Clara? ¡Clara! ¡Soy Nekane! ¿Clara?

Escuchó un sonido de rozamientos, le hizo recordar cuando en alguna ocasión alguna amiga le había llamado por accidente, al llevar el teléfono en el bolso y pulsarse sola la tecla de rellamada. Escuchó golpes que retumbaban.

- ¡Abre el puto armario, hija de perra! – más golpes.
- ¡Por favor, lo abro, voy a abrirlo, cariño, pero déjame que te explique! –escuchó por fin la voz de Clara, más allá del bolsillo o lo que fuera.

Comprendió que no era momento para hablar, que nadie la escucharía al otro lado, y siguió corriendo hasta llegar a su Megane descapotable que abrió a distancia. En la carrera, se colgó el bolso cruzado sobre el pecho, introdujo en él la botella, y pulsó la tecla de manos libres del teléfono. Entró como por arte de magia en el vehículo y de dos volantazos salió del lugar disparada.

- ¡Saco de huesos, despojo de mierda! ¡Das asco! – los insultos se sucedían, el llanto de Clara se interrumpía por sus quejidos, que coincidían con vaivenes de los roces, por golpes sordos, y más llanto, y más insultos.

El corazón de Nekane batía a más velocidad de la que llevaba el coche, pero su cabeza se mantenía lúcida. Podía haber tomado el camino más corto para llegar a la casa de su paciente, pero recordó los controles de alcoholemia que acostumbraba encontrar en la avenida que comunicaba la zona de copas con el centro de la ciudad, y tomó esa dirección. Cuando se acercaba a semáforos y cruces, tocaba el claxon y daba ráfagas con los faros. No se detenía. La policía estaba donde previsto, aceleró. Pulsó la apertura automática de su ventanilla, y cuando alcanzó la altura del control, sacó la mano con el dedo corazón apuntando al cielo, acelerando y pitando como si fuera de boda. Se dirigió entonces a casa de Clara.



No había soltado el teléfono de la mano, y escuchaba la agresión en directo, cada vez más frecuentes los golpes, los insultos en catarata, cada vez más débiles los quejidos. En un momento, un fuerte golpe del teléfono del otro lado de la línea: en un movimiento el aparato había salido despedido del bolsillo de Clara, y había quedado tirado en el suelo. No escuchaba más a la mujer. Miró por el retrovisor: dos coches de policía la seguían. Temió lo peor. Por fin decidió hablar.

- ¡Clara! ¡Clara! – gritó con todas sus fuerzas. Alguien, al otro lado, cogió el teléfono.
- ¿Quién es? ¡¿Quién es, maldita sea?!
- ¡Soy una mujer, pedazo de cabrón, una mujer con más cojones que tú y toda tu puta raza, y voy a por ti!
- ¿Ah, sí? ¿Tú y cuantas más? ¡Payasa! ¡Ven, ven, que tengo pa ti también!
- Estoy en tu calle, media picha, en cuanto salgas te reviento en tu misma puerta.

No le dejó tiempo para contestar. Colgó la llamada sin soltar el teléfono, y embocó por fin la calle. La policía le seguía, ahora sonaban las sirenas. Vio salir al energúmeno de la puertecita de la verja detrás de la cual se escondía el infierno. Le reconoció enseguida, le había atendido ella misma en el centro de salud alguna vez, y le recordaba de cuando visitó a Clara en casa. Aceleró de nuevo, dirigiéndose a él. Este se quedó inmóvil, desconcertado como los conejos que atraviesan la carretera por la noche.

Nekane conocía el barrio, era su barrio de trabajo. Sabía que, tras la curva cerrada a la izquierda, la calle se ensanchaba y a la derecha de la misma había un descampado. Siguió en dirección al endemoniado, apretó el freno y apenas a dos metros de distancia del hombre, lo esquivó, soltó el freno y giró el volante, para detener el coche en medio de una polvareda, en el descampado.

Los coches de policía la seguían de cerca, ocupando los dos carriles de la calzada, no tuvieron tiempo de reaccionar, y no pudieron evitarlo. Salió disparado hacia el cielo, camino seguro del averno.

Nekane salió de su descapotable corriendo hacia la casa, cuya puerta había quedado abierta. Marcaba el número de urgencias. Entre restos de una batalla, Clara estaba tendida en el suelo, semidesnuda, con la ropa hecha jirones. Tenía pulso, pero mostraba varias heridas incisocontusas, una de las cuales, en la cabeza, sangraba en abundancia.

Dos policías entraron corriendo en la casa, los otros dos se ocupaban de los restos de satanás. Nekane dio instrucciones a emergencias del lugar donde debían mandar la ambulancia y valoración clínica de la mujer herida.

Se escucharon unos gimoteos. En el dormitorio, una niñita de unos tres años se refugiaba de cuclillas entre la cortina y la ventana, con el camisón de Clara entre sus pequeñas manos, cubriéndose el rostro, oliendo a su madre.


Domingo 06h23 AM.

La doctora acariciaba la frente de su paciente, sentada sobre la cama desde que viera que la ensoñación de la anestesia abandonaba el cuerpo maltrecho. Clara abrió los ojos, deseosos de enganchar la mirada en algún lugar que le permitiera mantener el peso de sus párpados. Encontró la mirada de su médico de cabecera, y la expresión se tornó inquisitiva, suplicante de una respuesta a ninguna pregunta, a muchas dudas juntas.

- Ya está. Todo ha pasado, nunca más volverá a ocurrir.
- Gracias Nekane -balbuceó, y las lágrimas se precipitaron como corderillos apresurados, en todas las direcciones, sobre sus mejillas. Entornó los ojos de nuevo, y su cabeza, rendida por los golpes de la vida, se ladeó buscando reposo.
- … Nunca más.

jueves, 30 de septiembre de 2010

# 16. Corsario.


Boceto para "Corsario". Óleo sobre tela.

Un gracioso tiró una bombita lacrimógena. En apenas un par de segundos los clientes del bar empezaron a sentir los efectos: la nariz escocía, la boca y la garganta irritadas y ardiendo, los ojos picaban. El aire que se respiraba era punzante en su paso hacia los pulmones.

