lunes, 17 de octubre de 2011

# 31. Torero.

Foto: G. Brandy y E. Navarro, de la serie "Figues turques"

Ensimismada, perdida, observó que pasaba al lado del escaparate de una agencia de viajes. Se detuvo y miró los atractivos destinos que anunciaban. Entró. Había dos mujeres tras sendas mesas de despacho, una que rondaría la treintena y otra que no llegaba a los cincuenta. Se sentó frente a la más veterana.
- Estoy atravesando una crisis matrimonial y creo que necesito tomar cierta distancia, de tiempo y espacio, para encontrar una solución cuanto antes.
La empleada miraba atónita, sin idea del derrotero que tomaría la cliente, y sin atreverse a intervenir.
- Entonces... bueno: contamos con dos opciones. En la primera, tengo un ex-novio que dirige el casino de Budapest. Me llama constantemente para invitarme a pasar unos días allí, a todo lujo y gastos pagados. En la segunda, tengo un hermano que vive en Venezuela y hace mucho que anima a la familia a que vayamos a visitarle. Necesito un pasaje de avión, eso es todo. Lo que no sé es dónde ir.
- En mi modesta opinión - balbuceó la agente- creo que si lo que quiere es aclararse las ideas respecto a su matrimonio, quizá visitar a un antiguo novio no ayude mucho, y puede que incluso se líe usted más...
Miraba directamente a los ojos, acostumbrada como estaba en los últimos años a no encontrar respuestas a la falta de interés que manifestaba su esposo, buscaba el más mínimo gesto que expresara algo.
- Tiene toda la razón -dijo de inmediato-. Quiero un pasaje para Caracas.
- ¿Para cuándo sería?
- ¿Cuál es el próximo vuelo?
- En dos días, el sábado.
- Vale, para el sábado entonces.

******

A las 6h15, dejó una nota manuscrita para su marido sobre la mesa del comedor, y salió del apartamento para reunirse con el taxista que le esperaba, puntual. En la terminal del aeropuerto de Barajas, los paneles de información anunciaban retraso del vuelo a Caracas. Cercana la hora en que debía salir, no había novedades. En el despacho de la compañía, un grupo desordenado de gente hablaba con los dos empleados, parapetados tras la ventanilla. El retraso era indefinido, lo único que sabían era que no sabían nada, y la inquietud de los pasajeros aumentaba a la par que el tono de voz y las protestas.
- No he venido aquí para discutir con desconocidos, eso faltaba -dijo para sí- Lo que es, es, y lo que sea será. Yo me quedo aquí quietecita, que ya me enteraré sin mover un dedo.
Observaba la gente con desgana, sin reflexiones, sin interés. Paseaba la mirada entre carritos de maletas y piernas apresuradas. La vida existía fuera de aquel nido de desamor y desencuentros en el que se alojaba. El mundo seguía girando a la vez que su existencia se consumía en la indiferencia y en la búsqueda de una razón que explicara por qué, teniéndolo todo, no tenía nada. Sólo vacío, excepto en su cabeza. Sus pensamientos le atormentaban hasta el punto de haber perdido el sueño. Se sentía como un ratón de laboratorio, abandonado a su suerte en un laberinto estúpido, diseñado para agotarla y hacerle enloquecer.

Transcurridas dos horas de la prevista para el despegue, el pasaje se repartía entre los mostradores de la compañía y el del bar-cafetería. La compañía venezolana les hospedó en un hotel junto al aeropuerto, hasta nueva orden. Le asignaron una habitación que compartía con dos vascas sexagenarias, alegres como castañuelas y con un pedo simpatiquísimo a base de cubatas. Después de la cena, se quedó sola mientras que sus compañeras bajaron al bar. Asomada a la terraza, la tarde era tórrida y anaranjada. En el balcón de la habitación de al lado, un joven con cabello largo recogido en coleta estaba apoyado en la barandilla, mirando la tarde pasar, como ella.
- Buenas tardes, señorita. -dijo con acento venezolano.
- Buenas tardes.
- Me parece que somos pasajeros del mismo vuelo. ¿Seguimos sin tener noticias de cuándo salimos?
- Mmm, eso me temo. Mis compañeras me tendrán al corriente si hay algo nuevo.
- ¿Sola?
- ¿Solo?
- Sí... y es sorprendente que una mujer como usted lo esté.
- Temporalmente.
- ¿Puedo hacer algo para que deje de estarlo? Nada me gustaría más que acompañarle.
"Rápido, piensa, actúa" -se dijo- "¿Qué puede pasar? Nada. Nada malo ¿Hago daño a alguien? No. Listo."
- Invitarme a un agua con gas de tu mueble-bar.
- ¿Cómo no? ¡Eso está hecho! -respondió sin pensar el venezolano.

