jueves, 5 de agosto de 2010

# 13. Steak Tartar.



Terminé de secarme el pelo, me cubrí con una camisola, y salí al salón.

Encontré una preciosa mesa puesta. Un mantel de encaje crudo sobre otro liso color burdeos. No había dos platos iguales, estaban decorados a mano con ilustraciones que bien podían ser de un Miró naïf. Un surtido de quesos estaba presentado sobre una tabla de madera color cerezo y con forma de manzana. En una fuente de plata, hojas de tres tipos de lechuga dispuestas en dos abanicos con lunares de tomates cherry, y una salsera con su condimento. Se completaba la mesa con una panera de loneta con compartimentos, en los que había pan de centeno, tostas, picos y palitos con semillas.

Sirvió vino en las dos copas, me dio una, e hizo el gesto de brindar, mirándome a los ojos pero sin mencionar un brindis. Bebió un sorbo y dejó su copa junto a la mía.

En un práctico gueridón había dispuesto una serie de ingredientes. Se puso detrás de la mesita y frente a mí, para que asistiera en primera fila a la preparación del plato. Empezó a picar dos chalotas.
- ¿Te ha gustado el baño? - preguntó
- Muchísimo. Debo agradecértelo y decirte que no recuerdo algo parecido.
- Nada que agradecer, me apetecía mucho -me dijo casi susurrando.
Trabajaba de pie, mientras charlaba conmigo y me dedicaba miradas que escondían pimientos de Padrón. Picó alcaparras y perejil, reservó.

- Los aceites son especiales, según me dijeron en la herboristería. Los compré pensando en ti. Pedí que tuvieran efecto tonificante y estimulante.
- Pues por el momento me siento tonificada, y la fragancia que han dejado en la piel es riquísima.
- Miel sobre hojuelas, dulce sobre dulce.
- Gracias…

En una ensaladera echó una yema de huevo que batió; añadió mostaza francesa y unas gotas de limón, removió, salpimentó, y empezó a ligar con un chorrito de aceite.

- Comprobaremos la fragancia en breve –dijo mientras introducía una cucharilla en la mezcla y la probaba.
- El efecto estimulante lo he sentido durante el masaje...
- Me alegra mucho, esa era la intención principal –añadió a la mezcla cuatrocientos gramos de solomillo picado, las chalotas y un chorrito de cognac. Mezcló.

Durante el baño, ambientado con tres velones rojos y el arpa de Zabaleta, llevó sus manos dibujando círculos sobre mi piel hasta el último confín de mi anatomía, sin sobrepasar la línea del abismo y regresando, sobre sus círculos, a tierra firme. Variaba el ritmo y la presión, se hubiera dicho que pintaba. Cada vez que sus dedos llegaban al límite, la tentación de saltar que yo sentía era mayor, pero las instrucciones previas al baño me lo impedían: debía dejarme hacer, era el único requisito.

Alcanzó dos platos trincheros, y sobre uno de ellos empezó a servir cucharadas de la carne, que iba disponiendo para formar un filete.

Sirvió el segundo plato, espolvoreó con el perejil y las alcaparras, y se quitó el delantal, bajo el cual llevaba enrollada y anudada a la cintura una toalla. Imaginé que los preparativos no le dejaron tiempo para vestirse, o sí.

En mi plato encontré un pene erecto con sus anejos. Sonreí, claro, por la simpática sorpresa, y enseguida dirigí la mirada a su plato, en el cual reposaban un par de perfectas tetas de carne picada. En ambos, perejil y alcaparras estratégicamente colocados. Le miré, y me sentí como esos perros pequeños que salen a pasear al parque y que, ante el requerimiento del amo, le miran con la cabeza ladeada preguntando: ¿Y ahora qué?

- Que disfrutes de la comida. Espero que te guste – me dijo, mientras alzaba su copa de nuevo para beber un sorbo. Al abrir la servilleta se le cayó, y desapareció del horizonte de la mesa para recuperarla. Yo esperaba a que reapareciera para comenzar a comer, y observaba divertida mi steak tartar. La luz era suave, la música a juego. Seguía sin asomar la cabeza cuando sentí sus dedos en ambas rodillas, que las abría, con el cuidado con que se abre un manuscrito de abadía.
Sentí su cabello avanzar entre mis piernas y, en su punto de encuentro, su tibio aliento.

- Comamos. Si paras tú, paro yo.

Carne fresca y macerada, con matices agrios y sabor salado. Con mucho placer, nos lo comimos todo.

3 comentarios:

  1. Steak Tartar. Carne cruda, adecuadamente condimentada. Dicen los que saben de esto que no sirve cualquier carne, que debe ser de calidad y de confianza.
    El título no podría haber sido más acertado. La metáfora del manuscrito de abadía me parece impagable.
    Te felicito. Es un relato refrescante y profundamente evocador.
    Saludos

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  2. Así debe ser: calidad y confianza para que se trate de una muy buena degustación. Me alegra que gustéis de ello. Gracias a ambos.

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