La estampida no se hizo esperar. Un mar de gente ataviada para la ocasión se coló entre las puertas del local como el agua por un sumidero, dispersándose como burbujas de champagne saliendo de la botella, cuando alcanzaban la calle.

Entre enfermeras, travestis, margaritas y Chewaka; futbolistas, cabareteras, monjes y zombis; flamencas, Elvis, taberneros y músicos de jazz, se encontraron la mujer policía y el corsario. Entre todo el jaleo del desalojo, ellos dos buscaron la fachada del edificio para protegerse de la marea de disfraces que salía desordenadamente. Se descubrieron el uno al otro en la misma actitud: observaban entretenidos la gente correr, toser, reír, hablar, perderse, buscarse, quejarse, aplaudir a los camareros -que salieron los últimos-… Ambos seguían apoyados en la misma pared, vista al frente, después de haberse mirado de arriba abajo.

- ¿Estoy detenido? La miró de reojo, y sonrió ampliamente.
- Hasta ahora te has librado porque no tenemos testigos. Estoy segura de que puedes añadir más salsa a esta situación estúpida y cómica. ¡Adelante! Si no lo consigues, entonces sí considérate detenido.

El corsario rompió a reír a carcajadas.
- ¡Voto a bríos que me ponéis en delicada situación!
- Vota a quien quieras, pero ya estás moviendo el culo -a la policía se le escapó una sonrisa-.
- Bien, Señora. Lanzo mi guante y propongo una apuesta…
- No lances nada y no te muevas. –dejó de apoyarse en la pared y se puso frente al marino- ¡A saber lo que escondes bajo esas siete capas!. Date la vuelta, las manos contra la pared, abre las piernas. - dijo con voz firme y autoritaria.

La mujer policía empezó a tantear al marino desde los puños hacia abajo, la espalda, los glúteos, las piernas por el lado exterior y por el lado interior. Le agarró del cinturón y tiró del mismo, para dar la vuelta al hombre girándole. Retrocedió un paso.

- Soy la agente Canales, es un placer conocerle – dijo ella tendiendo su mano para estrechar la de él.
- Capitán Suárez a sus pies, Señora – respondió cogiendo la mano tendida, que acercó a sus labios, sin tocarlos, haciendo el ademán de saludar.

La noche de carnaval siguió para el pintoresco dúo sin más interrupciones. Los bares estaban petados de gente, discurrían ríos de personas por las aceras, y ellos dos fluían entre todos como hojas de sauce a la suerte de la corriente. El capitán cedía el paso a la agente, arboleaba su sombrero con plumas y sonreía, siempre sonreía. La poli le correspondía con un gesto, que cada vez era menos breve, menos parco. Bebieron en una terraza en donde el frío no se sentía, tal era el ambiente. La mujer policía proseguía el interrogatorio para conocer los detalles más importantes en profundidad.
- ¿Playa o montaña? ¿Cuerda o viento? ¿Bécquer o Quevedo? ¿Tinto o blanco? ¿Animal o vegetal?
El corsario contestaba divertido con romances, refranes y dichos. Bailaron en un bar donde ella, porra en mano, fue abriendo paso a su capitán. Cada uno se descubría con su disfraz, se delataba con sus maneras, se manifestaba abiertamente. Se estaban conociendo y les encantaba, en una noche que tenía todo lo que tienen las noches encantadas.

Al alba se despidieron. El corsario tenía el avión de regreso a casa en unas horas de ese mismo día. Fijaron una fecha e hicieron una apuesta. Quien perdiera viajaría para encontrarse con el ganador.
- Es una apuesta excepcional y brillante –dijo Suárez-: pierda quien pierda, ganamos los dos.


Los días que siguieron al carnaval, o mejor dicho las noches, les acercaron por teléfono. Sólo verdad desnuda, sólo quienes realmente eran, sin las máscaras que usaban desde que se quitaron los disfraces. Esa había sido una apuesta tácita en la que no había nada que perder, y a la que jugaron sin temores ni prejuicios. El resultado fue que hubo dos ganadores. La apuesta expresa vencía en quince días.

Una noche, muy tarde y debiendo madrugar al día siguiente, después de conversar una larga hora, el corsario se rindió a Canales. Sintió que la charla estaba incompleta, y le mandó un mensaje:

“En estos momentos lamento como nunca la distancia que nos separa. Desearía importunarte presencial y concupiscentemente, para convertir nuestra irresponsabilidad horaria en fuente de delirios y divertimentos”

Ella sucumbió, cediendo también por fin al galante caballero:

“¿Acaso dirías que esto no es un delirio, que no es un divertimento?. Es el tiempo quien nos separa, no el espacio, y aunque despacio, en dos semanas se repara…”

- ¿Y se reparó?
- Pues han puesto un cartelito en un buzón: “Suárez y Canales”.

El resultado, definitivamente, es que hay dos ganadores.

lunes, 20 de septiembre de 2010

# 15. Meetic y ¿Rara avis?


Foto de VISA pour l'Image, Perpignan, 2010.

- ¿Cómo eres tan atrevida? ¿No te da miedo dar con algún loco? –preguntó mi querida y asustadiza amiga Ana.
- No puede haber más locos que en la calle –le contesté- las probabilidades son las mismas. Pura estadística. Y no soy atrevida, ya lo sabes.
- ¿Entonces? ¿Cómo te metes en un sitio así, donde pueden engañarte como a una niña, poner cualquier cosa para venderse? Mira que lo que se dice de esos sitios no es buena cosa. Ahí no vas a encontrar más que los restos, lo que no quiere nadie, gente que no vale un pimiento.
- ¿Eso es lo que opinas de mí? ¿Qué no valgo un pimiento? –le miré inquisitiva.
- Mujer, tú eres punto y aparte. Tú eres una mujer como la copa de un pino. No vamos a decir que hayas acertado, la verdad. Pero exponerte en un escaparate para que te escojan como en un catálogo por correspondencia… Te puede ver alguien del trabajo, tu familia, tu hijo…
- Ana, cariño. Hace un año que me divorcié y eso es público. En mi trabajo y mi familia lo requetesaben. Para mi hijo, en plena adolescencia, soy la última de sus preocupaciones ¡Ya tiene 16 años! Y además, igual que estoy yo, puede estar también alguno que valga la pena. Estadística, Ana, estadística.

