sábado, 5 de marzo de 2011

# 23. Tu olvido y mis recuerdos.

Photo: Pascal AVRIL

En un lugar perdido del mundo, tú perdido, y yo contigo. Perdida sin tí, me encuentro a tu lado, esperando.

¿Recuerdas, cariño, nuestro primer hogar? La luz retumbaba dentro, tanta era y por todos lados entraba. Aquella luz tenía el precio de subir cinco pisos de peldaños, que entonces no eran nada. A mí se me pasaban en un suspiro cuando los subíamos juntos. Tantas veces como subiéramos, interrumpías la conversación:
- Esas piernas que te sujetan, querida mía, serían la envidia del partenón. No hay tela en París que exhiba tanta maravilla.

Me has descubierto placeres eternos.

Me hablabas del calor.
- ¿Quién te acariciará como yo, si no es el sol? -me preguntabas.
En las tardes ociosas de nuestras primaveras, cepillabas mi pelo en la terraza mientras me contabas tus cosas, y me acaraciabas con tu cálido aliento bajo mi trenza. ¡Cuántas veces nos merendamos con delirio!.

Me hablabas del aire.
- Siente su olor, siente cómo avanza por tu piel, cómo la tensa el frío y la calma el tibio.
Las noches calurosas de nuestros veranos, tendida la colada en las cuerdas frente al ventanal, recogía la brisa más suave, y llenaba la casa de un aroma fresco a jabón, confundida con los aceites. Tendías el colchón sobre el suelo, en el paso de la corriente, para ofrecerme todas esas caricias.

Me hablabas de la luz.
- El horizonte es algo que podemos dibujar con nuestros anhelos. La oscuridad no existe, sólo es la ausencia de luz. Las sombras son la constancia de nuestra presencia, cambiante y pasajera.
Jugábamos a inventar historias con las sombras que la ropa hacía sobre paredes y techo. Tus cuentos fantásticos me llevaban de la mano por paisajes de una infancia en el país de las maravillas. Me hacías reir, y besabas mi risa.

Me hablabas del silencio.
- Nada debe ser absoluto. Sólo podemos apreciar el silencio cuando un pequeño ruido lo interrumpe. Las voces de esa gente que viene de festejar y camina en la calle, desde que empezamos a escucharlas hasta que se alejan y se pierden de nuevo, nos dan la medida de la profundidad de este silencio, y de su valor. El resto de ese silencio, tú lo adornas con tu respiración, ya quisiera el silencio tejer como lo hacen tus suspiros.
Y callabas.

Me hablabas del color.
Las tardes doradas de nuestros otoños, preñadas de ocres, sienas, terracotas y mostazas, eran el marco de nuestros paseos y el centro de tu paleta.
- Necesito el helecho de tus ojos y el coral de tus labios para que el resto brille.
Y en tus lienzos yo yacía durmiendo, cosía bajo la pérgola, me lavaba sentada...

Me hablabas de la esperanza.
En las mañanas nuevas de nuestros inviernos, abrazando la manta en la que me envolvías, me pedías en el patio que recibiera el nuevo día contigo.
- Este día es nuevo para nosotros, y nosotros somos nuevos para él. No sabe si nos equivocamos ayer, si hicimos mal o lo sufrimos. Hagamos que el recuerdo que este día guarde de nosotros sea el mejor.

Hoy, tú perdido y yo contigo, sin esperanza ni desesperación. Llegaste a mí como un arcón lleno de sorpresas que esparciste a mi alrededor, un cofre de tesoros interminables. Y en estos días de una estación desconocida y sin sentido, amor mío, mi existencia se viste con los tesoros que me has dado todos estos años.

Sólo puedo hacer una cosa: tomarlos en mis manos y mostrártelos, contártelos yo a ti, antes de guardarlos en el cofre de donde salieron. No son cosa para que otros compartan, sólo a nosotros nos pertenecen. El calor, el aire, la luz, el silencio, el color, la esperanza... cada cual tiene lo suyo.

Te debo una historia fantástica de héroes y hadas. Soy quien tú has alentado, soy tu mayor obra. Tú decías que eras por mí. Ahora te creo. Ahora te entiendo. No quisiera otra vida, si mil oportunidades tuviera. Cuando no estés, pasaré mis días abrazada a nuestros tesoros, tranquila. Esperaré como cuando esperaba en aquella estación de tren, con mi hatillo sobre mis piernas, con la alegría de saber que en poco tiempo estaré en tu compañía.

Te cuido con el celo con que se cuida a una criatura recién nacida. Poca diferencia hay... ¡tan frágil eres!
Pongo tu rostro entre mis manos y yo frente a ti. Te acaricio, te sonrío, y tu mirada se ilumina. ¿Es así como sonríes ahora, amor? ¿Quizá sí sabes quien soy? Como nuestros hijos sabían quienes éramos cuando no sabían quiénes eran, así tú -estoy segura- sabes quien soy yo. Te amo, te amo con mis entrañas, vida mía, y poco importa si ahora sólo eres olvido; yo, mi vida, soy tus recuerdos.


Merci, Jérôme, pour cette belle chanson.

3 comentarios:

  1. ... precioso, eva¡¡¡¡ ... es una delicia recorrer todos esos paisajes nunca hollados ... calor, silencio, color ... que en manos de tus ágiles letras son como países nuevos, sin explorar ... cuánto amor hay en cada caracter .... enhorabuena ....

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  2. !!y que lujo poder leerlo con esta preciosa canción rescatada del olvido....!!!
    !! no se cuántas veces la he escuchado ya !!!

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  3. Estoy siempre de enhorabuena por cada uno de los lectores como tú, Pablo.
    El lujo es conseguir vuestros comentarios, Ali.
    Un abrazo a ambos

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