lunes, 25 de abril de 2011

# 27. Una historia entre tus brazos.


Durante el verano adoro la jornada de medio día, que me permite disfrutar de mis tardes. Escojo para empezar mi tiempo la estrecha franja de arena y rocas de la calita cercana. Por el viejo paseo marítimo sin comercios sólo hay gente corriendo, paseando, en bicicleta, de tarde en tarde. No hay bañistas a estas horas, hay que llegar caminando y no es ese pasatiempo de las grandes masas.

Estaba tendida sobre una amable roca que me devolvía el calor acumulado desde la mañana, frente a un sol que abrazaba toda mi piel. Escuchaba el oleaje embelesada, disipando las prisas del día, las caras, las palabras...

Un muchacho se detuvo con su bicicleta a unos quince metros. La levantó con una mano para bajarla del paseo a la playa y dejarla apoyada en una roca. Se sentó al lado, mirando al mar mientras se descalzaba. Se quitó también unos calzones y la camiseta. Me pareció recibir una ola de su olor que, a la vez que me envolvía, me permitió admirar ese cuerpo esencial, geométrico, perfecto.

Apenas habían pasado unos minutos cuando me sentí como una marioneta a la que una cuerda invisible levantara de repente. Me dirigí a la orilla, observé movimiento a mi derecha y, frente a su bicicleta, el muchacho entraba en el mar, como yo. Me miró. Fueron dos segundos, dos segundos que me quemaron. Me zambullí completamente cuando el agua llegaba algo más alta de las rodillas. Nadábamos hacia un punto convergente, en el que nos encontramos frente a frente, apenas a un metro de distancia.

Sólo cabía mirarse. Vi un hombre guapo, con rasgos marcados y gesto amigo, sonreía con los ojos, me invitaba con su media sonrisa insegura. En una brazada nuestras piernas se cruzaron, en un arrebato recibí un beso lento en la comisura de mi boca. Correspondí al beso, y su mano en mi cintura tiró de mí hacia su cuerpo.

Le confié mi equilibrio y me abracé a él con brazos y piernas. El vaivén de las olas era muy suave, sus manos, envolventes, decididas, firmes, masculinas... Sus labios devoraban mi boca, me atraía hacia sí con pequeños bocados, quería que le besara. Sujetaba mi nuca, bajando por mi espalda, abriendo mis piernas y apretándome contra su sexo, frotando nuestras caderas con un aparente desorden que no lo era. Me retorcía de deseo buscándole con mi pubis, ansiosa por poseerle, muy adentro, quieto, cerrado, mío.

En un instante precioso así fue, y penetró en mí certeramente, suave y firme, mientras buscaba con su mirada un gesto de placer en mis ojos, en mi boca.
- Shhhhhhhhhhhhttttt -fue lo único que dijo cuando sintió mi movimiento. Me detuve y seguí el ondear de su cuerpo, como una bailarina que se deja llevar por su pareja para bailar. Con movimientos apenas sugeridos, con la presión de piel contra piel, con un ritmo apenas perceptible, me brindó un lento paseo de deseo concentrado y una fiesta final que se prolongó hasta casi desvanecerme. Fue entonces cuando su respiración se tornó rápida y descargó varias sacudidas entre mis piernas; primero despacio, luego más fuertes, más profundas. Mordía mi barbilla y, entre dientes, sus gemidos de placer se confundían con un ronquido de animal cazador que también salía por su garganta.

Antes de perder una pizca de virilidad, salió marcando cada milímetro por donde se retiraba, lo que me hizo descargar en una convulsión ese último instante de placer de sexo contra sexo. Me cerró en un abrazo mayor pero más breve, y en una brazada que dimos cada uno, la distancia se hizo de nuevo entre nosotros. Ambos nos dirigíamos a la orilla, cada cual por el lugar por donde había entrado.

Con una paz infinita, me sequé rostro, pecho y brazos y me senté en mi tapiz. Con una vitalidad recobrada, él se secó con movimientos cortos y rápidos, se sentó de modo que pude verle de frente cuando se quitó el bañador, cuando se secó algo más suavemente entre las piernas, y cuando se giró para ponerse el calzón de deporte. Su pelo despeinado y húmedo me descubría una imagen que me gustaba como todas las otras que, sin darme cuenta, había empezado a atesorar. En un aleteo de un viento a favor (a mi favor) me llegó otra ola de su olor. Era como el anterior, pero distinto. Ahora ese olor era real, yo lo había abrazado, yo lo había lamido. Ese hombre al que miraba mientras se vestía, me había atravesado de placer hacía un instante.

Después de atarse las cordoneras tardó un visto y no visto en estar montado sobre la bicicleta, en el paseo. Se despidió al pasar haciendo sonar el timbre de su velocípedo. Yo estaba tumbada, con los ojos cerrados tras mis gafas de sol; sonreí al escuchar el timbre. Sentí una súbita curiosidad por verle partir y me incorporé para mirarle. Pedaleaba sin coger el manillar, y llevaba los brazos alzados y abiertos, como los corredores del Tour, cuando llegan ganadores a un final de etapa. Iba silbando. Mi corazón también.

1 comentario:

  1. Bravo, aplausos, intensidad, respiración entrecortada, lectura de impulsos, tambores de guerra en la piel del contrario que no es enemigo. Así se escribe.

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