La vida transcurre deprisa y caprichosamente y, en definitiva, lo que encontraba en Meetic era lo mismo que encontraba en la calle: estadística. Aburrida de las carencias y deficiencias de la demanda, una termina por no presentar oferta.

Un día, más aburrido que los demás, en mi bandeja de correo, encuentro: “Meetic: Juanbna_900 te ha enviado un nuevo e-mail”.

- Venga, va, tú has sido elegido para no ir directamente a “Eliminar” –pienso-. Abro.


De: Juanbna_900
Para: Belbelisa

Pero ¿tú qué esperas?



De: Belbelisa
Para: Juanbna_900

Alguien como yo.



De: Juanbna_900
Para: Belbelisa

¿Te basas en una simple foto y en una descripción para encontrar lo que buscas, para hacer tu elección? Me siento como un perro en el criadero, aquí, teniendo que demostrar mi pedigrí. ¡Qué tontería! No tengo pedigrí, y me siento juzgado por ello. Pero puede ser que sea muy diferente en la vida real, con muchos más atractivos que los que muestra una foto.


De: Belbelisa
Para: Juanbna_900

Señor:

No he mirado su foto ni su descripción, solamente he respondido a su pregunta.
Se siente como un perro… le comprendo perfectamente. Yo, por mi parte, la mayoría de las veces me siento como un pedazo de carne ante una jauría.

Entré en este lugar hace años, cuando era gratuito para las mujeres, y no me he borrado, lo cual me ofrece el “privilegio” de no pagar un céntimo. Sigo aquí y, de vez en cuando, entro en la página para ver lo que ocurre. Hace ocho meses que borro los correos sin abrirlos, pero la casualidad ha querido que leyera el suyo.
Verá, lo que ocurre es lo siguiente:

En su momento empleé un buen tiempo para responder y completar todo el cuestionario de mi ficha, y todavía recibo tests -para comprobar mi afinidad-, de tíos que esperan que sea yo la que siga contestando a más preguntas, cuando ellos no han puesto más que su edad, y puede que nacionalidad y horóscopo. No han leído la parte de mi presentación en la que digo “Quiero lo que ofrezco” o, simplemente, no han leído nada.

Digo que acepto un hombre con unos pocos años más o menos que yo, y recibo flechazos de hombres de 60 años que aceptarían una mujer entre 35-45 años. ¿Debería sentirme privilegiada por entrar en el lote? Dicen de sí mismos que son románticos y me reprochan que yo no lo sea (así reza en mi ficha). Sin embargo, no buscan más que carne fresca –con respecto a la propia- sin ningún interés en la templanza, la madurez y la ternura que ofrece y requiere el romanticismo…

Todos mis datos son reales, y me he encontrado con hombres que tienen diez años más de los que indica su ficha, en la cual habían puesto una foto donde tenían quince años menos –sin contar aquellos que no ponen foto “por motivos profesionales”-. Algunos con una barriga que no les permite ver su propio sexo, que buscan una mujer con silueta deportiva; peludos como osos pero que quieren una amable “manzanita” bien depilada.

Repaso mis correos para expresarme correctamente, y me encuentro con hombres que afirman tener estudios de licenciatura o superiores, y que cometen más faltas de ortografía que palabras escriben.

Recibo igualmente correos que son un burdo “copiar-pegar”, a modo de circular; creíbles quizá para una adolescente, pero nunca para una mujer. A veces no lo recuerdan y lo repiten, literalmente, al cabo de unos meses.

No hablemos del estado civil.

En fin, créame si le digo que comprendo su decepción, pero también que no es conmigo con quien debe envalentonarse. No acostumbro a prejuzgar, sin embargo, y tras la lectura de su correo, no estoy muy segura de que usted no lo haya hecho conmigo.

Soy una aventura magnífica en la cama, lo tengo claro. Aún así, en el mejor de los casos eso no me ocuparía más que una o dos horas diarias, lo cual es poca cosa comparado con lo que puedo dar el resto del tiempo.

¿A quién ofrecérselo? Insisto: a alguien como yo. Y yo lo quiero todo. De cualquier forma, ya hace un rato que no busco nada, en efecto. Solamente espero lo que deseo.

No piense que es más fácil de este lado –del lado de las mujeres- cuando lo que se pretende encontrar es franqueza, claridad y una compañía honesta.

Confío en haberme expresado bien, sinceramente,

Isabel

P.S. Y ahora, puede que lea su ficha.


No me tomé esa molestia. Me di el gusto de borrarme. Nunca me gustó la estadística, ni los numeritos.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

# 14. Vuelo de Madrid.


Illustration de Manara. 2004.


La mujer empleó más tiempo en embadurnar su cuerpo de crema del que había necesitado para ducharse.
Extendía la hidratación comprobando la suavidad de su piel en cada centímetro de recorrido. Un suave masaje y preparatorio dedicado al hombre que salía de viaje en ese mismo instante, parte del protocolo amatorio del que gustaba gozar tanto como él.

“Te imagino recibiéndome con minifalda de vuelo, camisa ajustada, sin ropa interior. Mi avión sale en treinta minutos”. Fue el mensaje que recibió para confirmar la hora de salida.

El viajero había hecho la maleta sin vacilar, tan acostumbrado estaba a ello. En el último momento recordó un antiguo juguete, un souvenir de Londres que compró contando tan sólo diecisiete. Revolvió cajones, estantes y armarios, hasta que encontró la “prenda”. La incluyó con el resto y cerró la maleta.