La puerta estaba abierta, el muchacho la sostenía con gesto cortés y sonrisa de bienvenida. Ella pasó sin más hasta el fondo, los saludos ya estaban hechos. Se detuvo en el quicio de la puerta del balcón, que permanecía abierta. La puesta de sol avanzaba, y el cielo se cubría de tonos más rojizos. Recordó que no estaba sola y, por no parecer descortés, hizo un esfuerzo y dijo lo primero que le vino a la cabeza. Quizá lo único que tenía en la cabeza en ese momento.
- Me gusta el rojo.
- A mí también; para mí es el color de la vida y de la muerte. Soy matador. Recién termino una gira de corridas en España y regreso a mi país por un mes. Luego torearé en México, hasta fin de la temporada americana.
- Qué interesante, tendrás muchas cosas curiosas que contar. Adelante, soy toda oídos -dijo en el tono de las conversaciones de ascensor.
- No me amerite* sin más. Puedo contarle de toros, entrenamientos, ganaderías, cuadrillas, apoderados... un día llegará en el que pararé pero, por ahora, aprovecho la ola, que la vida te trae cosas que debes saber aprovechar. Pero usted, catira* desconocida, usted sí que es un enigma.
La mujer-enigma sonrió de medio lado, más una mueca que una sonrisa.
- Soy un gran enigma, en efecto -dijo con sorna-. Ahora mismo, al pasar frente al espejo de la mesilla, me he visto y me he dicho: "¡Qué aspecto de enigma que tengo hoy, caramba!"
- Ja, ja, ja. Un peculiar sentido del humor sí que tiene. Pero no lo niegue: usted no es común. No parece que viaje ni por trabajo ni por placer -poco equipaje, no lleva maletín-. Tan linda, sola. No quisiera parecer metiche* ¿De dónde viene, qué busca? Elegante, no lleva prisa, porque la esperan. No escapa, pero persigue. Usted me gusta, me gusta burda*, ssseñora -añadió cuando observó la marca del sol del anillo de casada, que se había quitado antes de salir de casa.
- Vaya, todo eso lo deduces de un vistazo rápido desde que he entrado por la puerta de tu habitación.
- Todo eso desde que la ví a usted esta mañana, delante del despacho de la compañía.
- Éramos muchos, no me fijé en nadie.
- Yo no podía mirar otra cosa que no fuera usted. Usted... usted despide luz, es una estrella; está rica.
- Vamos a ver si nos entendemos, antes que nada. Eres muy joven para que te hable de usted. Yo no tengo edad para que lo hagas sin sentirme sospechosamente aludida.
- Es costumbre, es mi manera. No se moleste, le ruego. No sólo es joven, también es muy hermosa, es hermosa como una flor hermosa.
- Ya, claro... - dijo mirando de nuevo al día que se extinguía.
- Ja, ja, ja... Un poco descreída la veo, mamacita linda. Sepa que entró en el cuarto y lo llenó de un aroma deliciosa. Pareciera que me hubiera mandado el cielo un regalo de despedida.

Ella pensaba en su marido. Si una vez, de cuando en cuando, se le hubiera caído de la boca un "qué guapa estás" o un "qué bien te sienta ese vestido", un "qué suave es tu pelo", un "qué bien hueles". Si al menos alguna vez hubiera notado sobre sí una mirada de admiración por su feminidad. Si en alguna ocasión hubiera observado en él un gesto embelesado, quizá una mínima parte de los que descubría a diario en otros hombres a quienes ni siquiera conocía...

