lunes, 7 de junio de 2010

# 9. Conversación de sauna.

"Danae". Obra de Gustav Klimt.
"Danae" de Gustav Klimt.


AGUA.


Entre vapores mentolados entró una silueta de mujer con una toalla en la mano. Invadiendo en parte mi territorio, extendió el paño como la Magdalena en el lavatorio, y se sentó a mi lado. Al quitarse el gorro de baño cayó una melena que alcanzaba su cintura, y en medio de una nube de alta temperatura, tuve la ensoñación de estar junto a una sirena.


Bajo el banco, de repente, un soplo de aire caliente le hizo levantar los pies y subirlos de nivel, rozando con su pierna la mía. A pesar del vapor a granel y de una escasa luz de linterna que impedía ver a un metro al frente, la cercanía hacía evidentes las formas de aquella criatura.


Para mi sorpresa y contento, el cielo quiso que viniera a cuento ilustrar mi fantasía. De la nada sacó un guante que con suave movimiento asía, recorriendo su piel. El silencio permitía escuchar su aliento: sobre hojuelas, miel. Con una mano el cuello, el pecho, las piernas; con la alterna el vientre, el lado derecho… y yo hipnotizado, viviendo el ideal de la caverna de Platón, con la mirada de bobalicón, fiel a cada trecho.


... TOCADOS...


No miento si digo que tuve que cambiar de posición con urgencia, por no caber más elección. Al tiempo que sentía la mayor turgencia, a mí mismo me decía:”Quien evita la ocasión, evita el peligro, pero cuando la ocasión invita, tonto serás si no pasas a la acción”

- ¿Puedo ayudarte con la espalda? –me escuché susurrarle.


Se giró, me miró dulce, sonriente. Creo que a partir de ahí, a nuestro alrededor desapareció la gente.

- Claro. Hazlo despacio, pero firme.


“¡¿Qué despacio?! ¡¿Qué firme?!” –me dije- “Firmo por reservar este espacio los próximos tres años”.


No podría asegurar si era real o lo imaginaba, pero juro que escuchaba la ambientación que se me ocurre que tendrían las termas de Caracalla. Un run-run de conversaciones ajenas murmuradas, con un fondo de música de arpa lejana. En el centro de la elevación de una carpa romana, proseguía la frotación de la espalda soberana. Y quien dice espalda, dice más, que no es digno de espada el soldado que no sabe avanzar.


Algo me preguntó, algo le contesté. ¿Que qué? ¡¿Cómo lo voy a saber?! La excusa eran palabras, el fin era su piel, rozar con mis labios su hombro ¿Cómo podría hacer dos cosas a la vez? Dejemos eso para sabios. La cuestión es que, sin salir de mi asombro, por activa y por pasiva, conjugaba el verbo gozar dejando que mi mano intrusa llegara más allá.

“Detente” –pensé-, “quizá sea lo que más convenga para asegurar la continuación de la contienda deportivamente”

- ¿Está bien así?

- Sí, perfectamente.

- ¿Sigo entonces?

- Por favor…


... HUNDIDOS.


Lejos de confundirme, la humedad del ambiente me alentaba, y sin cejar en la avanzada y apartando la cabellera, puse mi boca en su nuca, atenta mi mano caballera en no dejar terreno sin explorar.

- ¿Quieres que siga?

- No lo dejes, te lo ruego, queda poco.


Poco, poco… y con un fragor atenuado envuelto en el vapor, la sirena se revolvió en convulsión contenida, a la vez que mi victoria acallada recorría mi interior, y corría al exterior. Con sonrisa agradecida nos besamos.

Un beso de despedida.

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