Como en él era habitual, llegó el último para embarcar. No había prisa: precavido siempre en llevar como todo equipaje el de mano, eran precisos escasos minutos para recorrer el espacio entre las puertas del aeropuerto y el avión. Pan comido. Si no hubiera sido por el trámite de pasar por la cinta de seguridad. El agente frente a la pantalla detuvo la banda móvil.
- Señor, no puede usted embarcar con ese objeto. Ha de dejarlo en las bandejas dispuestas aquí detrás. Normas de seguridad.
- ¿Qué? No puede ser, otras veces lo he llevado conmigo y… quiero decir que… bueno, que no es la primera vez que viajo con esto y nunca ha habido problemas.
- Puede llevarlo si se encuentra en el equipaje facturado, el que va en la bodega. En cabina no puede usted viajar con este objeto, debe dejarlo.
- Bien ¿qué pasa si lo dejo aquí? ¿Cómo lo recupero después?
- No se recupera. Todo lo que se deja en las bandejas se tira o se destruye y…
- Ah, no, no, no, no. Algún modo habrá. Lo necesito para trabajar, he de hacer unas fotos y debo llevarlo y, sobre todo, no tengo intención de perderlo.
- Pues lo lamento, pero no puedo permitirle pasarlo.
- ¿Podría llamar a alguien a bordo? Quizá si lo entrego a alguien de la tripulación, si está a recaudo del comandante… quizá podrían entregármelo al llegar a destino.
- Es que estos objetos no pueden viajar donde tengan acceso los pasajeros.
- Insisto, se lo ruego, ¿hay modo de poder consultar esa posibilidad?

Por los altavoces hacían la última llamada para el pasajero con destino…

- Se lo ruego, por favor, ese al que llaman soy yo… algo se podrá hacer…

El agente hizo una llamada. La situación se le antojaba cómica y tenía curiosidad por saber qué desenlace podría tener. Sintió simpatía por el viajero tenaz. Después de una breve explicación colgó e informó al reclamado pasajero:
- En seguida viene alguien.

Efectivamente, un auxiliar de vuelo se acercaba, con paso ligero.
- Tengo orden del comandante de hacerme cargo de un objeto que el pasajero no puede llevar consigo, ¿es así?
“¡Ah! Cielo abierto: volamos” pensó satisfecho.
- ¡Sí, así es! ¿Cómo no? Tenga, venga, que tenemos prisa ¿no?.
Sin mediar más, en un visto y no visto abrió y cerró la maleta, extrayendo su dichoso juguete y entregándolo al auxiliar. Éste miró la causa de tanta excepción con sorna, lo metió en el bolsillo del pantalón, y pidió al pasajero caprichoso que le siguiera. Ambos con ligero equipaje, recorrieron un par de pasillos levadizos que les embocaron por fin a la puerta del avión, la cual se cerró de inmediato.

En el panel de información anunciaban la llegada del vuelo procedente de Madrid. Diez minutos de retraso no eran muchos. Entre la gente que esperaba, el hombre distinguió en seguida la cabellera color violín de su amante, su silueta de guitarra. Con paso firme y saltarín, se acercó hasta ella divertido. Sólo unos instantes de un beso risueño, húmedo, gracioso, fresco, mientras giraban sobre sí como peonza y la maleta pendulaba.
- ¿Vamos? -dijo él.
- ¡Claro! -contestó ella.

El recién llegado metió la mano bajo la falda y comprobó con un apretón que la pelirroja había seguido sus instrucciones. Ella soltó una carcajada.
- ¡Pero qué magnífico culo tienes!
Aparcados en batería en la acera de la terminal de llegadas había seis autobuses destinados a cargar turistas extranjeros. Los conductores esperaban en grupo mientras charlaban aburridos. Todas sus miradas se posaron sobre las curvas de la nacional, y sonreían al eufórico acompañante, mitad cómplices, doblemente envidiosos.

- He traído un cargamento especial, especial para ti.
- Uhmmm… tú y tus especialidades… -ronroneó ella.
- Tengo dos pulseritas que te vas a poner a la vez, y que te van a tener bien quietecita…

La mujer volvió a reír, caminando con paso firme, todo garbo, todo meandro, toda rotunda, contundente.
Giraron hacia la zona de estacionamiento, bordeando la última esquina del edificio. Por una doble puerta blanca apareció, casi en forma de estampida, un grupo de hombres y mujeres uniformados que se detuvieron al instante y se dispusieron a fumar. Varios con gorras, algunas bajo el brazo. La pareja atrajo las miradas de todo el grupo, al tener que pasar por en medio disculpándose. Un uniformado dio un codazo al que tenía al lado y ambos saludaron al unísono. Todos sonrieron. Sonrisa general.
- Buenas noches, y feliz estancia.
- Buenas noches, ¡sin duda! y muchas gracias -contestó el madrileño.
- ¿Les conoces?
- Es la tripulación de mi avión.
- ¡Qué amables! ¿No?
- No lo sabes tú bien. En esos vuelos domésticos, con ciertas compañías… es como estar entre amigos.

jueves, 5 de agosto de 2010

# 13. Steak Tartar.



Terminé de secarme el pelo, me cubrí con una camisola, y salí al salón.

Encontré una preciosa mesa puesta. Un mantel de encaje crudo sobre otro liso color burdeos. No había dos platos iguales, estaban decorados a mano con ilustraciones que bien podían ser de un Miró naïf. Un surtido de quesos estaba presentado sobre una tabla de madera color cerezo y con forma de manzana. En una fuente de plata, hojas de tres tipos de lechuga dispuestas en dos abanicos con lunares de tomates cherry, y una salsera con su condimento. Se completaba la mesa con una panera de loneta con compartimentos, en los que había pan de centeno, tostas, picos y palitos con semillas.

Sirvió vino en las dos copas, me dio una, e hizo el gesto de brindar, mirándome a los ojos pero sin mencionar un brindis. Bebió un sorbo y dejó su copa junto a la mía.

En un práctico gueridón había dispuesto una serie de ingredientes. Se puso detrás de la mesita y frente a mí, para que asistiera en primera fila a la preparación del plato. Empezó a picar dos chalotas.
- ¿Te ha gustado el baño? - preguntó
- Muchísimo. Debo agradecértelo y decirte que no recuerdo algo parecido.
- Nada que agradecer, me apetecía mucho -me dijo casi susurrando.
Trabajaba de pie, mientras charlaba conmigo y me dedicaba miradas que escondían pimientos de Padrón. Picó alcaparras y perejil, reservó.