El torero empezó a desabrocharse la camisa. Ella seguía sus movimientos sin apartar la vista, sin sorpresa, sin frío ni calor, sin prejuicios, como espectadora de la imagen en la que ella misma era protagonista. Sin planes.
- Mis excusas... ¿Cuanto es que nos llevó el aeropuerto? Yo viajé dos horas de carretera hasta llegar, y dormí muy poco. Estuvimos festejando desde antier con los muchachos la despedida, y entre la espera y toda la vaina del bululú* que se armó y de andar de acá para allá, me hace falta una ducha para despejarme. Pensé echarme un camarón*, pero eso fue antes de verla en el balcón. Le invito a que se sirva usted misma, la nevera está muy completica. Salgo enseguida.
- Por mí está bien... adelante, no hay prisa -se limitó a contestar.

Así lo hizo. La mujer decidió sustituir el agua con gas por un benjamín, que repartió en dos copas. Acercó una al matador, que se deshizo en agradecimientos por la atención.
- ¡Qué chévere*! No acostumbro tomar*, pero hoy es otra cosa, su compañía convierte el día en feriado*.

Ella pensaba en su marido. Se lamentaba de que, cuando le daba las gracias por algo, lo hiciera con el tono de rutina y el formalismo típico de esas firmas descuidadas que se estampan en un "Visto bueno". Se sentía como aquellos zapatos desparejados, rotos, torcidos, que se encuentran en sitios inverosímiles, en una cuneta, en un solar abandonado, en un descampado de las afueras. Tuvo una historia, fue elegida, tuvo un compañero, tuvo un estreno gozoso, una historia recorrida, muchos pasos caminados. Sin propósito ni destino, sin sentido, se sentía repudiada, descastada.

La luna hizo su aparición en escena, retomando el tono rojizo del sol desaparecido que iluminaba a otros, en otro lado.
- Me gusta el rojo -dijo de nuevo, esta vez con una sonrisa mejor dibujada, mirando el cielo.
- A mí también, más si es el de su boca. También ese rojo significa vida y muerte.

El diestro se acercó sin reserva, apartó un mechón de cabello del hombro de la mujer, y miró en la misma dirección que ella, a la luna. A la vez que el satélite perdía el rubor, el estado de ánimo de la viajera se iba aclarando, se desteñía de la pasión con la que vivía el fraude de un matrimonio que, cada minuto que pasaba, tomaba matices de irreal e ilusorio.
- Pero el blanco, ese blanco que ciega, el blanco de su piel... ese blanco parece de ensueño -añadió el hombre moreno.

Sus miradas se encontraron, frente a frente. Se cruzaron y clavaron entre sí las pupilas como alfileres, penetrando hasta alzanzar sus pensamientos con la tenue luz que les rodeaba. Una sensación punzante de alivio y sosiego se apoderó de la fugitiva. Los labios del muchacho descansaron sobre el hombro recién despejado, los ojos de la mujer habían dado su aprobación.
- ¿Qué buscas tú, matador? ¿Qué me propones?
- Quiero que el deseo que me ha despertado le llegue hasta lo más hondo. Quiero que el día no se marche sin que yo quede en su memoria, mis caricias en su piel, que el tiempo pasa cargado con lo que cada uno le entrega. Quiero que después me dé usted su bendición... para amarla.

Ella pensaba en su marido. Tantos días -¡madre mía!- de esperarle. Tantas noches desesperantes, deseando que sintiera deseo. "Se dice hacer el amor, y tal. Ya sé. Vale. Pero hay cuerpo que aguante estos años de rutina severa, constante, abundante, se diría incluso que provocada. El amor se diluye entonces de manera que no se puede detectar, como partículas gaseosas que se expanden en el aire y se pierden, de forma inevitable. El amor, hacer el amor, adquiere la misma naturaleza que los sueños que olvidamos apenas nos despertamos. Sabemos que existieron, pero no conseguimos hilarlos, desaparecen inconexos para siempre. Queda el sexo doméstico: un contacto tranquilo y confiado, sin chispa, sin llama, aséptico; a ratos -cuando se piensa- triste. Y después viene la nada. Nada por aquí, nada por allá. O lo que es peor: un de tarde en tarde, simplemente por el pudor de la responsabilidad de esa nada aplastante. Eso es peor. Desde ese lugar no hay regreso posible. En efecto, estaba en un punto sin regreso, cualquier otra consideración le llevaría al mismo punto". Curioso: no había subido al avión y ya conocía su decisión. Un día de esos regresaría a la agencia de viajes y se lo contaría a la diligente agente.