- Los aceites son especiales, según me dijeron en la herboristería. Los compré pensando en ti. Pedí que tuvieran efecto tonificante y estimulante.
- Pues por el momento me siento tonificada, y la fragancia que han dejado en la piel es riquísima.
- Miel sobre hojuelas, dulce sobre dulce.
- Gracias…

En una ensaladera echó una yema de huevo que batió; añadió mostaza francesa y unas gotas de limón, removió, salpimentó, y empezó a ligar con un chorrito de aceite.

- Comprobaremos la fragancia en breve –dijo mientras introducía una cucharilla en la mezcla y la probaba.
- El efecto estimulante lo he sentido durante el masaje...
- Me alegra mucho, esa era la intención principal –añadió a la mezcla cuatrocientos gramos de solomillo picado, las chalotas y un chorrito de cognac. Mezcló.

Durante el baño, ambientado con tres velones rojos y el arpa de Zabaleta, llevó sus manos dibujando círculos sobre mi piel hasta el último confín de mi anatomía, sin sobrepasar la línea del abismo y regresando, sobre sus círculos, a tierra firme. Variaba el ritmo y la presión, se hubiera dicho que pintaba. Cada vez que sus dedos llegaban al límite, la tentación de saltar que yo sentía era mayor, pero las instrucciones previas al baño me lo impedían: debía dejarme hacer, era el único requisito.

Alcanzó dos platos trincheros, y sobre uno de ellos empezó a servir cucharadas de la carne, que iba disponiendo para formar un filete.

Sirvió el segundo plato, espolvoreó con el perejil y las alcaparras, y se quitó el delantal, bajo el cual llevaba enrollada y anudada a la cintura una toalla. Imaginé que los preparativos no le dejaron tiempo para vestirse, o sí.

En mi plato encontré un pene erecto con sus anejos. Sonreí, claro, por la simpática sorpresa, y enseguida dirigí la mirada a su plato, en el cual reposaban un par de perfectas tetas de carne picada. En ambos, perejil y alcaparras estratégicamente colocados. Le miré, y me sentí como esos perros pequeños que salen a pasear al parque y que, ante el requerimiento del amo, le miran con la cabeza ladeada preguntando: ¿Y ahora qué?

- Que disfrutes de la comida. Espero que te guste – me dijo, mientras alzaba su copa de nuevo para beber un sorbo. Al abrir la servilleta se le cayó, y desapareció del horizonte de la mesa para recuperarla. Yo esperaba a que reapareciera para comenzar a comer, y observaba divertida mi steak tartar. La luz era suave, la música a juego. Seguía sin asomar la cabeza cuando sentí sus dedos en ambas rodillas, que las abría, con el cuidado con que se abre un manuscrito de abadía.
Sentí su cabello avanzar entre mis piernas y, en su punto de encuentro, su tibio aliento.

- Comamos. Si paras tú, paro yo.

Carne fresca y macerada, con matices agrios y sabor salado. Con mucho placer, nos lo comimos todo.

jueves, 29 de julio de 2010

# 12. Anita y las olas.



Anita, mujer templada a golpe de forja. Con alforjas llenas con el sudor de su frente, se encontró frente a frente con el amor más natural y básico. Un músico nostálgico con muchos acordes todavía por afinar. Ella, vecina del mar; él, ciudadano de ninguna ciudad. Por impulso y con invitación, Anita visitó a su amor con alegría, varias veces, sin prisa ni urgencia, y para su decepción, su vehemencia más que arrullar arrolló al artista ya de por sí atropellado.

La distancia era inevitable, el silencio era innecesario. De tener una comunicación a diario, a detener una comunicación de a diario. El músico no emitía más que alguna nota cada tres días, todas ellas frías. Anita temía que su amor confundiera la entrega que sentía por una exigencia que no existía. Él decía de ella que era una mariposa temprana: fresca y llena de vida; de sí mismo que era un bicho maltrecho, buscando la forma de volver a caminar derecho. Sin ser necesario escucharlo, Anita entendió que su chico, todavía inestable, no osaba acercarse más por temor a que ella fuera otro elemento a añadir a su desorden vital.

-No sé qué hacer. Lo pienso cada noche, cuando ya no hay visitas, ni papeles, ni reuniones, ni teléfono. Salgo al balcón y hablo con las olas, les digo lo que me gustaría decirle a él. –me confesó Anita un anochecer que compartíamos delante de dos Martini rojos
- Pues no sé a qué aguardas para hablarlo con él –me aventuré a decir sin que me pidiera mi opinión.
- Uy, no sabría por dónde empezar, ni qué decir, ni cómo hacerlo…
- Hazlo, simplemente. Cuéntale lo que hablas con las olas. –me terminé despachando así.

“Lo dicho, mal bicho...

Anoche, tras apagarse la última voz, agradecida por el regalo del silencio poco frecuente, reparo, de repente, en un sonido familiar. No era otro que el mar, de nuevo con un rugido feroz, constante, insistente, un derroche.

- ¡Anita....! - escucho -
- ¿Quien es? pregunto, y pienso: A estas horas no espero visita…
- Pues ya ves: somos nosotras, las olas.
- ¡Vaya...! ¿A qué viene este escándalo? ¿Queréis romper la playa?
- ¡Calla, mujer, calla! ¡De alguna manera había que llamar tu atención!
- Ya la tenéis ¿Qué se os ofrece?
- Acercarte tu amor…
- Agradezco la intención, pero dudo que suceda, tiene miedos, tiene dudas…
- ¡Nos las hemos visto más duras! Es sencillo, a ver qué te parece. Podrías decirle a tu amigo el músico que somos excelente público, a la vez que una inagotable fuente inspiradora. Que se haga un pequeño viaje, y nos mire de frente, como tú ahora. Si quisieras ser la transmisora, si nos hace caso, si le apetece... podrías hacer las veces de anfitriona.
- No sé, ¿Y si no funciona?
- ¡Mira que eres llorona!... ¡Hazte y haznos el favor!

(...)

Y aquí estoy para informarte,
que dicen éstas, que cuando yo voy
ellas vuelven, varias veces, de muy lejos,
que le eche narices,
que no te eche los tejos,
que sólo te pida que traigas tu arte,
que aquí tenemos
los aparejos que precises.

Besos de salitre y espuma."

viernes, 25 de junio de 2010

# 11. Ahora, de verdad.


"Der kuss" Gustav Klimt.



La primera vez detuvieron el ascensor de servicio de un edificio de oficinas, un lunes a primera hora. Fueron necesarias varias pulsaciones para no interrumpir el pulso de sus venas, el compás de sus fluidos en vaivén acompasado. Una cosa llevó a la otra. Invadieron un gabinete dental de un centro de salud en una hora sin servicio, con sonrisas que nunca el alginato pudo reproducir, ni las fresas interferir entre los dientes que mordían los labios que se les ofrecían, sin ceder una gota de saliva a otro succionador que no fuera la boca amante, ávida.

Habían sucumbido entre dos coches estacionados en un parking de seis plantas. Poco importaba que fuera el momento de cierre de comercios, que los conductores caminantes transitaran de un lado a otro en retirada apresurada. Su deseo rebotaba en paredes tiznadas, sus suspiros sorteaban columnas marcadas para escapar por respiraderos que les ahogaban. Sólo sus movimientos eran cautelosos, reducidos a la menor expresión, llevados a la mayor proximidad y miramiento. En sus más nocturnas locuras vibraron, tras un altavoz, en una oscura discoteca de polígono. Como equilibristas con los vasos sin apurar, apuraron la noche confundiendo las palpitaciones propias con las de los ritmos más penetrantes, canciones que vestirían para siempre su recuerdo, fondo de armario de sus usos musicales.

También miraron de frente al sol, sobre dunas de una cálida cala de Cádiz. Entre médanos que albergaban ramajes dispersos concentraron su temperatura y dibujaron, tras los matorrales, siluetas difusas de un encuentro desesperado, atenazado por la premura cada vez mayor. A veces la espera dolía. Les dolía a ambos y, sin embargo, no lo decían. No era miedo a confesar amor, era auténtico terror a no llegar, a perderse como arena entre los dedos, el uno al otro. Y esperaban.

Se enredaron anudados sobre tapices de miles de nudos, envueltos en aromas de cominos y menta, abrazados por los cantos que se precipitaban desde minaretes que miraban al cielo, derramados por el suelo. Surtían cada encuentro con provisiones para todos los sentidos, hasta tanto pudieran vivir de ello, hasta que la necesidad última lo hiciera todo inútil y fuera preciso el paso definitivo, final.

Enloquecieron en el barco que les llevaba de regreso a Cancún, desde Isla Mujeres, entre cazuelas y sartenes. El jolgorio que los caldos mayas provocaban en los turistas, la banda que hacía que aquellos malditos bailaran y bebieran, la atmósfera húmeda y vespertina, hacían de la cocina un lugar poco interesante para visitar. Y en la bodega del bote deshojaron un par de margaritas, desfloraron un par de brotes y dijeron “te quiero”. Bebieron la mieles de la deseada declaración en un bateau mouche bajo luces y sombras y los puentes del Sena, acariciando su pasión por separado a vista del rosetón de “Notre Damme”, y nuestra dama pidió más.

Él aún propuso una excursión menor, una salida a pescar al río. Entre cañas y barro se amaron, con un hilo invisible sosteniendo lo que ya era difícil de mantener así. Como los cantos rodados de las riberas antaño cubiertas por el cauce, ese amor quedaba expuesto, desprotegido. En un último viaje clausuraron un vagón de tren para servirse del mismo a lo largo y a lo ancho, en marcha, un buen trecho… Cuando todo concluyó, ella buscó el aire de las ventanillas que no podía abrir. Él descubrió que era mucha la distancia, y que no estaba dispuesto a perder ni un día, ni un solo minuto más en acercarse a ella definitivamente.

Marcó tranquilo el número de teléfono.
- Hola de nuevo. Soy yo. Quería decirte que… es preciso que nos veamos.

Hubo unos instantes de silencio.
- ¿Cariño?
- Sí, sí… estoy aquí; sólo que…¿Así, de repente?
- Necesito verte, no deseo otra cosa más, no puedo esperar, necesito verte.
- Me pillas un poco de sorpresa, pero me parece bien. Oh, lo cierto es que, ¡Dios mío, yo también lo necesito más que nada!
- Te espero en la salida del metro de la plaza Castilla. En una hora ¿va bien?
- ¿Una hora?
- Por favor…
- Está bien, y ¿cómo...?

Él la interrumpió:
- Tengo unas flores para ti.
Escuchó la sonrisa, la exhalación de alivio de la mujer.
- En una hora, pues.
- Hasta dentro de una hora.

Las líneas 9 y 10 se cruzaban allí. Podrían ir caminando a cualquier lugar, dando un paseo.

La mujer subía las escaleras meditativa, aturdida, cabizbaja. Levantó la mirada con dificultad, hacia lo alto de la escalinata. Él esperaba, efectivamente, con un ramo de margaritas, apoyado al final de la barandilla. Encontraron la mirada al instante. Sonrieron. Ella se detuvo frente a su amor.

- Eres tal y como te imaginaba.
- Tú eres mucho más bonita de lo que pensé. ¡Ven!

Le cogió de la mano y se apartaron de la boca del metro. Caminaron unos pasos y detuvieron la marcha. Se abrazaron, fácilmente, como si fuera un reencuentro. Intercambiaron regalos: él, las flores; ella, un beso. El primero.

jueves, 17 de junio de 2010

# 10. Traducción.

"Le baiser de l'Hotel de Ville" Robert Doisneau.
(1950... après la Libération)

Llevaban meses trabajando en proyectos que otros habían exportado. Él realizaba los informes que ella traducía. El contacto, siempre correcto y en los últimos tiempos más cordial y personal, no había sido más que por teléfono o por correos.