El hombre recorrió con sus labios el hombro, el cuello, el rostro de la catira. Llegó a su boca, que lamió con apetito, degustando suavemente, como se come una breva madura y dulce.
- Esta corrida va por mí, señores -se dijo decidida.

La melena del muchacho dibujaba lances como el capote, cubriendo a la mujer conforme la recorría con sus labios carnosos y su lengua incandescente. Acostumbrado a llevar la iniciativa en la arena, se hizo un hueco, y rodeando con un brazo cada pierna, tiró de ella para encontrarse frente a un monte de Venus que bien podía ser un volcán un momento antes de una gran erupción. En el primer tercio el diestro encontró al toro noble y acudiendo*. Ante el jinete, con una de las más bellas cualidades de su bravura; ella se arrancó de largo* -de tan lejos como su sed de amor le trajo hasta el coso- en la suerte de varas. El remate fue certero.
- Dígame si quiere que venga con usted, estoy listo desde que entró por la puerta del cuarto. Pídamelo y vengo, mi amor.

Ella se sintió morir, más viva que nunca.
Horas después, en el avión, la viajera reposaba su cabeza, bella y durmiente, libre de cargas, sobre el hombro del hombre que había despertado a la mujer que siempre fue.

******
Acudir: Acción del toro de dirigirse al engaño con el que se le cita, sin el ímpetu y la violencia de la acometida.
Ameritar: Merecer, dar méritos.
Arrancar o arrancarse de largo: Expresión que se emplea, haciendo referencia al toro, cuando éste acude desde larga distancia al caballo en el tercio de varas.
Bululú: Alboroto, tumulto, escándalo.
Burda: Sinónimo de muy o mucho.
Camarón: Sueño breve.
Catire o catira: Persona rubia o rubio(guerita).
Chévere: Estupendo, buenísimo, excelente.
Día feriado: Día festivo .
Metiche: Dicho de una persona, que tiene costumbre de meterse donde no le llaman.
Tomar: Ingerir bebidas alcohólicas

3 comentarios:

  1. Bellísimo texto.
    La protagonista adquiere un carácter muy propio en pocas líneas. Genial.
    Te he encontrado en Twitter por casualidad y, partir de ahora, "voy a atar tus relatos en corto".
    ¡Saludos!

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  2. Muchas gracias, Javier. Me halaga llegar a la gente joven, y a la vez me siento retada a seguir haciéndolo. Gracias por el aliciente. :)

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  3. Buenas. Excelente relato, muy bella la forma. Agradable camino que, como lector, me lleva a concluir que al final ella acabó en “Budapest”. Sí, ex-novio o torero atractivo, pero a fin de cuentas “saltó de un barco a otro” en vez de nadar en solitario o remar con su pequeña canoa... o quizás lo hizo sólo en la espera del aeropuerto, mirando las prisas de unos o escuchando las protestas de otros. También es un relato sin nombres propios, algo que da mucho juego. Pero desde mi lejana y lectora mirada prefiero jugar a, que en este caso, “la mujer” es “la Mujer”. La Mujer ante el desamor... quizás el primer relato al respecto fue mitológico, por ejemplo el descenso de Inanna (o de Perséfone, en la versión griega) del Cielo (amor) al Inframundo (el desamor) donde la diosa muere pero después resucita y vuelve al Cielo (amor). Viejas historias tratando problemas nuevos. Bueno... quizás ahora los hombres nos unimos a la vieja historia y ante el miedo a la soledad, al romperse una relación de pareja, tomamos otra sin haber saboreado suficientemente el néctar amargo del desamor y, por lo tanto, sin aprovechar la sabiduría que nos brinda el destino o las circunstancias.

    Huy, que me enrollo. Bueno, a ver si me echo un "camarón". Hasta otra.
    ;-)
    http://inanna.iszaevich.net/node/5
    Pd: También excelente música de compañía lectora.

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