En la última llamada, después de despachar un par de asuntos sobre los franceses, la conversación concluyó con unas reflexiones del hombre. Se declaraba admirador del chovinismo, aplaudía la cohesión de tan diversas razas y procedencias, el amor y la defensa de aquello que les es común y que tienen a gala.



De: bmendez@manag-ing.es

Para: jpujadas@manag-ing.es

Asunto: Te quiero, traducciones y chovinismo.
Fecha: Thu, 3 Dec 2009 16:49:54


Pues llevas razón. No tanto así porque la exaltación desmesurada sea para todo recomendable, pero es cierto que mayor valor tiene la pasión que la tibieza, más si es en defensa de lo amado.
Estaba esta tarde traduciendo el expediente de los pantalanes. He consultado la conjugación del verbo vouloir, querer para nosotros. Me fijo por primera vez en el apartado de la página que define el verbo. Me encuentro lo que sigue:


1º Tener ganas de

2º Tener una intención, un deseo de que algo se realice.

3º Desear poseer, interesarse por.

4º Pretender

y me digo: “Pues sí, en la lengua de Molière, yo a este hombre le quiero, pero mucho”.

Pienso en lo conveniente que es el buen uso de la lengua, para la comunicación y para el placer. Y pienso en el chovinismo francés, en la riqueza del francés, en la capacidad expresiva de su lengua, y de la mía, española. Pienso que te quiero: Je t'en veux.

Berta.


De: jpujadas@manag-ing.es

Para: bmendez@manag-ing.es

Asunto: RE: Te quiero, traducciones y chovinismo.
Fecha: Thu, 3 Dec 2009 17:15:49

Me has sorprendido; quizá no. Por mi parte diré que:

1º Tengo ganas de ti.

2º Tengo la intención y el deseo de poseerte.

3º Me interesas mucho.

4º Pretendo que esto llegue a buen fin.

Tengo la necesidad de estar contigo, tocar con mi aliento tu oído, conocer nuestra reacción al reconocernos.

Te quiero, te espero.

Joan.


No esperó mucho.




lunes, 7 de junio de 2010

# 9. Conversación de sauna.

"Danae". Obra de Gustav Klimt.
"Danae" de Gustav Klimt.


AGUA.


Entre vapores mentolados entró una silueta de mujer con una toalla en la mano. Invadiendo en parte mi territorio, extendió el paño como la Magdalena en el lavatorio, y se sentó a mi lado. Al quitarse el gorro de baño cayó una melena que alcanzaba su cintura, y en medio de una nube de alta temperatura, tuve la ensoñación de estar junto a una sirena.


Bajo el banco, de repente, un soplo de aire caliente le hizo levantar los pies y subirlos de nivel, rozando con su pierna la mía. A pesar del vapor a granel y de una escasa luz de linterna que impedía ver a un metro al frente, la cercanía hacía evidentes las formas de aquella criatura.


Para mi sorpresa y contento, el cielo quiso que viniera a cuento ilustrar mi fantasía. De la nada sacó un guante que con suave movimiento asía, recorriendo su piel. El silencio permitía escuchar su aliento: sobre hojuelas, miel. Con una mano el cuello, el pecho, las piernas; con la alterna el vientre, el lado derecho… y yo hipnotizado, viviendo el ideal de la caverna de Platón, con la mirada de bobalicón, fiel a cada trecho.


... TOCADOS...


No miento si digo que tuve que cambiar de posición con urgencia, por no caber más elección. Al tiempo que sentía la mayor turgencia, a mí mismo me decía:”Quien evita la ocasión, evita el peligro, pero cuando la ocasión invita, tonto serás si no pasas a la acción”

- ¿Puedo ayudarte con la espalda? –me escuché susurrarle.


Se giró, me miró dulce, sonriente. Creo que a partir de ahí, a nuestro alrededor desapareció la gente.

- Claro. Hazlo despacio, pero firme.


“¡¿Qué despacio?! ¡¿Qué firme?!” –me dije- “Firmo por reservar este espacio los próximos tres años”.


No podría asegurar si era real o lo imaginaba, pero juro que escuchaba la ambientación que se me ocurre que tendrían las termas de Caracalla. Un run-run de conversaciones ajenas murmuradas, con un fondo de música de arpa lejana. En el centro de la elevación de una carpa romana, proseguía la frotación de la espalda soberana. Y quien dice espalda, dice más, que no es digno de espada el soldado que no sabe avanzar.


Algo me preguntó, algo le contesté. ¿Que qué? ¡¿Cómo lo voy a saber?! La excusa eran palabras, el fin era su piel, rozar con mis labios su hombro ¿Cómo podría hacer dos cosas a la vez? Dejemos eso para sabios. La cuestión es que, sin salir de mi asombro, por activa y por pasiva, conjugaba el verbo gozar dejando que mi mano intrusa llegara más allá.

“Detente” –pensé-, “quizá sea lo que más convenga para asegurar la continuación de la contienda deportivamente”

- ¿Está bien así?

- Sí, perfectamente.

- ¿Sigo entonces?

- Por favor…


... HUNDIDOS.


Lejos de confundirme, la humedad del ambiente me alentaba, y sin cejar en la avanzada y apartando la cabellera, puse mi boca en su nuca, atenta mi mano caballera en no dejar terreno sin explorar.

- ¿Quieres que siga?

- No lo dejes, te lo ruego, queda poco.


Poco, poco… y con un fragor atenuado envuelto en el vapor, la sirena se revolvió en convulsión contenida, a la vez que mi victoria acallada recorría mi interior, y corría al exterior. Con sonrisa agradecida nos besamos.

Un beso de despedida.

lunes, 31 de mayo de 2010

# 8. Notario, "El Nota".

“El Nota DO”.

Dispar dignatario. Dicta documentos, domina el ordenamiento. Despacha a diario, diligencia donaciones herencias y transmisiones. Detecta y delata dolos, erratas y deficiencias.

Devoto de damas, disoluto depredador de dormitorio, despliega diversión y devora, sobre la cama.

Discierne entre detractores y defensores, desenfadado y sin distingos discute y departe con el debido respeto. Adolece de secretos; Diestro en duelos por duplicado, defiende su decencia, y data y dota de los decretos adecuados.

“El Nota RE”.

Regresa religiosamente a restaurantes de renombre, se recrea y se relame. Rechaza imitaciones.

Reúne a su alrededor reputados representantes y sonríe al respetable que lleva a remolque. Elocuente, recita a Descartes y renglón seguido a Sartre sin resultar pedante. Ríe. Si le requieren, responde sin respirar.

En su reino recogido se refugia en el remanso de la lectura. Si en raro arrebato precisa de rescate, ranzón hay bastante para remunerar a una reina que redima al rey, rengo del afecto de un romance. (Ruego se relea sin retintín)

“El Nota MI”, me conmigo… conjuga como nadie el verbo ombligo.

“El Nota FA”.

Famoso forastero, funcionario fulgurante, fastidio del fafarachero, flecha fulminante.

Afable en familia, frescales. Fuera… flota, fluye y fabula sin fisuras, con modales. Hila fino en fondo y forma. Falso fantasma, fetiche fidedigno. Forja fortuna y figura. Fiel fermento de la fiesta, la fauna le firma.

Su fruta preferida es lo femenino. Se sirve frío.

“El Nota SOL”.

Soltero solvente, solícito y salaz. Con soltura selecciona en solfa.

Suele salir solo a pasear a solaz, sobresaliendo su silueta de solemne soldado silente frente al sol de poniente. Nada le puede soliviantar.

“El Nota LA”.

Laberinto de lengua lacónica. Monolito liberal. Lumbrera y legal de lunes a lunes, eligió la luna de levante para morar.

“El Nota SI”.

Sí, no. El nota no. No para mí. Doy fe.


lunes, 24 de mayo de 2010

# 7. Fundido de chocolate sobre lecho de leche de azahar y otras delicadezas.



He conocido el deleite gastronómico, manjar con acento francés, aderezado con esencias de origen camerunés. He de confesar, sin desmerecer la sustancia de un buen cocido ni la limpia frescura del gazpacho, que rara vez he degustado con tanto placer un banquete ergonómico a su largo y a su ancho.

Puré de marron glacé forrado en lámina de paté de foie, salpicado de sal maldom. Una boca engalanada de tal bocado para abrir apetito, para despertar el paladar, garantizo que procura un resorte que poco a poquito hace sentir una emulsión salivada, tanto como pueda una salivar, que facilita la ingesta de esta fiesta hasta el final.

Aclaro para las aficionadas, que lo que tiene cada pase de especial se aprecia dándole un tratamiento individual. No es que vaya una a atragantarse por simultanear, pero no es el caso precipitar aquello que dedicándose pase a pase por separado hace de todo bocado un encuentro en la tercera fase. Cada plato, en sucesión ordinal, convierte la degustación en un viaje con paisajes de la más variada procedencia y diversa composición, por los que recomiendo un paseo sin prisa que acompañe hasta el primer jardín de la creación.

Aconsejo por ello, para gozar de este homenaje, desatar la conciencia. Así degustar, por ejemplo, un fumet de origen boreal ligado con frutas caribeñas deshidratadas, que sirva para bañar una tostada con hebras de calamar. Un millón de evas volverían a pecar si tuvieran ante sí un ejemplar semejante que pudieran saborear.

Sobre un costillar tostado, que reproduce la ondulación de la arena bajo el mar, unas virutas de algas chinas retorcidas y crujientes.

Arrollados de jamón a la canela y, entre medias, flambeado (con aguardiente de fresas ácidas) de dos brevas de las más tempranas en racimo, pendientes, firmes, ajustada a la pulpa su piel tensa y arrugada, en baño de miel y leche fermentada.

Llegados a este punto del festín, no me permite mi osadía describir más detalle. Cada uno es cada cual, y al fin imprime su gusto y su valía, por lo que doy licencia a esta mano mía para que en lugar de escribir, calle.

Para terminar –oh, là, là!- fundido de chocolate sobre lecho de leche de azahar.

Bon apetit!

viernes, 14 de mayo de 2010

# 6. Platense y yo.


“Que este libro sirva para poner aún más ternura en nuestra eterna relación. Te quiere, R.”


Platense es mediano, velludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo corazón.

Lo dejo suelto y se va lejos, cruza el océano y llega a la casa de sus viejos. Con sus viejos amigos, cuando eran nuevos, cuando eran niños. Lo llamo dulcemente: “¿Cariño?”, y vuelve a mí despaciosamente, sin alma, sin brillo.

Come cuanto le doy, pero extraña otros fuegos, aquellos que asan tira de asado, molleja y entraña. Para el matahambre sí hay pan duro; duro y seco por dentro, como una piedra. Tiene acero, acero y luna de plata, al mismo tiempo.

Nos dijimos "sí" en mi pequeña isla conocida. Festejamos todo el día, por la noche no nos amamos. Dijo un “Sí quiero”, pero era un sí con pero. En aquella isla caída del cielo andaba mi corazón, y estaba allí tan a gusto, que mi mejor deseo era no tener que abandonarla nunca.

En el diario de una oficinista recién casada aparecía un desierto en la planicie de los tilos. “Donde quiera que haya niños –dice el poeta que dice Novalis- , existe una edad de oro”. Oro parece, plata no es, sólo mala pata. Plata sin niños, sin amor verdadero; un "sí quiero" con buenas intenciones, con propósito de enmienda en el desierto de los tilos. La firmante recomienda que un sí lo sea sólo si lo es, que no sea un asidero de un náufrago huérfano de abrigo o de sostén.

Ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.


Platense quería querer y no podía. ¡Tan relindo le requerían y él sólo sabía decir que sí! Así que por La Plata cuadriculada anduvo su gata en celo herida, triste, sola, abatida, escoltada por dos gatas enceladas.

Cerca ya de mi séptima vida, muy lejos del séptimo cielo, encontré la puerta de salida y donde antes dije sí, dije no: No quiero (D.m).


Con mi admiración y respeto a Juan Ramón Jiménez.